Bruna
Bruna no se perdi¨® la ¨²ltima Feria del Libro de Madrid. Ya gravemente enferma, soport¨® el calor ostentoso del verano y acudi¨® como cada a?o junto a su amo, pase¨® renqueante entre las casetas y se situ¨® discretamente acostada junto al fresco generoso de una fuente menguada.Anteayer Bruna muri¨® en Madrid y Julio Llamazares, su amo, la fue a enterrar a su pueblo de Le¨®n. Era una perra magn¨ªfica que cruzaba las plazas de los vagabundos y los pasillos de los ricos con la misma altivez insonora de los perros.
De los vagabundos era predilecta: Bernardo, un fil¨®sofo del dinero y lo contrario, que moraba en la plaza de la Villa de Par¨ªs, junto a los jueces, la ten¨ªa entre sus mejores amigos. Ella era tranquila y feliz: dec¨ªa su due?o, en un famoso art¨ªculo a favor de la protecci¨®n de los animales, que los perros son los ¨²nicos seres animados capaces de responder con generosidad y alegr¨ªa a la mezquindad y a la tardanza.
Era la imagen, en efecto, del mejor amigo del hombre, y esa amistad le fue hasta ayer mismo correspondida con dedicaci¨®n y desprendimiento. Encerrado con sus libros y sus sue?os, Julio Llamazares ha dicho ¨²ltimamente que no sal¨ªa de casa porque estaba escribiendo. No sal¨ªa, adem¨¢s, porque Bruna ya no ser¨ªa jam¨¢s aquella perra que acudi¨® a despedirse del calor de la feria del Retiro, que le acompa?aba hasta las puertas de los caf¨¦s, hasta los umbrales de los salones de la cultura y hasta las entradas de los hoteles: resid¨ªa en casa, sin poder moverse, y una perra as¨ª, en el acto de despedida, es el animal m¨¢s herido, la m¨¢s inconsolable melancol¨ªa de los animales.
En sus poemas -Memoria de la nieve, La lentitud de los bueyes- y en sus novelas -Luna de lobos, La lluvia amarilla-, Llamazares siempre mostr¨® una profunda ternura ante las cosas simples que se van quedando solas. No se sabe muy bien de d¨®nde los escritores -los poetas- aprenden las cosas, pero hay cosas que se pueden explicar por la mirada de nuestros acompa?antes, y aquella mirada fiel de Bruna debe tener que ver con la calidad del cari?o con que este escritor leon¨¦s ha subrayado a lo largo del tiempo el car¨¢cter de sus verbos y de sus personajes.
Juan Benet sepult¨® de agua el pueblo de Julio, en Le¨®n; ambos bromeaban, con diferentes nostalgias, acerca de ese hecho cruci¨¢l por tantos motivos. Despose¨ªdo de pueblo, que no de tierra, Llamazares es ahora un habitante de Madrid, del centro de Madrid. Bruna era su sombra, o ¨¦l era la sombra de Bruna. A esa parte de la ciudad, y a los veranos y a las navidades leonesas, les va a faltar ese calor nost¨¢lgico, desva¨ªdo y confiado de una perra que fue la mejor amistad posible, la menos mezquina, la m¨¢s permanente.
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