Horas
Tenemos muy poco que decir sobre las horas de trabajo. M¨¢s bien parece que nos lo van a decir todo desde fuera. Lo que no quita, desde luego, la necesidad de la reflexi¨®n. A reflexionar tenemos derecho.Primero, desde el punto de vista mas noble, se nos plantea una deliciosa discusi¨®n propia de optimistas irredentos y confianzudos sistem¨¢ticos en la Historia: la evoluci¨®n de la Humanidad (estas cosas hay que escribirlas, a veces, con may¨²sculas) conduce a la liberaci¨®n del Hombre. En el futuro, a quien le toque vivir semejante momento, se realizar¨¢ el personal con una escasa dosis de trabajo muy creativo y un mont¨®n de ocio igualmente creativo. La semana de cuatro d¨ªas es un paso en esa direcci¨®n. Lo que pasa es que eso s¨®lo parecemos pensarlo los europeos y algunos pocos australianos y americanos.
Luego viene la realidad. Y aqu¨ª parece que cada uno habla de una cosa distinta como si fueran la misma. Las empresas de coches quieren la semana de cuatro d¨ªas para producir menos coches, que no hay a quien vend¨¦rselos. Los partidos pol¨ªticos y los sindicatos discuten desde el punto de vista del reparto de trabajo. Todos, a trabajar menos tiempo para que todos trabajemos. O sea, que lo del ideal, puestos los pies sobre la tierra, se transforma en una manera zafia de resistir los empujones que nos pegan a los disfrutadores del Estado de bienestar quienes quieren tener un poco de bienestar.
Hay un mont¨®n de chinos (marroqu¨ªes, malaisios, checos) que est¨¢n dispuestos los muy canallas a trabajar barato para trabajar y as¨ª ganarse unas perras. Pillados por la sorpresa, nos acogemos a t¨¦rminos peyorativos como el de dumping social para enmascarar nuestra condici¨®n de beneficiarios inmediatos de lo que antes llam¨¢bamos imperialismo. Puede ser que la discusi¨®n sea m¨¢s sensata si metemos a todos estos chinos como variables de la nueva ecuaci¨®n.
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