Plaza de Toros
Un producto de la raz¨®n para circundar el calor popular
La plaza de toros es un producto de la raz¨®n. Una moneda civil del mesurado Siglo de las Luces. Hasta el siglo XVIII no existi¨® edificio expresamente construido para correr los toros o circundar el calor popular que unas veces desbordaba las calles y otras herv¨ªa entre las empalizadas que acotaban los patios de los castillos, las fortalezas o cualquiera de los vanos urbanos. La afici¨®n a los toros que en la Sevilla de principios de 1700 llevaban a correr hasta 40 o 50 astados en tres d¨ªas, era tan viva que siempre encontraba acomodo, aunqqe no fuera estable. La plaza mayor castellana de laEdad Media portaba ya impl¨ªcita la idea de su servicio para el desarrollo de festejos taurinos, y sus p¨®rticos y balconajes operaban como plateas complementarias de la arquitectura de andamios y talanqueras.
El espect¨¢culo de los toros no s¨®lo ha carecido, por siglos, de un local espec¨ªfico. Ha podido prescindir de lo urbano y aun de lo menos habitado; aunque no de sus fantasmas. Junto a las ermitas, al costado de los santuarios marianos, seg¨²n ilustra el libro de V¨¢zquez Consuegra y D¨ªaz Recas¨¦ns -base de la exposici¨®n del MOPT- se crearon cosos al modo de escenarios rituales donde se aunaban el poder ven¨¦reo del toro y la veneraci¨®n a la Virgen, la potencia genes¨ªaca del animal y la Inmaculada Concepci¨®n. La devoci¨®n y la trasgresi¨®n se avecinan, por ejemplo, en la paradoja de un ruedo cuadrado junto al santuario de Nuestra Se?ora de las Virtudes en Santa Cruz de Mudela. O, tambi¨¦n, con la Virgen mediando, en la ermita de Nuestra Se?ora de la Carrasca, cerca de Villahermosa, cuya plaza de madera se instala en el mismo interior del santuario en la plaza adosada a la ermita de Nuestra Se?ora de Bel¨¦n (Badajo z), que data del siglo XIV, en la de Nuestra Se?ora de las Nieves, pr¨®xima a Almagro, o en la de Nuestra Se?ora del Casta?ar, en B¨¦jar. La pr¨¢ctica ceremonial reuniendo al toro en centros sagrados encierra una creencia que sigue activa en algunas romer¨ªas de la sierra de Huelva y de Extremadura, cuya celebraciones culminan con el reparto nutritivo del animal. Un fest¨ªn que, desde anta?o, proporciona un lugar espec¨ªfico a cada clan familiar y una parte concreta del animal a cada apellido. El trato con el toro traspasa as¨ª los t¨¦rminos de la diversi¨®n, para entrar, seg¨²n los estudios de ?lvarez de Miranda, en un pensamiento sin medida.
Fue necesario, sin embargo, para el Siglo de las Luces medirlo todo, y para los Borbones rehabilitar Espa?a a partir? de una mayor regulaci¨®n de la vida p¨²blica. De su mano, la arquitectura busc¨® olvidarse del subjetivismo teol¨®gico del barroco y trat¨® de comportarse como una ciencia apta para las nuevas ideas y la claridad conceptual. Ante este cuidado, la plaza de toros resultaba una entidad inquietante. No era ni un circo ni un teatro. Tampoco parec¨ªa apropiado catalogarla como una travestida plaza mayor. Se necesitaba ordenarla de la misma manera que la tauromaquia (en 1766 se publica La Tauromaqu¨ªa o arte de torear, del matador Pepe Hillo), impuso entonces un r¨¦gimen racional que gobernaba la cornida, domesticaba al p¨²blico y convert¨ªa al aficionado movedizo y sin peinar en un caballero retrepado. La fiesta de los toros fue dirigida as¨ª hasta el encierro de un edificio aquietado y exclusivo que necesitaba autoinventarse. Madrid y su plaza de la Puerta de Alcal¨¢, junto a la plaza de la Independencia entre las actuales calles de Serrano y Vel¨¢zquez puede considerarse un primer ensayo de identidad. La obra fue realizada por Sachetti junto a Ventura Rodr¨ªguez entre 1749 y 1754, y consist¨ªa en un amplio edificio separado y completamente circular seg¨²n la conveniencia que hab¨ªa mostrado el examen racional de la lidia. Su conjunto fue prototipo para obras sucesivas en diferentes ciudades y para su misma descendiente madrile?a inaugurada en 1874 en la carretera de Arag¨®n, donde se plasm¨® un estilo que se acab¨® propagando con el nombre de neomud¨¦jar y contagi¨® de tracer¨ªas y azulejos a toda la Espa?a taurina; y no taurina.
