La raz¨®n econ¨®mica como inductora del golpe
Yeltsin ha ganado la batalla con el Parlamento ruso tras el inopinado bombardeo de su sede en la Casa Blanca. La acci¨®n fue acogida con generalizada conformidad entre los Gobiernos occidentales, por formar parte, a su juicio, de las condiciones que han de crearse para el buen fin de las reformas econ¨®micas ya emprendidas, aunque la realidad demuestra que la confrontaci¨®n entre ambos poderes responde al hecho de que la transici¨®n hacia la econom¨ªa de mercado dirigida por Yeltsin hab¨ªa tomado una direcci¨®n equivocada.A principios de septiembre se hac¨ªa evidente que el programa de privatizaci¨®n econ¨®mica m¨¢s vasto y acelerado habido jam¨¢s en el mundo no ten¨ªa visos de instituir en Rusia el estilo capitalista de Occidente. Miles de f¨¢bricas se transformaron en sociedades an¨®nimas en virtud de las nuevas leyes. Sin embargo, en muchas de ellas el accionariado mayoritario -en poder del 51% al 71% de las acciones estaba compuesto por los propios trabajadores, quienes hab¨ªan elegido la suscripci¨®n cerrada, una de las tres opciones permitidas por el programa de privatizaci¨®n. Casi tres cuartas partes del n¨²mero de empresas del sector industrial recientemente privatizadas pertenec¨ªan legalmente a los colectivos de trabajadores. Se hab¨ªa logrado, en primera instancia, no un capitalismo de mercado, sino uno de signo autogestionario al estilo yugoslavo de la d¨¦cada de los cincuenta.
Depositar la propiedad en manos de los trabajadores demostraba claramente no ser la mejor v¨ªa para la reconstrucci¨®n econ¨®mica, ni mucho menos la puerta de entrada a la modernizaci¨®n del proceso productivo que per se ha de generar paro forzoso y excedentes laborables, m¨¢xime si los beneficios deb¨ªan ser destinados a elevar los salarios y a mantener los servicios sociales antes que a repartir dividendos entre aquellos audaces que adquirieron en Bolsa los t¨ªtulos sobrantes de cada compa?¨ªa. Se daba por hecho que los precios subir¨ªan m¨¢s que la productividad. La opci¨®n alternativa de reconstrucci¨®n que ofrec¨ªa el programa de privatizaci¨®n consist¨ªa en otorgar un 20% de las acciones a los empleados a cambio de nada, y subastar al menos un 50% del resto en el mercado libre. Tan s¨®lo un 2% de las empresas se acogieron a este m¨¦todo, precisamente las que se hallaban al borde de la bancarrota o las que ni siquiera hab¨ªan entrado en funcionamiento.
A nadie le sorprendi¨® que los colectivos de trabajadores se pudieran permitir la compra de acciones, por la sencilla raz¨®n de que la mayor¨ªa se vend¨ªan a precio de saldo. En el periodo comprendido entre enero de 1992 -inicio de las reformas econ¨®micas con la liberalizaci¨®n de precios y salarios y enero de 1993-cuandose dio el pistoletazo de salida a la privatizaci¨®n popular-, la mayor¨ªa de los precios se incrementaron un 2.500%, mientras que el valor nominal de las empresas industriales se mantuvo al nivel de 1991. Dicho valor se hab¨ªa estimado en funci¨®n del coste hist¨®rico (a saber, la asignaci¨®n presupuestaria que ¨²nicamente barajaba el Estado en sus tablas, en concepto de: compras para cada nuevo centro industrial, y la liquidez monetaria necesaria para el pago de salarios, ambas cosas requeridas para construir y poner una f¨¢brica en funcionamiento), lo cual se inscribir¨ªa en un registro de costes, algo que en el inveterado sistema sovi¨¦tico hubiese dado en llamarse a efectos estad¨ªsticos registro de valores de la empresa.
