De Camelot a Sherwood
Treinta a?os despu¨¦s de la muerte de Kennedy, el mito de la casa americana ha sido reemplazado por el florecimiento de los hoteles modestos
El Camelot de Clinton es el bosque de Sherwood. La corte refinada y arrogante que rode¨® a Kennedy ha sido sustituida por una hueste jovial de arqueros laboriosos y arrojados. Felipe Gonz¨¢lez ha tratado estos d¨ªas en Washington con una Administraci¨®n dem¨®crata m¨¢s pr¨®xima al populismo igualitario de Robin Hood que al elitismo aristocr¨¢tico del rey Arturo. La coincidencia en noviembre del primer aniversario de la victoria electoral de Clinton con el trig¨¦simo del asesinato de Kennedy ha propiciado m¨²ltiples comparaciones entre las dos presidencias; pero las personas y las pol¨ªticas de ambos son tan diferentes como diverso es el pa¨ªs sobre el que se proyectan.El magnicidio de 1963 golpe¨® a una naci¨®n segura y confiada, crecientemente pr¨®spera y convencida de que pod¨ªa exportar su modelo econ¨®mico y sus valores culturales; tres d¨¦cadas m¨¢s tarde, Estados Unidos sufre un declive material y una crisis ideol¨®gica que le ha hecho replegarse sobre sus problemas dom¨¦sticos. A lo largo del trayecto que va del aplomo al ensimismamiento, la arquitectura ha registrado, como un sensible sism¨®grafo, los temblores y mudanzas del camino. Un camino que ha conducido tambi¨¦n de la casa familiar, como expresi¨®n emblem¨¢tica del sue?o americano, a los hoteles modestos, como arquitecturas representativas de la Am¨¦rica de los noventa.
Despu¨¦s del puritanismo moderno de la posguerra y los a?os cincuenta, la nueva libertad y la franqueza robusta de la ¨¦poca kennediana se expres¨® a trav¨¦s del formalismo rotundo y los escult¨®ricos hormigones de Paul Rudolph, lo, mismo que la escisi¨®n social producida por la intervenci¨®n en Vietnam tendr¨ªa su correlato en el contraste entre la monunientalidad severa de la arquitectura institucional de Louis Kahn y el utopismo tecnol¨®gico, tan influyente en la contracultura juvenil, de Buckminster Fuller. En los setenta, la combinaci¨®n del populismo y rigor, prop¨ªciada por la depresi¨®n econ¨®mica, que hizo dimitir a Nixon y llev¨® m¨¢s tarde a Carter a la Casa Blanca, tuvo eco en la conjunci¨®n entre el locuaz costumbrismo gris de Robert Venturi o Charles Moore y el austero racionalismo blanco de Richard Meier; de forma similar, la reacci¨®n neoconservadora de Reagan en la.d¨¦cada siguiente se manifestar¨ªa en la arquitectura a trav¨¦s del liviano clasicismo posmoderno de Michael Graves. Las fracturas y la inestabilidad de los a?os recientes, por su parte, han entrado en resonancia con las complicadas geometr¨ªas deconstructivas -de la visceralidad pl¨¢stica de Frank Gehry al intelectualismo herm¨¦tico de Peter Eisenman- para trazar un umbral simb¨®lico de crisis a la presidencia de Clinton.
Durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, la mayor parte de la arquitecturacon ambiciones culturales se ha desarrollado en el marco de dos r¨²bricas principales: los edificios para instituciones art¨ªsticas y educativas y las casas para millonarios. Las grandes promociones de rascacielos de oficinas, centros comerciales o complejos hoteleros y de ocio se han realizado, en general, al margen del debate cultural, y los tipos que caracterizaron el experimento moderno -de la vivienda social a las escuelas o los centros sanitarios- constituyen hoy rarezas ins¨®litas. La casa de la clase media, que represent¨® la quintaesencia del american way of life y dio lugar en los a?os cincuenta a tantas experiencias innovadoras, se ha desvanecido casi enteramente del panorama, con el debilitamiento de la familia tradicional, cuya estructura y valores expresaba.
En un contexto social de creciente desigualdad econ¨®mica y fragmentaci¨®n ¨¦tnica, religiosa y sexual -abandonada.ya la vieja aspiraci¨®n del crisol, que funde las diferencias heredadas para forjar ciudadanos tan libres del pasado como iguales ante las oportunidades futuras-, las ciudades se astillan en barrios racialmente homog¨¦neos y subculturalmente aut¨®nomos. Este proceso, fomentado por una Administraci¨®n que juzga "pol¨ªticamente correcto" redibujar los l¨ªmites de los distritos para garantizar la homogeneidad de su poblaci¨®n, fractura el cuerpo pol¨ªtico en circunscripciones autorreferentes, y el tejido fisico de la ciudad en reductos incomunicados, perdi¨¦ndose as¨ª el sentido unitario, en lo material y en lo simb¨®lico, de la comunidad nacional.
