El ojo de la carpa
Siete artistas del circo repasan sus recuerdos como espectadores
A la contorsionista le horroriza ver una silla de ruedas, a Payasito le duele tener un amigo yonqui y al trompetista polaco le saca de quicio no poder volver a su pa¨ªs. Los artistas del Circo Europa narran sus historias como espectadores.
Los que pagan por verles en la pista, olvidan que ellos tambi¨¦n son espectadores del circo y del mundo. Su mirada ha vibrado por el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, por el tigre rabioso o la silla de ruedas. Las historias vistas, o¨ªdas y vividas de los mujeres y hombres del Circo Europa se funden con su profesi¨®n. O con lo que aguarda fuera de la carpa.Roberto Faggioni
Empresario
Hace 21 a?os dej¨® de ofender las leyes de la gravedad salt¨® a tierra y pas¨® a luchar contra las le yes del mercado. Pero el trapecio a¨²n sigue balance¨¢ndose en su cabeza. Mientras su prole se de dica a saltar, fustigar y sonre¨ªr, ¨¦l les mira con lejana envidia. Roberto Faggioni, de 57 a?os, es el empresario-patriarca del Circo EuroDa. Ahora viste trnie chaqueta -sin corbata-, parlotea con un tel¨¦fono port¨¢til y fuma Marlboro. Todo un cambio. Si antes cortaba el aire con el m¨²sculo, ahora lo tumba con su barriga.
Siempre le gust¨® la precisi¨®n. Esa fracci¨®n de segundo en la que se decide el ¨¦xito o el fracaso. Por eso, para el Faggioni espectador, el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa adopta la forma de aros. Doce aros, arriba y abajo, en constante movimiento malabar, sin caerse nunca. Lo hac¨ªa su amigo Gerardi. Un chico more no y nervioso, que hasta en la comida volteaba los tenedores. "Una m¨¢quina, un milagro, un imposible", dice Roberto al recordar su n¨²mero, cuando Gerardi, con manos de robot, lanzaba al aire la docena de aros y transformaba su ca¨ªda en una nueva ascensi¨®n. Un espect¨¢culo ¨²nico, que se vio por ¨²ltima vez en 1959, el a?o en que Grerardi, el chico que era poco paciente, muri¨® en accidente de coche. Pero el circo sigui¨® girando, arriba y abajo. Y con ¨¦l, Faggioni.
Verano de 1964 y en la selva de Sur¨¢frica. Esa fue la peor noche. El tren se dirig¨ªa a Lorenzo Marques. Roberto dorm¨ªa, cuando siete vagones volcaron y con ellos el circo al completo.
Esa noche Faggioni, el amante de la precisi¨®n milim¨¦trica, conoci¨® el caos. Un remolino por el que se arrastr¨® con la pierna rota y en el que se mezclaron el espeso olor de la sangre de elefante con los aullidos de miedo,los rostros ensangrentados y el relinchar de caballos reventados. "Sent¨ª p¨¢nico", rememora. ?Y fuera del circo que es lo que m¨¢s le ha sorprendido? "Pues, pues ...", Faggioni titubea. Sus historias est¨¢n encerradas bajo una carpa..
Angelo di Lello
Trapecista portor
Angelo es puro y joven m¨²sculo circense. Coge un enorme mazo y en dos golpes hunde el hierro tres palmos en la tierra. Se acerca satisfecho al periodista y espeta: "A t¨ª no te veo en el circo, je, je". El muchacho, de 22 a?os, est¨¢ en la flor de la vida. Le gustan los tortellini que le prepara su mujer y le entusiasma el v¨ªdeo. Con este aparato incluso vibran sus fibras, sobre todo, cuando contempla las im¨¢genes del trapecista ruso -"el nombre no lo s¨¦"- que supera a todos sus colegas mediante un qu¨ªntuple salto mortal. "Para hacer eso hay que nacer en el aire", aventura Di Lello, quien al momento reflexiona y sentencia: "Me gustar¨ªa ser portor del ruso". Pero su sensibilidad se estremece no s¨®lo con la comida casera y los volatines. Hace 10 a?os en Marsella dos elefantes se escaparon durante la visita de un colegio al zoo del circo. El profesor solt¨® a los cr¨ªos y emprendi¨® la fuga. Un ni?o qued¨® paralizado ante el paquidermo. "Explot¨® como una uva". ?Y qu¨¦ se siente al ver eso? "Pues se siente in¨²til". Por las tardes, Angelo tambi¨¦n trabaja como payaso y baila swing.