La contradicci¨®n evidente entre los objetivos del programa de privatizaci¨®n y sus resultados le empujan a uno a pensar en qui¨¦n dise?¨® tama?a estrategia. La necesidad de reformas y de creaci¨®n de una econom¨ªa mixta, con pritavizaciones graduales de las industrias de servicios fue ya en tiempos reconocida por Gorbachov. Desde los inicios de la perestroika, las rentas hab¨ªan crecido con m¨¢s rapidez que la productividad. Tras la huelga de los mineros en 1989, los salarios aumentaron ostensiblemente. En las econom¨ªas de mercado, esto causa presiones inflacionistas, en tanto que en las econom¨ªas socialistas, donde los precios son controlados y subvencionados, el desequilibrio entre las rentas y la producci¨®n crea una escasez artificial de bienes de consumo y largas colas. En 1990, cuando las elecciones democr¨¢ticas auparon al poder Gobiernos de talante populista en casi todas las rep¨²blicas sovi¨¦ticas, el Gobierno central perdi¨® el control sobre los salarios. En la Federaci¨®n Rusa, el salario mensual medio se elev¨® de 297 a 579 rublos en 1991. El volumen de ahorro depositado en los bancos alcanz¨® la cifra r¨¦cord de 372 billones de rublos, mucho m¨¢s que el presupuesto anual del Estado. Se desarrollaron tres propuestas a partir de los debates y prescripciones sobre c¨®mo se deb¨ªa poner remedio a la situaci¨®n.
La m¨¢s optimista y ut¨®pica de las propuestas fue la de grandes oportunidades formulada por el t¨¢ndem Gorbachov-YavIinsky, citada por el propio Gorbachov en su discurso de aceptaci¨®n del Nobel de la Paz y en la reuni¨®n del G-7 en Londres, en julio de 1991. Esencialmente consist¨ªa en un Plan Marshall para la Uni¨®n Sovi¨¦tica: del mismo modo que el programa de recuperaci¨®n europea cre¨® estabilidad econ¨®mica tras la guerra, un paquete de ayuda similar de 150.000 millones de d¨®lares durante tres a?os para la reconstrucci¨®n econ¨®mica de la Uni¨®n Sovi¨¦tica surtir¨ªa los mismos efectos.
Leonid Abalkin y Aganbegyan, economistas de la l¨ªnea pragm¨¢tica, abogaron por un enfoque m¨¢s realista. Propon¨ªan una eliminaci¨®n gradual de la subsidiaci¨®n de precios junto con un proceso de privatizaci¨®n selectivo, basado en la acumulaci¨®n de fondos en efecto que incluir¨ªa la venta total al p¨²blico de pisos, viviendas, peque?os comercios, cafeter¨ªas, materiales de construcci¨®n, dachas, algunos bienes de equipo y peque?as parcelas de tierra. Esta medida conllevar¨ªa la absorci¨®n del exceso de dep¨®sitos en cuentas de ahorro, mejorar¨ªa los servicios y a la vez estimular¨ªa el crecimiento econ¨®mico. El plan se present¨® en dos versiones: una r¨¢pida, para realizarlo en 500 d¨ªas, y otra lenta, que lo prolongaba durante varios a?os.
El tercer plan era el m¨¢s simple y el que recibi¨® el apoyo del Fondo Monetario Internacional y de algunos de los asesores occidentales de Yeltsin. Propon¨ªa m¨¦todos para una terapia de choque que se hab¨ªan probado con ¨¦xito en Polonia. El proyecto era respaldado para su aplicaci¨®n en Rusia por un equipo de j¨®venes economistas encabezados por Yegoir Gaidar y, en s¨ª, preve¨ªa una eliminaci¨®n r¨¢pida y simult¨¢nea de los controles gubernamentales sobre los precios y las rentas, a fin de que el dinamismo del propio mercado se hiciera cargo del resto. Parec¨ªa el camino m¨¢s f¨¢cil hacia la reforma, y Yeltsin decidi¨® adoptarlo con algunas modificaciones para paliar posibles tensiones durante la fase dura del tratamiento. Se confiaba en que un proceso de privatizaci¨®n acelerado, amplio y masivo desde mediados de 1992 junto con la concesi¨®n temporal de poderes extraordinarios que capacitaran al presidente en la toma de decisiones r¨¢pidas coadyuvar¨ªan a equilibrar los efectos negativos de las medidas de choque.
