Muerte de traficante
LA FUGA de la c¨¢rcel, en 1991, de Pablo Escobar, el jefe del cartel de Medell¨ªn, muerto anteayer por la polic¨ªa, convirti¨® a su pa¨ªs de reh¨¦n en perseguidor del narcotr¨¢fico. Hasta entonces, el presidente Gaviria hab¨ªa cedido al espejismo de la paz a cambio de garantizar a Escobar su inmunidad frente a la extradici¨®n a Estados Unidos. El encarcelamiento voluntario del capo fue acogido con j¨²bilo por la ciudadan¨ªa. Pero la soluci¨®n ten¨ªa trampa: ning¨²n criminal puede ser encarcelado porque ¨¦sa sea la alternativa que ¨¦l ofrece al estado de guerra. El cese de la contienda en tales condiciones es pura apariencia: en cuanto algo contrar¨ªa al delincuente (la intenci¨®n de cambiarle a una c¨¢rcel m¨¢s segura), ¨¦ste rompe el pacto -se escapa- y vuelve a tomar al pa¨ªs como reh¨¦n. Y lo que mayor ment¨ªs dio al canto de victoria del Ejecutivo colombiano fue que durante el breve encarcelamiento de Escobar el narcotr¨¢fico no se interrumpi¨®, el capo sigui¨® dirigiendo el cartel y el rosario de muertes no tuvo el fin que hab¨ªa sido acordado.En realidad, casi fue un alivio que Escobar escapara y volviera a la clandestinidad. De un at¨ªpico benefactor de la paz p¨²blica pas¨® a ser de nuevo el delincuente perseguido por la justicia. El narcotraficante empez¨® as¨ª una salvaje huida hacia adelante. Horroriza enumerar los muertos y destrozos causados. Durante los casi dos a?os y medio que ha durado la aventura final de Escobar, se le. ha o¨ªdo declararse defensor de los derechos humanos, proclamarse libertador de la regi¨®n de Antioquia y, ante la negativa del Gobierno a negociar los t¨¦rminos de una nueva rendici¨®n, declararle la guerra mediante la creaci¨®n de un grupo armado, Antioquia Rebelde. Escobar combin¨® una especie de m¨ªstica del terror con el mito de un Rob¨ªn de los Bosques salvador de las gentes depauperadas de su provincia, cosa relativamente f¨¢cil si se piensa en los fondos que maneja el narcotr¨¢fico. Pero se trataba de cortinas de humo para huir de la persecuci¨®n policial y de la decisi¨®n del Gobierno de no volver a ceder a sus pretensiones.
Claro que, despu¨¦s de su huida, hab¨ªan aparecido pruebas de que Escobar no era el criminal relativamente menor que hab¨ªa querido creer la ¨®ptica gubernamental con tal de conseguir la paz y que hab¨ªa ingresado voluntariamente en la c¨¢rcel en junio de 1991. Ahora hab¨ªa evidencia de asesinato, incluso clara indicaci¨®n de que era el autor de la muerte de un candidato presidencial y de innumerables actos de terrorismo. ?C¨®mo negociar con ¨¦l nada que no fuera su rendici¨®n? Al final, Escobar intent¨® defender a su familia: su indiscreci¨®n con el tel¨¦fono lo perdi¨®. Fue m¨¢s determinante en su localizaci¨®n la presi¨®n psicol¨®gica por su progresivo acorralamiento que la eficacia de los cuerpos policiales.
Su muerte resuelve pocas cosas mas que la desaparici¨®n de un violento asesino y de. uno de los mayores narcotraficantes de la historia. No es un golpe de muerte al narcotr¨¢fico. Si acaso, abre una guerra por la sucesi¨®n de uno de los clanes de la droga. Y al final queda poco m¨¢s que la moral que el hecho puede insuflar a un Gobierno muy necesitado de victorias.
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