Una propuesta
FERNANDO MOR?NExpone el articulista una serie de propuestas concretas para conseguir que los temas de organizaci¨®n dentro del PSOE, entre otros, alcancen el grado de flexibilidad y apertura a la sociedad al que aspiran todos los que desean una reforma profunda del partido.
El debate que se desarrolla en el seno del partido socialista ha ampliado, por lo pronto, ¨¢mbitos de libertad. Comienza a reinar en el PSOE la sensaci¨®n refrescante de que la exposici¨®n por los miembros de puntos de vista y an¨¢lisis no se en contra de quien los emite y formula, ni tampoco da?ar¨¢n a la necesaria unidad de la organizaci¨®n.No obstante, hasta ahora no se han formalizado propuestas concretas para trasladar. esta mayor viveza a las estructuras del partido.
Esta mayor vitalidad -y comodidad- en el partido socialista es, sin duda, una respuesta a la convocatoria, reiterada en los ¨²ltimos meses, de su secretario general para acortar la separaci¨®n que ha venido produci¨¦ndose entre la opini¨®n p¨²blica, la ciudadan¨ªa y la organizaci¨®n. Pero la reacci¨®n del partido a instancias de su direcci¨®n es un sano reflejo ante la realidad: los supuestos en que se asentaba la cultura de la transici¨®n, en que nos basamos en los a?os setenta y ochenta, est¨¢n cambiando, y es urgente una nueva lectura, expl¨ªcita y global.
En cuatro art¨ªculos publicados en este diario ("Tiempo de reformas", del 30 de mayo al 2 de junio de 1991) trat¨¦ de establecer un diagn¨®stico y de apuntar unas reformas que considero necesarias y urgentes. Dos a?os largos despu¨¦s compruebo con satisfacci¨®n que deb¨ªamos andar m¨¢s de un cazador tras las mismas piezas y en el mismo coto: las anunciadas medidas para lograr un impulso democr¨¢tico se inspiran en similares objetivos y en parecido an¨¢lisis.
El supuesto esencial sobre el que se erigi¨® la cultura pol¨ªtica de nuestra transici¨®n fue el temor a la inestabilidad. Para prevenirlo se reforzaron los procedimientos que condujesen a Gobiernos firmes y se potenci¨®, desde la ley y desde los usos, la cohesi¨®n de los partidos entonces sociol¨®gicamente embrionarios. La operaci¨®n fue coronada por el ¨¦xito. Hoy la amenaza no es la inestabilidad, sino los s¨ªntomas -extendidos en toda Europa- de la desconfianza en la cosa p¨²blica, cuando no descalificaci¨®n de sus actores: la cultura del recelo. Los partidos son uno de los principales blancos de esta desconfianza de la opini¨®n. Su revitalizaci¨®n pasa, se dice en todas partes, por su apertura hacia la sociedad, la transparencia de sus actos y procesos, por su de mocratizaci¨®n. Tememos hoy m¨¢s que a una eventual inestabilidad a una esclerosis de la vida pol¨ªtica.
He se?alado que hasta ahora son contados en este debate, que cede al Congreso Federal del PSOE, pero que lo rebasar¨¢ en el tiempo, las propuestas concretas sobre la organizaci¨®n del partido. Los temas abordados son todos ellos de gran calado: apertura a la sociedad, la vigencia, posibilidades y encuadre del Estado del bienestar, la nueva situaci¨®n mundial, el no agotamiento en los partidos de la acci¨®n c¨ªvica... Pero cada uno de los objetivos tiene en nuestro caso -que no agota, ciertamente, su vigencia social- un ¨¢mbito concreto: la discusi¨®n y toma de decisiones en el partido. Nunca menos cierta que ahora la pretensi¨®n de que extra Ecclesiam (en este caso, partido) nulle salvatio. Pero a esta altura del siglo XX, si bien los partidos no agotan la vida c¨ªvica, ni la democr¨¢tica, la democracia actual se basa en ellos.
