Apoyar a Yeltsin
La opini¨®n p¨²blica occidental no ha sentido simpat¨ªa por Jasbul¨¢tov y Rutsk¨®i, pero ha re accionado negativamente ante el comportamiento de Yeltsin. ?Por qu¨¦ esta brutalidad des pu¨¦s de tantas ocasiones perdi das? Y los testigos, rusos o extranjeros, nos han ofrecido una imagen inquietante del comportamiento del presidente durante esa tarde de domingo en la que hab¨ªa que tomar las grandes de cisiones. Las reacciones de los rusos parecen haber sido similares, ya que nadie se ha decantado por un bando u otro, lo cual, por otra parte, ha evitado a Rusia una guerra civil y ha limitado la crisis a una secuencia de golpe y contragolpe que re cuerda m¨¢s a Fujimori que a Lenin.Estas reacciones son comprensibles, pero las considero inadecuadas, ya que en estos momentos no se trata de emitir un juicio sobre la personalidad de Yeltsin, sino sobre las posibilidades de democratizaci¨®n y enderezamiento econ¨®mico de Rusia.
Por consiguiente, hay que razonar por etapas, estrat¨¦gicamente. Para empezar, est¨¢ claro que una victoria de Rutsk¨®i arrastrar¨ªa a Rusia a un nacionalismo autoritario que probablemente habr¨ªa conducido a este pa¨ªs al caos m¨¢s completo, puesto que no existe manifiestamente fuerza pol¨ªtica alguna capaz de dirigir esta contrarrevoluci¨®n. Raz¨®n suficiente para apoyar sin reservas a Yeltsin. Pero la segunda cuesti¨®n es: ?va a convertirse Yeltsin en un nuevo Bonaparte, va a verse ¨¦l mismo arrastrado por el caos o, por fin, va a enderezar su pa¨ªs? El primer requisito para responder a esta cuesti¨®n es tener una opini¨®n clara sobre los factores clave de ese enderezamiento. Existen cl¨¢sicamente tres: los efectos de la liberalizaci¨®n de la econom¨ªa, una voluntad popular y nacional de liberaci¨®n; el restablecimiento de un sistema pol¨ªtico capaz de manejar las tensiones y los conflictos inevitables en una transformaci¨®n tan brutal de toda la sociedad. La pirimera respuesta, la de Gaidar, ha mostrado ser falsa; la segunda, que es la que el propio Yeltsin dio cuando le plante¨¦ mi enigma, es refutada por la pasividad de una poblaci¨®n aplastada por la pobreza y la desorganizaci¨®n econ¨®mica y administrativa. Queda la tercera respuesta, que seguramente es la buena, como demuestra el ejemplo polaco que ser¨¢ confirmado ma?ana en Hungr¨ªa. Polonia ha experimentado un impacto econ¨®mico comparable al que padece Rusia, pero su sistema pol¨ªtico no ha reventado, ni cuando el pa¨ªs se vio arrastrado por una oleada de populismo cristiano reaccionario ni hoy que el descontento beneficia a los antiguos comunistas. Juzgar a Yeltsin se convierte, por tanto, en un juicio sobre un punto preciso: si el factor decisivo para el enderezamiento de Rusia es la construcci¨®n de un sistema pol¨ªtico que, en efecto, jam¨¢s ha sido construido a pesar de los numerosos intentos por crear partidos pol¨ªticos, ?va a contribuir Yeltsin a esta reconstrucci¨®n? La respuesta es s¨ª, sin ninguna duda.
Yeltsin, tal vez presionado por Clinton, confirm¨® poco despu¨¦s de la rendici¨®n de los golpistas que las elecciones se celebrar¨ªan en diciembre. Es cierto que no ha vuelto a hablar de su propia reelecci¨®n, pero, como es el ¨²nico que ha conseguido dos veces legitimidad democr¨¢tica, este punto no es decisivo. En cambio, unas elecciones libres, aunque se organicen en las peores condiciones, sin partidos pol¨ªticos y en medio de las fuertes presiones que soporta la opini¨®n p¨²blica, sobre todo a trav¨¦s de la televisi¨®n, constituyen un elemento fundamental de la reconstrucci¨®n de un sistema pol¨ªtico.
La situaci¨®n en Eslovaquia tampoco es muy halag¨¹e?a, pero evoluciona hacia un cierto pluralismo m¨¢s que hacia el poder personal de Meciar. Lo mismo hay que decir de Yeltsin. Rusia se encuentra por fin en el punto cero al que deber¨ªa haber llegado hace mucho tiempo. El antiguo r¨¦gimen por fin ha sido realmente abolido, y los municipios en los que se manten¨ªan, como en el Parlamento, los hombres del sistema comunista est¨¢n llamados a autodisolverse. Simb¨®licamente, la tumba de Lenin est¨¢ cerrada.
Es el momento m¨¢s peligroso, pero tambi¨¦n en el que con mayor urgencia se impone la creaci¨®n de un nuevo sistema pol¨ªtico. A principios de 1992 fue Gaidar quien prevaleci¨® frente a Burbulisiunto a Yeltsin, el economista liberal contra el pol¨ªtico. Era Burbulis quien ten¨ªa raz¨®n. Y cuanto m¨¢s se comprometa Yeltsin con las elecciones, m¨¢s candidaturas habr¨¢ a favor y en contra de Yeltsin, y m¨¢s positivas ser¨¢n las elecciones de diciembre. S¨®lo la reconstrucci¨®n del sistema pol¨ªtico y tambi¨¦n del Estado permitir¨¢definir las reglas jur¨ªdicas y econ¨®micas que permitir¨¢n que la actividad del pa¨ªs se reorganice y se libere de la doble amenaza de las mafias y del lumpen, por utilizar los t¨¦rminos que emplean los propios rusos.
Nada garantiza el ¨¦xito de esta reconstrucci¨®n, pero en este momento Yeltsin es la ¨²nica oportunidad con que se cuenta, porque el paso decisivo que debe darse son las elecciones, de las que Yeltsin es el ¨²nico garante, puesto que es el amo absoluto de la situaci¨®n. Y lo que justifica el optimismo no es la confianza que se pueda tener en Yeltsin, sino su propia debilidad, ya que no est¨¢ en condiciones de jugar a Bonaparte cuando no ha dado muestras de ser el verdadero jefe del Ej¨¦rcito.
Los dirigentes occidentales han hecho bien en apoyar firmemente a Yeltsin. Puede que sea incapaz de dirigir el proceso de reconstrucci¨®n, pero es el ¨²nico que puede ponerlo en marcha y que ha demostrado incluso su voluntad de dar prioridad a unas elecciones generales. Por lo tanto, hoy hay que apoyar a un Yeltsin debilitado igual que hab¨ªa que apoyar al Yeltsin triunfante de finales de agosto de 1991.
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