Al¨ª Maioku
Domador de tigres
Vestido con un traje fucsia con filigranas y botas como de papel de plata, el refulgente Alex Wiliams, que se llama Al¨ª, acaba su n¨²mero d¨¢ndole un beso en los morros a un tigrazo de bengala. La fiera de lomos rayados apenas se inmuta. Parece saber que este musulm¨¢n de Kosovo, que un d¨ªa de verano de 1976 dej¨® de corretear por la orilla del Adri¨¢tico para buscar trabajo en el circo, es un hombre inofensivo, de 33 a?os, casado y con una hija. Alguien bromista -"pues claro, que eso de ser domador atrae a las mujeres"- y que recuerda como hace "algunos a?os" en pleno n¨²mero se apagaron los focos, durante cinco minutos. Al volver la luz, los espectadores advirtieron que el domador estrella Alex Williams se hab¨ªa esfumado de la pista. Colgaba, con traje fucsia, chorreras y botas de plata, del techo de1a jaula. Cuatro tigres le esperaban abajo con ¨¢nimo de acariciarle la cara. Un miedo que se dispara cuando le toca rememorar el peor momento. Su retina retiene dos Im¨¢genes. La primera refleja las puertas del circo abiertas y las butacas vac¨ªas."No vino nadie". La segunda, hace cinco a?os en un pueblo de Barcelona, contiene uno, dos, tres saltos mortales sin red que acabaron para el trapecista en una silla de ruedas. La pista vac¨ªa y la silla de ruedas, esas im¨¢genes son las fieras indomables de Al¨ª.
Javier Garc¨ªa Ontiveros
Payaso
Al chaval que se cri¨® en una calle de Madrid con nombre de zar zuela (Pan y Toros) le puede la fama. Cuando habla de s¨ª mis
El ojo de la carpa
mo, habla de programas de televisi¨®n, de apellidos ilustres del circo, de fugaces apariciones en pel¨ªculas de cine... No para. Pero en sus zapatos a¨²n conserva el polvo de la calle. Sabe que 'Tuera", bulle un mundo sin telones, que a veces mete su zarpa bajo la carpa y se traga al que pilla. Eso no le gusta.Recuerda al amigo que dibujaba estampas finas subido a una tarima. Equilibrios sobre un pedestal. Era un circense campechano y quiz¨¢ demasiado atrevido: confi¨® en aquello que aguarda fuera de la carpa. Perdi¨® el equilibrio. Empez¨® a meterse los aplausos por la la vena. Y mucho. Acab¨® yonqui perdido. Ahora es un espectro colapsado por el sida. "Eso es lo peor que he visto", dice Payasito un hombre que bajo el maquilaje se ha tragado algunos sapos, como aquel que le col¨® un representante en los a?os sesenta. Era un tipo elegante, que le cepill¨® con la promesa de un falso espect¨¢culo los ahorros. A?os m¨¢s tarde, le descubrieron trabajando en un circo. Ten¨ªa familia y poco dinero. "Nos dio pena". El oficio de Ontiveros, nacido en Villaverde, es otro que el de cobrar deudas.
Carolina Alves
Contorsionista
Ella no fuma pero todas las tardes a las 8.30 echa unas cuantas caladas. Coge un cigarrillo rubio, se lo pone entre los dedos del pie derecho, pasa el pie por la espalda, circunda la cabeza, lo baja por la frente y lo lleva hasta la boca. Lo ¨²nico que no hace es tragarse el humo. Por lo dem¨¢s, nada es imposible para su cuerpo de goma. De ah¨ª, que a esta portuguesa de 17 a?os, le espanten, como a Al¨ª, las sillas de ruedas, la inmovilidad f¨ªsica. El mismo motivo que, a la inversa, le lleva a admirar al trapecista Rodr¨ªguez, quien a 10 metros de altura, sin red, inicia un espect¨¢culo contrario a la f¨ªsica.
Se sujeta al trapecio con las curvas de sus piernas, empieza a girar y se convierte en una peonza humana. En ese momento, se desliza por el trapecio hasta quedarse sujeto por los gemelos. Ante ese ejercicio, Carolina se pone r¨ªgida.
Eros Faggioni
Domador de elefantes
Al astro todos le miman, pese a que su historia es casi tan peque?a como su edad, 12 a?os. No le atraen las alturas; prefiere, como su ¨ªdolo el jugador Papin del Milan, trabajar con los pies en tierra. Una faena que ¨¦l se encarga de elevar. Sabe que cuando juega con otros chavales les deja asombrados: "Soy domador de elefantes", les suelta. Unos anima es a los que "comprende". No como los tigres. A los cinco a?os, se le ocurri¨® jugar con un cachorro de tigre. Entre saltos y cosquilleos, el peque?o se golpe¨® el rostro. Un hilo de sangre brot¨® por su nariz. Al momento, ten¨ªa los colmillos del depredador incrustados en el cr¨¢neo, el ojo izquierdo rajado y parte del cerebro a la intemperie. Cien puntos, a modo de coronilla, dan fe del hecho.
Jakub Kowalski
Trompetista
Lo suyo es el jazz, aunque con sus manotas toca lambada, marchas y ritmos pegadizos. Este polaco barbudo, que con el uniforme parece sacado de la Sargent Pe¨¦pers Lonely Hards Club Band, rompe la imagen id¨ªlica del circo. De los viajes, se le ha pegado, m¨¢s que los colorines de la pista, el fr¨ªo en los huesos. Aun as¨ª, se r¨ªe sonoramente al recordar como en Rusia, durante una funci¨®n, se escap¨® un oso. Domadores, trapecistas y saltimbanquis huyeron despavoridamente. Un espectador, creyendo que aquello era parte de la funci¨®n, salt¨® a la pista, cogi¨® de la mano al oso y lo condujo a una jaula. "Y el oso era as¨ª de grande". El enorme Kowalski se pone de puntillas y eleva todo lo que puede la mano, que no es poco.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.