Se podr¨ªa decir -y a veces se dice- que las propuestas deben presentarse casi exclusivamente en las instancias partidistas. Pero, si nos proponemos abrir la organizaci¨®n a la sociedad, si aspiramos a favorecer la capacidad creadora de ¨¦sta, si la legitimidad de los actores proviene de su sinton¨ªa con la ciudadan¨ªa, ?c¨®mo aspirar a la reforma de la cosa p¨²blica desde una posici¨®n pol¨ªtica manteniendo sus debates opacos e interiorizados?
En estas mismas p¨¢ginas, Javier P¨¦rez Royo afirmaba que el gran reto para el socialismo espa?ol reside no tanto en el Gobierno como en el partido. Continuaba que el tema inmediato y espec¨ªfico espa?ol -los dem¨¢s, incluso las definiciones socioecon¨®micas son esenciales, pero comunes a nuestra familia de naciones- era la culminaci¨®n del Estado de las autonom¨ªas, que se encuentra en un momento decisivo y de fuerte dinamismo. No se puede disentir ni un ¨¢pice de esas afirmaciones
Cu¨¢l haya de ser la estructura, la manera de adoptar decisiones, de transmitirlas a la sociedad en un partido implantado en todo el Estado y que ha tratado de robustecer la cohesi¨®n estatal, respondiendo, no obstante, a las realidad nacionales y auton¨®micas, es cuesti¨®n esencial en la pol¨ªtica espa?ola.
Hace alg¨²n tiempo se lanz¨® la idea de que en la direcci¨®n del partido deber¨ªa existir un c¨ªrculo interno e ¨ªntimo en torno al secretario general integrado por los l¨ªderes del PSOE en las principales federaciones. De hecho, cuando se rompe el modelo, vigente tantos a?os, de relaci¨®n directa entre secretario general y jefe del Ejecutivo, y vicesecretario general, vicepresidente, muy dedicado a las tareas partidistas, tal y como ya hace a?os describi¨® Sempr¨²n, se produce un reflejo de una mayor conexi¨®n del primero con los l¨ªderes regionales. Fue una opci¨®n de emergencia definida por ciertas circunstancias y limitada por las mismas. Tal idea ha sido descartada ahora al m¨¢ximo, nivel. Una integraci¨®n en base, fundamentalmente, regional omite el car¨¢cter plural de los or¨ªgenes y aportes del socialismo espa?ol desde la reconstrucci¨®n de los a?os setenta. Sobre todo cuando, como hasta ahora, los l¨ªderes regionales han sido elegidos por el sistema de todo el poder para la mayor¨ªa, sin integraci¨®n de corrientes y sensibilidades, ni integraci¨®n de personas que son referencia en el partido y ante la opini¨®n.
El reparto de poder corresponder¨ªa, en aquella hip¨®tesis, no a posiciones expl¨ªcitamente argumentadas y contrastadas, sino a la estructura regional. Tener en cuenta la diversidad regional en un Estado descentralizado es esencial; pero no basta en una formaci¨®n pol¨ªtica de dimensi¨®n estatal. Es necesario producir la s¨ªntesis en base a las diversidades de lecturas.
Partiendo de la licitud de indicar diferentes caminos para acercarnos al horizonte socialista, constatando que en esta ¨¦poca del fin de la pretensi¨®n por los partidos, y por los Estados, de poseer una verdad absoluta sobre la vida p¨²blica fin de los que Max Scheler denominaba doctrinas pol¨ªticas de salvaci¨®n- y teniendo en cuenta tres realidades inocultables en el PSOE, cabe aventurar unas propuestas de organizaci¨®n.
La primera realidad es la general aceptaci¨®n por los militantes y por los votantes del PSOE del secretario general, Felipe Gonz¨¢lez; el reconocimiento de su papel, hoy por hoy no reemplazable; y un juicio casi un¨¢nime respecto a su tarea.
La segunda es el car¨¢cter vario de las lecturas pol¨ªticas dentro de la militancia, siempre en base a un mismo objetivo y en el respeto de la unidad.
