La catedral de Burgos, en peligro
Todas las viejas ciudades -las ciudades milenarias, no escasas en nuestra geograf¨ªa- ofrecen una imagen en que quedan sintetizadas las claves culminantes de su historia. En Santiago, la gloria del rom¨¢nico convierte en piedra la dimensi¨®n cultural -europe¨ªsta- de las peregrinaciones jacobeas; en Toledo, el encuentro convivencial de las tres culturas se hace expl¨ªcito en la catedral, en el Cristo de la Luz, en las sinagogas; en C¨®rdoba est¨¢ presente el esplendor de los omeyas; en Granada, el crepuscular refinamiento de los nazar¨ªes...Burgos, a su vez, parece plasmar en su fisonom¨ªa el tr¨¢nsito del oto?o de la Edad Media al primer Renacimiento. Su riqueza monumental es reflejo esplendoroso del ascenso econ¨®mico que, hacia el siglo XV, la hab¨ªa convertido en una de las claves del gran comercio lanero entre Castilla y los pa¨ªses n¨®rdicos. Esa activa conexi¨®n que hermana a Burgos con los grandes centros urbanos del c¨ªrculo borgo?¨®n y de la cuenca renana tiene trasunto est¨¦tico impresionante en la escuela pict¨®rica hispano-flamenca, pero, sin duda, tal trasunto halla su expresi¨®n m¨¢s alta en la obra escult¨®rica de Gil de Siloe, que resume lo m¨¢s fino, elegante y exquisito en la historia de nuestro arte.
El famoso tr¨ªptico de Covarrubias trasplanta a Burgos el mundo iconogr¨¢fico de Memling: hay en estas sagradas figuras, estilizadas, Ungidas por la gracia, esa misma melancol¨ªa, llena de encanto, caracter¨ªstica de la escuela de Brujas. En la cartuja de Miraflores, el refinamiento de Siloe logra una prodigiosa perfecci¨®n en las estatuas yacentes de Juan II y de Isabel de Portugal -posible retrato, esta ¨²ltima, de la Reina Cat¨®lica-, y en la noble figura orante del infante don Alfonso, que halla, a su vez, su doble en el monumento sepulcral del joven caballero don Juan de Padilla, hoy conservado en el Museo Provincial.
Siento una especial predilecci¨®n por esta obra maestra de Gil de Siloe, m¨¢s sencilla y quiz¨¢ por ello m¨¢s impresionante que las de la cartuja. Juan de Padilla fue doncel de Isabel la Cat¨®lica, y muri¨® heroicamente en la. guerra de Granada. Este monumento funerario se erigi¨® en el monasterio de Fresdeval -cuyo nombre es ya un poema-: fundaci¨®n del adelantado mayor de Castilla G¨®mez Manrique -pariente del otro G¨®mez Manrique, el poeta, y del sobrino de ¨¦ste, Jorge Labrado en alabastro, el maravilloso sepulcro de Juan de Padilla es como un perfecto s¨ªmbolo de su tiempo. La alusi¨®n a la muerte cristiana queda plasmada en el exquisito relieve del fondo -el entierro de Cristo-, en contraste con la riqueza material y la gloria terrestre que reflejan las vestiduras del doncel: sus "ropas chapadas" -brocados y perlas- cubriendo una cota de mallas. Se hace inevitable el recuerdo de las estrofas inmortales: 'Las justas y los torneos, /paramentos, bordaduras / y cimeras / ?fueron sino devaneos? / ?Qu¨¦ fueron, sino verduras / de las eras ... ?".
Pero es en la catedral donde se resume todo un proceso hist¨®rico y cultural vinculado fundamentalmente al din¨¢mico cosmopolitismo del Burgos renacentista. All¨ª, los Siloe -padre e hijo-, art¨ªfices, respectivamente, del afiligranado retablo de la Concepci¨®n y de la bell¨ªsima escalera dorada, est¨¢n en el centro de una trayectoria enmarcada por los Colonia -en las flechas y en la prodigiosa b¨®veda del crucero; en la espl¨¦ndida capilla del condestable-, y, a su vez, abren ruta hacia Bigarny y el soberbio triunfo renacentista -miguelangelesco- del retablo mayor.