Fracturada la ciudad, fracturada la familia y fracturado el sistema ¨²nico de referencias, valores y formas de vida, la casa americana perece. De sus ruinas surgen otras modalidades de alojamiento, quiz¨¢ premonitorias de un futuro cercano, y en todo caso representativas de este momento de tr¨¢nsito en el que las periferias se hallan en un estado de sublevaci¨®n latente, y los centros invadidos por vagabundos y desplazados sin hogar. Entre las nuevas formas de habitaci¨®n, seguramente la m¨¢s caracter¨ªstica y extendida son las pensiones para personas solas, que ofrecen refugio y seguridad a una creciente poblaci¨®n de n¨¢ufragos urbanos.
Simult¨¢neamente a la toma de posesi¨®n de Clinton, un popular semanario norteamericano ofrec¨ªa su lista anual de dise?os destacados. Entre las 10 menciones, junto a la variedad habitual de objetos industriales, muebles y 1 envases -como la nueva paqueter¨ªa de Armani-, figuraban tres edificios: un centro de arte de Frank Gehry, una galer¨ªa co mercial de Santiago Calatrava y un hotel para residentes de bajos ingresos construido por el arquitecto Rob Quigley en la ciudad de San Diego. Si la inclusi¨®n de Geliry y Calatrava era tan previsible como la de Armani, la presencia de Quigley en esta relaci¨®n subraya la importancia representativa de estas formas emergentes de alojamiento.
Rob Quigley, un gigant¨®n inteligente y din¨¢mico que habita un ¨¢tico parcialmente abierto al clima amable del extremo meridional de la costa calif¨®rniana, ha alcanzado notoriedad al calor del ¨¦xito econ¨®mico y popular de sus hoteles modestos, construidos todos para la promoci¨®n privada. Con la misma combinaci¨®n de pragmatismo y atrevimiento que manifest¨® en el proyecto de esa azotea habitada que es su casa, Quigley dio forma a la necesidad social de alojamiento barato, dise?ando unos hoteles de habitaciones m¨ªnimas y seguridad m¨¢xima que constituyen el ¨²ltimo pelda?o residencial antes del albergue de beneficencia y el desvalimiento de la p¨¦rdida del techo. Al l¨ªmite de lo tolerable, los hoteles de Quigley pueden parecer una pesadilla de hacinamiento y supervisi¨®n, con sus piezas min¨²sculas, abiertas a patios angostos, alineados a lo largo de pasillos permanentemente vigilados por c¨¢maras de televisi¨®n; pero los residentes valoran tanto ese ¨²ltimo reducto de intimidad que es la habitaci¨®n propia, por peque?a que sea, como la seguridad que procuran las pantallas permanentes y las patrullas nocturnas.
Las habitaciones de Baltic Inn tienen 10 metros cuadrados, con una mesa, una cama, dos sillas y un armario empotrado que contiene inodoro, lavabo, nevera y televisor: en ese espacio diminuto se encierra la vida cotidiana .y las posesiones de sus ocupantes. Las ventanas abren a patios de algo m¨¢s de dos metros de anchura; aunque la intimidad visual puede garantizarse con cortinas, la intimidad ac¨²stica es dificil de lograr. En un proyecto posterior, J. Street Inn, el problema se abord¨® creando ruido de fondo con una cascada en el patio; pero como el mantenimiento de un surtidor es caro y complicado, la dificultad se solvent¨® definitivamente en el hotel siguiente, 202 Island Inn, emitiendo de forma continua una grabaci¨®n con ruido de agua. Si se compara con estos est¨¢ndares espaciales y ambientales californianos, el existenzminimum de la vanguardia europea de entreguerras resulta generoso.
Huyendo de la hipocres¨ªa, las pensiones de Quigley se enfrentan con decisi¨®n y talento a una crisis que muchos no quieren mirar de cara. Sus interiores estrictos y sus fachadas quebradas, pintadas de colores luminosos, son el retrato de un momento dif¨ªcil, pero tambi¨¦n de una voluntad esperanzada. Desde el sue?o de la casa, son una derrota hist¨®rica; desde las periferias violentas y los homeles de las aceras, una luz en el t¨²nel. Es dificil saber si Henry Cisneros o Hillary Rodham promover¨¢n, en los programas de vivienda o salud, una a rquitectura nueva que, atendiendo a necesidades sociales, exprese el renacimiento c¨ªvico del pa¨ªs. Mientras tanto, los hoteles humildes dan una r¨¦plica imprescindible a la ostentaci¨®n de las instituciones y los magnates, que son todav¨ªa los mejores clientes de la arquitectura norteamericana. El tr¨¢nsito de Camelot a Sherwood es tambi¨¦n un tr¨¢nsito del castillo cortesano a la caba?a del bosque; del sue?o de la casa a la vigilia del refugio; y de la leyenda heroica a la balada popular.
Babelia
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