Completan estas dos constataciones una razonada resistencia a mantener el ¨¢mbito del partido como aislado y aut¨®nomo de la sociedad. B¨²scase, por el contrario, zonas de contacto y hacer partido y entorno, no tangentes, sino secantes; m¨¢s bien, hacer coincidir cada vez los c¨ªrculos que cubren a partido y sociedad.
La primera realidad conduce inevitablemente a aceptar que el ¨¢mbito de autonom¨ªa del secretario general en la direcci¨®n cotidiana del partido -y tambi¨¦n el del Gobierno que presida- debe ser grande. Definirlo de manera abstracta, como el de la instituci¨®n, Secretar¨ªa General, sin pensar en la persona y en su circunstancia, es irrealista y escapista. La segunda realidad, la del pluralismo, conduce a propugnar un sistema de elecci¨®n de la direcci¨®n que sirva a la integraci¨®n, que elimine la marginaci¨®n en la responsabilidad de la gesti¨®n, que aleje el fraccionamiento. La apertura a la sociedad exige que el debate, que no las decisiones, en el partido est¨¦ abierto a quienes no militan, pero apoyan y transmiten las preocupaciones de la sociedad.
Para responder a estas realidades, he aqu¨ª unas propuestas:
1. Que el secretario general goce de un ¨¢mbito de autonom¨ªa, definido en los Estatutos, bastante amplio. Que pueda trabajar en la Ejecutiva Federal con un n¨²cleo restringido de la misma, con las personas muy cohesionadas con sus ideas y an¨¢lisis.
2. Que siendo el horizonte previsible el de mayor¨ªas parlamentarias plurales -sea en coaliciones o pactos-, el grupo parlamentario debe estar con voz y voto en la Ejecutiva Federal. Mejor, los grupos parlamentarios. El Congreso, por razones evidentes; el Senado, en el momento en que se culminara la construcci¨®n auton¨®mica; el Parlamento Europeo cuando el principal objetivo de la posici¨®n espa?ola en el mundo es la Uni¨®n Europea.
3. Que la Ejecutiva Federal sea elegida por un m¨¦todo proporcional que garantice el acceso a la gesti¨®n de las corrientes y sensibilidades m¨¢s importantes y expl¨ªcitas. El sistema vigente es el de mayor¨ªa y minor¨ªa. "El primero que pasa la meta se lo lleva todo", dicen los anglosajones. No es, ciertamente, antidemocr¨¢tico; puesto que los que en un momento son minor¨ªa pueden m¨¢s tarde ser mayoritarios. Ha correspondido, tambi¨¦n, al momento de la transici¨®n pol¨ªtica y al paso de los partidos embrionarios a las grandes organizaciones. En nuestro caso, ha mantenido al margen a personas que son referencia para los militantes y para ciertos votantes.
Cuando es evidente la diferencia de lecturas en el partido socialista, los que las definen deben formar parte de la direcci¨®n. En la medida en que sus opiniones reciban apoyo en los congresos. Es una manera clara de favorecer el di¨¢logo, el debate y la integraci¨®n. El sistema actual puede favorecer la endogamia en la direcci¨®n; la resignaci¨®n y apat¨ªa en sectores importantes; o la oposici¨®n global' de quienes no son llamados a ejercer su responsabilidad.
4. Que se vitalice el Comit¨¦ Federal convirti¨¦ndolo en una verdadera instancia de debate. Los miembros del Comit¨¦ Feseral elegidos por el Congreso Federal y por las Federaciones lo ser¨¢n tambi¨¦n por el sistema indicado en el punto 3.
Tambi¨¦n lo ser¨ªan, sin excepci¨®n, todos los niveles de direcci¨®n, local, provincial, regional, etc¨¦tera.
El voto individual y secreto en los congresos parece ya ganado ante la opini¨®n y entre los militantes. Pero esta conquista parece debe ir acompa?ada de una reforma general. No cabe hablar de apertura a la sociedad si no se comienza por hacer abierto y flexible el partido, lo que inevitablemente obliga a encarar de manera concreta en el debate los temas de organizaci¨®n.
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