Dos generales
Medio siglo despu¨¦s de concluida la guerra civil, y a casi cuatro lustros del final de la dictadura..., la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles apenas sabe nada acerca de la capacidad militar, el nivel de competencia, de los generales que dirigieron cada uno de los bandos enfrentados en la contienda. Tal es, sin duda, el resultado de una larga cuarentena en la que se combinaron la delirante propaganda de exaltaci¨®n al l¨ªder heroico y la total ausencia de libertad de expresi¨®n, y de una poscuarentena en la que, seg¨²n ha denunciado Haro TecgIen en estas mismas p¨¢ginas, se ha llegado a establecer un medio pacto de silencio sobre los vencedores de la guerra y sus herederos. Dado que no he firmado semejante pacto, y me parece incluso un desprop¨®sito la mera existencia del mismo, voy a aclarar algunas cuestiones relativas a los generales Franco y Rojo, procurando dejar en evidencia toda una serie de mitos, t¨®picos, verdades a medias..., que han arraigado en la gran masa ciudadana.En principio apuntar¨¦ que nos hallamos ante dos hombres con personalidades antag¨®nicas. Si atendemos a la tipolog¨ªa de Spranger, establecida en funci¨®n de los valores, Franco se nos revela como un "hombre pol¨ªtico", que pone al servicio de su voluntad de poder todas las esferas de valor (su compa?ero el general Kindel¨¢n lo defini¨® como "un enfermo de poder"), mientras que Rojo parece corresponderse con el "hombre teor¨¦tico o de ciencia", que considera la vida con los ojos del observador reflexivo. Franco era propiamente un militarista, es decir, un militar con tendencia a abandonar las funciones que le son propias para instalarse en el terreno de la pol¨ªtica; por contra, Rojo ejerci¨® siempre como aut¨¦ntico militar, se sent¨ªa c¨®modo dentro de los l¨ªmites de su profesi¨®n. La cultura militar de Franco era ciertamente rudimentaria y se situaba muy por debajo de la de Rojo, quien, ya antes de la guerra civil, hab¨ªa ganado el Premio Villamart¨ªn, concedido a los autores militares, publicando m¨¢s tarde una serie de obras que le convirtieron en el tratadista militar espa?ol m¨¢s importante de este siglo.
Por lo dem¨¢s, las trayectorias vitales de ambos personajes no pueden resultar m¨¢s dispares. Como estudiante, Franco dej¨®, ya desde ni?o, constancia de su radical mediocridad, y, por ello, no s¨®lo pose¨ªa una escasa cultura militar, sino tambi¨¦n general. Era un militar ordenancista (dieciochesco) que asimilaba de buen grado las rutinas cuarteleras, y cuando hall¨® la mina de las campa?as marroqu¨ªes la explot¨® a fondo. Har¨ªa, pues, su carrera en una guerra colonial, irregular que muy poco ten¨ªa que ver, en sus sistemas, medios y procedimientos, con la guerra regular. Los avances experimentados en ¨¦sta no se reflejaron en aqu¨¦lla. Durante la guerra franco-prusiana (1870-1871) qued¨® de manifiesto la creciente preponderancia de la artiller¨ªa en una guerra cada vez m¨¢s industrializada; se utilizaron convenientemente los ferrocarriles, se organizaron ej¨¦rcitos masivos, y se dio, en fin, la debida importancia a los Estados mayores. Con. la guerra ruso-japonesa (1904) aparecen los ca?ones de tiro r¨¢pido y las trincheras con alambradas protegidas por ametralladoras, que van a configurar la "estrategia de desgaste", caracter¨ªstica de la Primera Guerra Mundial, en el transcurso de la cual, adem¨¢s, surgieron los aviones y carros de combate. La direcci¨®n de la guerra, en fin, se iba complicando considerablemente, exigiendo una mayor racionalidad y la debida articulaci¨®n de los ¨®rganos que coordinan, conducen y alimentan las acciones b¨¦licas. Todo esto era para Franco pura m¨²sica celestial, puesto que su experiencia b¨¦lica se remit¨ªa exclusivamente a las guerras coloniales, en las que alcanz¨® sus ascensos por m¨¦ritos, de teniente a general. Por otra parte, ni era aficionado al estudio ni realiz¨® un solo curso importante (ni siquiera los que son preceptivos para el ascenso a jefe y a general) a lo largo de su carrera; de manera que tampoco pudo acceder al conocimiento de la guerra moderna a trav¨¦s de la teor¨ªa. ?sta es la realidad, por m¨¢s que durante decenios se haya tratado de soslayarla.