La ventaja de este lenguaje, con arcos de herradura, arcos con alfiz, arcos almenados, etc¨¦tera, fue que reiteraba las referencias a la arquitectura hispano-musulmana y, con ello, afianzaba la creencia, coincidente con el momento en que Goya preparaba sus dibujos para la Tauromaquia, de que la lidia ten¨ªa sus or¨ªgenes aqu¨ª. Lazos entrecruzados en ladrillo, remates azulejados, barandillas con celos¨ªas cer¨¢micas, tejas vidriadas con cornisas granadinas forman, entre otros, un llamativo repertorio que determin¨® los cosos de la geograf¨ªa ib¨¦rica, desde Oviedo a Lisboa, tuvieran o no que ver con esa tradici¨®n. Acaso tan s¨®lo la Monumental de Barcelona, con su impronta modernista, presenta la m¨¢s altanera resistencia a esa ensalada de la Giralda, la Alhambra, y la Mezquita de C¨®rdoba en porciones.
Decidido el estilo, quedaban al menos dos componentes m¨¢s en la definici¨®n del nuevo edificio. Uno, decisivo, era la composici¨®n de la fachada principal y otro, en relaci¨®n con ella, los ejes arquitect¨®nicos seg¨²n la liturgia de la fiestas. A excepci¨®n de las iglesias, los palacios y las casas consistoriales no exist¨ªa hasta entonces en la arquitectura espa?ola el h¨¢bito de presentar nuevos edificios p¨²blicos en la ciudad. Sobre la primera mitad del siglo XVIII la cara de las plazas de toros, pegado su cuerpo a la anatom¨ªa urbana, ten¨ªa un frontis con dos columnas, incluyendo en su interior la puerta y un balc¨®n superior. As¨ª fue la fachada de la plaza de Ronda y la de la Real Maestranza de Sevilla, entre muchas otras. Por contraste, a finales de siglo, con plazas exentas, va imponi¨¦ndose una portada monumental de composici¨®n tripartita o de arco de triunfo, lo que resultaba cabal considerando que por all¨ª hab¨ªa de pasar el torero aclamado. Hay pues un eje interno que recorre la plaza de dentro a afuera, cruzando el arco de triunfo. Pero un eje que, a su vez, ha de ser el que enfrenta el palco de la presidencia a los toriles. Y he aqu¨ª el nuevo problema: si se quiere hacer coincidir la puerta principal con el balc¨®n de la presidencia a la sombra y frente a los toriles, resulta capital el recorrido del sol, variable seg¨²n la latitud del lugar y la hora de la lidia. Cuesti¨®n para los c¨¢lculos de la raz¨®n. Menos racionales son los vestigios que en la plaza de toros de este mismo siglo se aferran al recuerdo de la plaza mayor materna. Efectivamente, las gradas han ido creciendo en detrimento de las arquer¨ªas tradicionales y la comisa se ha transformado en un voladizo interior que recuerda los estadios, pero permanecen, entre soportales, barandas y aderezos, las se?as de las plazas urbanas. Se habla, en fin, de plaza y no de anfiteatro. Se divide el ruedo en medios, en tercios y tablas. Se alude a los balcones, barreras y callejones en referencia al pasado espont¨¢neo y popular del que brot¨® la materia del edificio ilustrado y al que esta exposici¨®n de arquitectos muy taurinos rinde homenaje.
La fiesta fue dirigida hasta el encierro de un edificio que necesitaba autoinventarse
Babelia
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