"Ciao, Federico"
Un cita de amor se convirti¨® en mi primer encuentro con el cine de Federico Fellini y la metamorfosis de Stendahl: La strada es un espejo que se pasea a lo largo de un camino. La pel¨ªcula surgio , simplemente, de una visi¨®n de Fellini. Un d¨ªa se detuvo en una carretera y divis¨® una carreta detenida en un claro. Fellini penetr¨® en el bosque y vio junto a la carreta una pareja de gitanos. Arrimados a un fuego, los gitanos, un hombre y una mujer, com¨ªan en cuclillas y en silencio. Terminaron de comer y la mujer guard¨® las vasijas. En todo el tiempo no hab¨ªan hablado palabra.Los cr¨ªticos condenaron una vez a Fellini de no tener nada que decir. El cine es precisamente el arte de no tener nada que decir. De ah¨ª su influencia en la novela moderna. ?Qu¨¦ tiene que decir, por ejemplo, El acorazado Potemkin? Unos marinos rusos encuentran que sus raciones, rancias, saben a queso de Limburgo y en ellas anidan unos gusanos blancos. En protesta se amotinan pidiendo un mejor men¨².
Las consecuencias del mot¨ªn es que otros acorazados, tal vez con mejor comida, imponen el orden zarista a ca?onazos. El resultado visible es que, como relata Borges, tres leones de m¨¢rmol sufren al hacerse a?icos. Hay m¨¢s ejemplos ilustres, pero ?para qu¨¦ seguir? El cine est¨¢ hecho de la banalidad de otras artes y la mayor¨ªa de las pel¨ªculas ni se pueden contar. ?sa es la grandeza del cine americano, del expresionis-mo alem¨¢n y, ?por qu¨¦ no decirlo?, de las pel¨ªculas de Fellini, a¨²n las que cuentan con textos can¨®nicos como El satyric¨®n y Las aventuras del caballero Giacomo Casanova. Ocho y medio, por ejemplo, es toda forma y a la vez una experiencia g¨¢rrula en un contexto absolutamente visual. Es, adem¨¢s, la mejor pel¨ªcula italiana de los ¨²ltimos treinta a?os. Los cr¨ªticos, de nuevo, condenaron a Fellini por haber hecho cine autobiogr¨¢fico. Pero, ?qu¨¦ cosa es El ciudadano Kane? Fellini supo extender su biografia a artebiografia, con elementos que vienen de su vida y se transforman en autobiografia.
Arca de No¨¦
Cuentan que Fellini de ni?o se escap¨® de casa para unirse a un circo. Ese circo, por supuesto, es el cine. Como No¨¦, el cineasta ha poblado su arca de animales varios.
Fellini ha sido acusado de relapso (por la curia), un reaccionario (por la comuna, de Par¨ªs a Mosc¨²), mis¨®gino (por las feministas) y hasta algunos machistas lo han acusado de hom¨®fobo por su versi¨®n del Satyric¨®n. Nadie ha declarado que para ver la vida a trav¨¦s del cine s¨®lo tiene dos contrincantes: Orson Welles y Alfred Hitchcock. El cine moderno ser¨ªa otro de no haber existido Fellini y su colecci¨®n de grotescos vistos por una c¨¢mara amable, amorosa. Pel¨ªculas tan distintas como All that jazz y D¨ªas de radio, para no mencionar un casi plagio del mismo Woody Allen, Stardust Memories, o el final de la mediocre Luna de miel en Las Vegas, son vistas con la visi¨®n de Fellini. Bob Fosse muri¨® a tiempo, pero uno tiembla en la luneta [butaca] al pensar en un Woody Allen sin Fellini. Ser¨ªa un jud¨ªo errando en busca de Bergman.
Fellini fue vago de afici¨®n, caricaturista de profesi¨®n y corrector de pruebas. Este ¨²ltimo empleo le permiti¨® pintar con precisi¨®n los esclavos de las galeras del Satyric¨®n.
Es curioso que un bombardeo aliado, que destruy¨® la posibilidad de ser soldado del Duce (a la fuerza), lo condujera ese mismo a?o a casarse con Giulietta Masina, attrice. El raid aliado impidi¨® que Fellini fuera un fascista, como fueron todos los grandes directores del cine italiano de posguerra. Tal vez sea la raz¨®n por la que Roberto Rossellini contratara a Fellini para escribir el gui¨®n de Roma, ciudad abierta, cinta oportunamente antifascista.
La Roma real permiti¨® que Fellini entrara en la Roma del cine. Su cine, a partir de sus primeras pel¨ªculas a d¨²o, Luces de music-hall, es personal y pasional, y tiene un gusto grande por la caricatura.
El jeque blanco fue la primera pel¨ªcula de Fellini, un homenaje a los fumetti, el verdadero cine popular de entonces aunque las im¨¢genes nunca se movieran. Se le conoc¨ªa como la comistrippa, una suerte de Cor¨ªn Tellado avant la lettre. En El jeque blanco entre fantas¨ªas er¨®ticas y comen-tarios sociales, sexuales, encontramos por primera vez al verdadero Fellini, il vero vate.
Luego vino, en 1953, su gran ¨¦xito comercial, I vitelloni, su memorable encuentro con Alberto Sordi que tiene un bocadillo todo boca: "Laboratori", grita Sordi a toda voz y despu¨¦s produce una trompetilla que se oy¨® en todas partes. Es una l¨¢stima que por su vanidad (Fellini se cre¨ªa un buen mozo) Sordi no fuera su alter ego. Lo fue el gal¨¢n Marcello Mastroianni en La dolce vita, la pel¨ªcula que dio una frase al siglo y un nombre, papparazzo, a una profesi¨®n: fot¨®grafos, periodistas chismosos, el destino que habr¨ªa sido el de Fellini de no haber existido el cine
Proust a la italiana
?Es ¨¦sta mi pel¨ªcula de Fellini favorita? Aunque hay un Cristo de cemento que levita con auxilio de un helic¨®ptero y un mambo, Patricia, que fue como un himno a las mamas may¨²sculas de Anita Ekberg, la dolce no se sostiene en una visi¨®n actual. Mis pel¨ªculas suyas preferidas son Ocho y medio, Amarcord (Proust a la italiana) y E la nave va, una pel¨ªcula que es una visi¨®n de la ¨®pera cantada por un rinoceronte.
Fellini es el ¨²ltimo de los grandes directores de cine italianos, tal vez el m¨¢s grande, por lo menos el m¨¢s divertido y diverso. A Fellini hay que decirle ahora como lo saluda y lo despide Anna Magnani al abrir y cerrar la puerta negra como un final en Roma: "Ciao, Federico".
Babelia
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