Vicente Rojo, desde su etapa de alumno en la academia, destac¨® entre sus compa?eros por sus dotes intelectuales y su capacidad de trabajo. Tambi¨¦n sirvi¨® en ?frica, pero poco tiempo, porque, entre otras cosas, detestaba el ambiente de intrigas, favoritismos y corrupci¨®n en que se desenvolv¨ªan los ambiciosos africanistas. Ya en la Pen¨ªnsula ejercer¨ªa como profesor de Historia Militar en la toledana Academia de Infanter¨ªa, gan¨¢ndose un merecido prestigio. Realiza despu¨¦s el curso de Estado Mayor, y as¨ª va alcanzando una s¨®lida formaci¨®n t¨¦cnica que, como es sabido, abarca la planificaci¨®n, organizaci¨®n, coordinaci¨®n, direcci¨®n y control de la fuerza armada. Ya con el diploma de Estado Mayor, dedica parte de su tiempo a preparar a los compa?eros que aspiraban al ingreso en la Escuela Superior de Guerra; con ellos se entrega a la resoluci¨®n de m¨²ltiples ejercicios t¨¢cticos, en los que se contemplan, entre otras, las ense?anzas de la Primera Guerra Mundial. Los africanistas proclamaban que en Espa?a no hab¨ªa m¨¢s escuela militar que la de ?frica. Recurriendo a trasnochados prejuicios (desechados ya a principios del siglo XX, cuando se institucionaliza la ense?anza militar ... ), sosten¨ªan que s¨®lo se pod¨ªa aprender a hacer la guerra guerreando. (Ellos, en todo caso, no ten¨ªan otra experiencia que la de la guerra irregular ... ). Sin embargo, Carlos von Clausewitz (1780-1831) dej¨® bien claro que la teor¨ªa habr¨ªa de servir de gu¨ªa a quienes intentaran familiarizarse con la guerra, ilumin¨¢ndoles el camino, educ¨¢ndoles su juicio, preserv¨¢ndoles del error. A?adi¨® que el valor y la abnegaci¨®n (tan caros a los africanistas) eran las virtudes propias de los grados inferiores, pero por s¨ª solas en modo alguno podr¨ªan garantizar la competencia de un alto cargo militar. Clausewitz delat¨® "la err¨®nea creencia seg¨²n la cual un valiente sin inteligencia puede llegar a distinguirse en una guerra". Nuestra guerra civil ser¨ªa testigo del enfrentamiento entre un practic¨®n de las guerras irregulares (Franco) y un militar que, como el resto de sus compa?eros espa?oles, s¨®lo pudo acceder al conocimiento de la guerra regular a trav¨¦s de la teor¨ªa. Precisamente en la citada guerra franco-prusiana se hab¨ªa dado un hecho semejante, y el ¨¦xito acompa?¨® a los te¨®ricos: el mariscal Foch y el mariscal Montgomery coinciden al resaltar que los practicones generales franceses, curtidos en la guerra de Argelia, fracasaron ante los generales prusianos, que apenas hab¨ªan hecho la guerra, pero que la hab¨ªan estudiado.