Burgos -la Burgos actuales, una ciudad mod¨¦lica por el esmero con que cuida su imagen. El espl¨¦ndido ensanche de nuestros d¨ªas no ha afectado en absoluto la integridad de su caser¨ªo tradicional -blancos miradores y galer¨ªas-; la limpieza y frescura de sus paseos y jardines -recientemente historiados en un precioso libro por Carmona Dur¨¢n y Sebasti¨¢n Garc¨ªa- son como una pauta civilizada para ciudades tan descuidadas como Madrid, sin ir m¨¢s lejos. Hay, por otra parte, en los burgaleses de hoy un amoroso desvelo por la restauraci¨®n y revalorizaci¨®n de sus riquezas art¨ªsticas: acaba de abrirse otro museo excepcional, el de los retablos, en la elegante iglesia de San Esteban. Sin embargo, la joya arquitect¨®nica que sobre todas caracteriza a Burgos, la que resume sus se?as de identidad, es la catedral. Y la catedral, tal como hoy se encuentra, no responde a esa tradici¨®n civilizada, de desvelo por el gran patrimonio cultural acumulado por los siglos, a que acabo de referirme.
Su belleza se impone sobre todos los males, pero los males se hacen cada d¨ªa m¨¢s evidentes: no s¨®lo el mal de piedra, un c¨¢ncer atroz que, desde hace muchos a?os, viene devorando los maravillosos relieves de Bigarny en el trasaltar mayor, sino la ruina, que amenaza la estabilidad de una de las flechas de Sim¨®n de Colonia, o el deterioro de sus portadas -pienso en las mutilaciones que afean la de la Pellejer¨ªa-, o, en fin, la suciedad de siglos que matiza todo el edificio y que empa?a el estofado del retablo mayor...
En el pasado mes de agosto se pusieron las bases imprescindibles -a trav¨¦s de una sociedad cultural burgalesa- para reunir los fondos econ¨®micos con que iniciar las obras de restauraci¨®n. Pienso en lo que fue la recuperaci¨®n de la catedral de Colonia, malherida por la ¨²ltima guerra mundial. Pienso en la transfiguraci¨®n del duomo milan¨¦s tras una limpieza ejemplar y minuciosa. En nuestra Espa?a, las catedrales de Toledo, de Le¨®n, de Sevilla, han conseguido superar situaciones parecidas a las que hoy atraviesa su hermana de Burgos. Sin embargo, las obras necesarias en el caso de esta ¨²ltima son indifigentes, y creo dif¨ªcil que la caput Castellae, por sus solas fuerzas -o por las que le preste la comunidad castellano-leonesa-, logre abordarlas en toda su amplitud. La sociedad espa?ola en su conjunto est¨¢ llamada a acudir en su auxilio; es algo entra?able de su propio ser lo que hay que salvar.
Dec¨ªa un conocido historiador, buen amigo m¨ªo, que Espa?a no se puede permitir el lujo de su enorme patrimonio monumental: quer¨ªa decir que siempre carecer¨¢ de medios para conservarlo en buen estado. Ese agudo comentario responde a una actitud racionalista, pero equivocadamente racionalista: el patrimonio monumental de Espa?a es un tesoro, pero un tesoro productivo; a?o tras a?o, el turismo intemacional, una de nuestras fuentes de ingresos m¨¢s saneadas, va decant¨¢ndose con predilecci¨®n hacia los aspectos culturales y relativizando el atractivo coyuntural de las playas. Cualquier inversi¨®n destinada a conservar en buen estado o a rescatar sus grandes joyas art¨ªsticas -tal el caso de la catedral de Burgos- es una inversi¨®n excelente.
Y aunque no lo fuera en el sentido estrictamente material: creo que es mucho m¨¢s importante -m¨¢s valioso tambi¨¦n que cualquier otro bien el ingente legado de los siglos, que de continuo nos evoca la realidad de nuestro ser, esto es, nuestra realidad hist¨®rica. Algo de lo que, por desgracia, parecen cada d¨ªa m¨¢s alejadas -m¨¢s divorciadas- las nuevas generaciones.
La catedral de Burgos es un s¨ªmbolo nacional. Hay que salvarlo a toda costa.
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