Michel provoca la catarsis
El Madrid estuvo a punto de repetir sus desastres anteriores, pero se recuper¨® al final
El miedo esc¨¦nico, pero con el calcet¨ªn vuelto. El Madrid necesita en estos d¨ªas un te¨®rico para desarrollar una tesis solvente del equipo y sus tendencias autodestructivas. Tuvo que mediar la vieja sociedad Michel-Butrague?o para provocar la catarsis en un estadio que estaba a punto de declararse zona catastr¨®fica.El partido hab¨ªa entrado en la fase crepuscular y el Racing ganaba. El Madrid se sent¨ªa colgado en el vac¨ªo, con el p¨²blico cargando armas y la abierta sensaci¨®n del desastre en todos los rincones del Bernab¨¦u: en el c¨¦sped, en las gradas y en el palco de autoridades. Los s¨ªntomas eran alarmantes. Villarroya hab¨ªa sido llamado para levantar el partido, y as¨ª estaba la cosa. A toque de corneta, el Madrid se dispuso a asaltar el ¨¢rea de Ceballos, los jugadores con el coraz¨®n encogido y el p¨²blico al borde de la insurrecci¨®n. Pero en medio de la agon¨ªa, se hizo la luz en el campo. Michel y Butrague?o interpretaron la pieza que les ha dado fama desde juveniles. El pase desde el callej¨®n del ocho y el viaje de Butrague?o al coraz¨®n del ¨¢rea. Luego, el pase a la red, la. comuni¨®n con la hinchada, la explosi¨®n, la ¨¦pica, y todo eso.
El gol marc¨® la divisoria del partido. Hasta la hora del buitre, el Madrid hab¨ªa padecido todos lo rigores de los partidos anteriores en el Bernab¨¦u, un escenario imponente que ahora s¨®lo sobrecoge a su propietario. La incomunicaci¨®n del equipo con su hinchada es de tal calibre que el Madrid se siente perseguido en su cancha. Es un equipo desconfiado y encogido. Nadie se expresa libremente con la pelota, todos con el rabillo del ojo puesto en el grader¨ªo para obtener la aprobaci¨®n del personal en cualquier tr¨¢mite, el pase de dos metros o el regate por compromiso. Un equipo atado por su miedo a la responsabilidad, al momento hist¨®rico que atraviesa y a la reacci¨®n visceral de una hinchada que acude a Chamart¨ªn con la pistola cargada.
En ese paisaje an¨ªmico, el Madrid siente el miedo que antes procuraba en sus enemigos. El sufrimiento encoge en estos momentos a los futbolistas del Madrid. Era pat¨¦tica la carrera del equipo contra el tiempo y contra la bronca. Y una vez m¨¢s, el rival actu¨® con precisi¨®n. El Racing dispar¨® todas las alarmas del Madrid con un juego conservador, pero sensato. Conducido por Quique Seti¨¦n, el Racing se tapaba en su ¨¢rea, armaba sus contragolpes con limpieza y buscaba los puntos d¨¦biles del Madrid. Ten¨ªa el tiempo a su favor, y tambi¨¦n la limitad¨ªsima capacidad de los madridistas para imponer otro juego que la pelota a la cazuela. Como recurso, era una birria, pero era sorprendente la superioridad cabeceadora del Madrid sobre un equipo que siempre ha tenido prestigio en el juego alto. "Ocho, han sido ocho", exclam¨® uno de esos aficionados atentos a la estad¨ªstica. Se refer¨ªa a los cabezazos de Zamorano en la primera parte.
El Madrid apenas tir¨® de otro recurso. El juego era un plomo de categor¨ªa. Todo el equipo se sent¨ªa agarrotado, cada vez m¨¢s cerca de sus cap¨ªtulos anteriores en el Bernab¨¦u. Lo m¨¢s consecuente era el gol del Racing. Y as¨ª fue. Combin¨® Quique con Torrecilla, que levant¨® la pelota con habilidad sobre la l¨ªnea defensiva del Madrid. Si llegaba alguien, era gol. Lleg¨® Radchenko y fue gol.
La conmoci¨®n fue grandiosa. En medio del desconcierto, el p¨²blico alent¨® las primeras carreras de Prosinecki por la banda y luego censur¨® la entrada en acci¨®n de Villarroya. El recurso de Villarroya es un s¨ªntoma de los tiempos que corren por Chamart¨ªn: el Madrid hab¨ªa apelado a la heroica. Fue Michel el hombre que toc¨® la corneta. Cogi¨® al equipo y lo llev¨® a la victoria. Cuando por fin conect¨® con Butrague?o, Michel conect¨® con el coraz¨®n de una hinchada que les hab¨ªa vuelto la espalda. Todo lo que sigui¨® fue un trance colectivo que acab¨® de manera victoriosa para un equipo que vive en estado de perpetua convalecencia.
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