Con la sublevaci¨®n de julio del 36, Franco realiza un paseo militar al mando del Ej¨¦rcito de ?frica, desde Sevilla a Madrid. S¨®lo se oponen unas partidas milicianas, p¨¦simamente dotadas e instruidas: el Ej¨¦rcito republicano hab¨ªa desaparecido a la par que se derrumbaba el aparato del Estado. Tras cometer un grave error estrat¨¦gico (que no pol¨ªtico ... ), al desviarse hacia el Alc¨¢zar de Toledo, Franco se presenta ante las puertas de Madrid a primeros de noviembre. El Gobierno republicano se traslada a Valencia y encarga al general Miaja la defensa de la capital, ocupando Vicente Rojo el cargo de jefe del Estado Mayor. Franco abandona el terreno que le es propicio (el campo abierto) y se embarca en un absurdo ataque frontal despu¨¦s de haber subestimado al enemigo (seg¨²n Dixon, abusar de los ataques frontales y subestimar al enemigo es propio de las personas autoritarias que nutren las filas de los incompetentes militares). Rojo, que es quien realmente dirige la defensa de Madrid, aprovecha cada uno de los errores de Franco, y a la vez inicia la organizaci¨®n del famoso Ej¨¦rcito Popular de la Rep¨²blica, en cuya tarea seguir¨¢ enfrascado hasta el final de la guerra (en mayo de 1937 ser¨ªa nombrado jefe del Estado Mayor central). Franco fracasa, contra todo pron¨®stico, ante Rojo en la batalla de Madrid, que se extiende entre noviembre del 36 y marzo del 37. En el transcurso de dicha batalla se disparar¨¢ la ayuda exterior a ambos bandos, de modo que lo que hab¨ªa comenzado como un vulgar pronunciamiento, derivando a una guerra irregular, terminar¨¢ por convertirse en una aut¨¦ntica guerra regular. La hora de los practicones africanistas, pues, ha pasado.
Pese a su fracaso en Madrid, Franco va a triunfar en la consecuente campa?a del norte; pero hay que precisar que en la zona cant¨¢brica no se ha producido la saludable reacci¨®n de las masas republicanas, como sucediera en el centro, ni se ha podido contar con la presencia de Vicente Rojo para canalizarla y para dirigir las operaciones. De otro lado, esa zona aislada crear¨¢ a los republicanos muy graves problemas log¨ªsticos. Dominado el norte, Franco se empe?a nuevamente en la conquista de Madrid y hacia all¨ª dirige sus esfuerzos.... pero una acci¨®n diversiva (prodigadas por Rojo a lo largo de la guerra) republicana en Teruel le hace desistir de sus prop¨®sitos. Recordemos uno de los principios del arte de la guerra, la libertad de acci¨®n, que es Ia posibilidad de decidir, preparar y ejecutar los planes a pesar de la voluntad del adversario". Es claro que Franco se pas¨® la guerra bailando al son que tocaba Rojo.
La batalla de Teruel, en todo caso, ser¨¢ ganada por Franco, que, a lo largo de la guerra, contar¨¢ con una m¨¢quina militar muy superior a la de Rojo, y no s¨®lo por lo que se refiere a los medios materiales. No obstante, el general¨ªsimo cometer¨¢ a continuaci¨®n un nuevo error en su ofensiva al dirigir el esfuerzo principal hacia Valencia en lugar de hacerlo hacia Barcelona, utilizando un terreno desfavorable y permitiendo que la ayuda exterior, retenida hasta entonces en la frontera francesa, llegue a los republicanos. Con dicha ayuda, Rojo organizar¨¢ el Ej¨¦rcito del Ebro, con el que de nuevo sorprende a Franco, oblig¨¢ndole a abandonar sus planes. Se inicia as¨ª la batalla del Ebro, que ha dado lugar a muchas pol¨¦micas. Personalmente, pienso que la actuaci¨®n de Franco en ella representa la negaci¨®n del genio t¨¢ctico, ya que trata de resolverla con una serie de ataques frontales, sin el m¨¢s leve atisbo de maniobra. Tales ataques comenzaban con intens¨ªsimos bombardeos a¨¦reos y artilleros que duraban varias horas, y, a continuaci¨®n, los sufridos infantes se lanzaban al asalto en circunstancias muy desfavorables. Todo ello signific¨® un gran derroche de medios materiales y vidas humanas.. Y, al cabo, Franco tardar¨ªa casi cuatro meses en reconquistar lo que los republicanos hab¨ªan ocupado en un solo d¨ªa. Si, como bien apunta Dixon, el grado de incompetencia militar viene indicado por la relaci¨®n entre logros y coste, s¨¢quense las conclusiones.
Por lo dem¨¢s, la ejecutoria de Franco y Rojo en la guerra civil puede ser contemplada a la luz de los principios del arte de la guerra. Han quedado ya rese?ados dos de ellos, la libertad de acci¨®n y la sorpresa, mas conviene tambi¨¦n tener en cuenta estos otros: la seguridad (que consiste precisamente en evitar la sorpresa), la econom¨ªa de medios y el aprovechamiento del ¨¦xito.
Carlos Blanco Escol¨¢ es coronel de caballer¨ªa y licenciado en Historia.
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