El programa se impuls¨® a principios de 1992. La terapia de choque produjo unos efectos mucho m¨¢s r¨¢pidos que en Polonia, ya que la econom¨ªa rusa estaba dominada por monopolios. En los primeros cuatro meses los precios subieron de cinco a diez veces, engullendo todo el excedente monetario acumulado por la poblaci¨®n durante d¨¦cadas. Por contra, se produjo una aguda escasez de dinero en efectivo y una profunda ca¨ªda del consumo, pese al f¨¦rreo control sobre la masa monetaria y por si no fuera poco la inflaci¨®n no decay¨®, ni tan siquiera se detuvo. Los precios continuaron subiendo y la crisis monetaria golpe¨® a todo el mundo por igual, consumidores, productores y Gobierno. El derrumbe de la econom¨ªa se impidi¨® con la intervenci¨®n del Banco Central, que actu¨® sin el permiso de la autoridad, aunque el problema de liquidez era tan grave que no se daba abasto en la impresi¨®n de papel moneda.
El proceso de privatizaci¨®n se mantuvo bajo esta situaci¨®n dram¨¢tica definida por la escasez, no s¨®lo de capital para invertir y de cr¨¦ditos bancarios, sino tambi¨¦n de liquidez para pagar salarios y pensiones. El Gobierno crey¨® que, dada la escasez de dinero, los vales de privatizaci¨®n se tomar¨ªan con seriedad, la justa para acometer la r¨¢pida transici¨®n del socialismo al capitalismo. Con el fin de incitar a la poblaci¨®n a que usase sus vales con rapidez, un mensaje impreso sobre el mismo advert¨ªa que su validez expiraba el 31 de diciembre de 1993. Sin embargo, hasta septiembre de este a?o, tan s¨®lo 23,8 millones de vales se hab¨ªan utilizado para adquirir acciones. Los restantes 125 millones, a recaudo a¨²n de la poblaci¨®n, son ahora vistos m¨¢s como amenaza que como est¨ªmulo a la econom¨ªa rusa.
A principios del pasado septiembre, Oleg Lobov, por entonces viceprimer ministro para asuntos econ¨®micos, presento un escrito a Yeltsin sugiri¨¦ndole la paralizaci¨®n de la venta de vales de propiedad. Cre¨ªa que la privatizaci¨®n s¨®lo pod¨ªa reanudarse tras una revaluaci¨®n real de la infraestructura industrial y del patrimonio. Los c¨¢lculos posteriores indicaban que los principales activos industriales rusos se valoraban no en 1,5 trillones de rublos, sino de 250 a 300 trillones a precios de julio de 1993. Se discuti¨® la invalidaci¨®n de todos los vales en circulaci¨®n expedidos con anterioridad, por lo que se recomend¨® sustituirlos por cuentas de privatizaci¨®n revisadas en funci¨®n de la inflaci¨®n, un proyecto que el Parlamento intent¨® aplicar infructuosamente desde 1991. A la vista de los hechos arreciaron las cr¨ªticas del Parlamento contra las pr¨¢cticas deshonestas y econ¨®micamente destructivas del Gobierno y su programa de privatizaci¨®n.
En un principio, Yeltsin coincidi¨® con los planteamientos de su ministro Lobov, si bien se percat¨® acto seguido que un cambio radical en el curso de las medidas pondr¨ªa al Gobierno que presid¨ªa en una dificil situaci¨®n. Inesperadamente, se deshizo de Lobov y restituy¨® en el cargo a Yegor Gaidar. Occidente acogi¨® el cambio como signo de que las reformas se agilizar¨ªan. De hecho, no fue m¨¢s que una forma de cubrir su retirada. Gaidar es un s¨ªmbolo convincente de la reforma, sobre cuyas espaldas pasar¨ªa inadvertida una moratoria del proceso de privatizaci¨®n.
En estos d¨ªas, como cerrojazo final a sus planes, Yeltsin se ha embarcado en una extempor¨¢nea salida del desbarajuste econ¨®mico reinante, ha disuelto el Parlamento y ha silenciado a todo y todos cuantos fueron o pudieran ser cr¨ªticos con su gesti¨®n. En el fondo sabe bien que los vencedores nunca responden ante los tribunales.
es bi¨®logo, analista pol¨ªtico y escritor. Reside en Londres desde 1973.
Traducci¨®n: Joan Carles G¨®mez
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