La aspiraci¨®n de Am¨¦rica Latina
Al cerrar el a?o, el panorama pol¨ªtico en Am¨¦rica Latina muestra rasgos contradictorios, entre los cuales, sin embargo, destacan ciertas tendencias recurrentes en varios pa¨ªses. Las tensiones entre un esquema econ¨®mico aplicado a lo largo y ancho del continente y que no acaba de rendir los frutos prometidos y una democratizaci¨®n real de la vida pol¨ªtica del hemisferio comienzan a dejar su marca en varios pa¨ªses. La manera de lidiar con esas tensiones se convierte en el signo distintivo de cada naci¨®n y de su respectivo sistema pol¨ªtico.Las elecciones venezolanas del 5 de diciembre pasado constituyen a este respecto el indicador m¨¢s significativo. El sistema bipartidista m¨¢s longevo junto con el colombiano) y participativo de Am¨¦rica Latina parece haber llegado a su fin. Los dos partidos cl¨¢sicos -Acci¨®n Democr¨¢tica y COPEI-, que desde el Pacto de Punto Fijo de 1959 se repartieron la presidencia de la rep¨²blica, el Congreso, los puestos municipales y estatales y que monopolizaron el poder pol¨ªtico en Venezuela durante 35 a?os, sufrieron un verdadero descalabro electoral. Juntos no alcanzaron la mitad de los votos, y ello a pesar de repetidas y en apariencia fundadas denuncias de irregularidades. Si bien los incidentes fraudulentos no pueden haber alterado los resultados de la elecci¨®n presidencial, es posible que hayan incidido en el orden de los candidatos perdedores y en la distribuci¨®n de los esca?os en el Congreso.
Varias razones explican la irrupci¨®n nacional en el escenario pol¨ªtico venezolano de una nueva fuerza de centro-izquierda -Causa R, o Causa Radical- y el ¨¦xito de la coalici¨®n heterog¨¦nea de grupos y partidos ya existentes encabezada por Rafael Caldera, el ex presidente y viejo dirigente socialcristiano. Sin duda, la corrupci¨®n y el descr¨¦dito en el que quedaron sumidos los partidos tradicionales, y en particular el presidente saliente Carlos Andr¨¦s P¨¦rez, cuentan por mucho en su fracaso en los comicios. Y es evidente tambi¨¦n que el formalismo y el car¨¢cter cerrado de la democracia representativa venezolana hab¨ªan llegado a su l¨ªmite: el apoyo sorprendente que obtuvo entre la opini¨®n p¨²blica por lo menos el primer intento de asonada encabezado por el teniente coronel Hugo Ch¨¢vez en febrero de 1992 as¨ª lo mostraba. La creciente complejidad y desigualdad sociales del pa¨ªs y la prolongada crisis econ¨®mica que padece Venezuela volvieron inviable un esquema restrictivo y elitista que hab¨ªa funcionado durante un largo periodo financiado primero por la alianza para el proyecto, luego por petr¨®leo caro.
Pero todo indica que el motivo m¨¢s profundo de la ruptura de los tradicionales equilibrios pol¨ªticos venezolanos yace en el rechazo por el electorado a las pol¨ªticas econ¨®micas y sociales identificadas en lo general con el llamado neoliberalismo: privatizaciones, recorte de subsidios, alza de precios y tarifas del sector p¨²blico, apertura comercial, etc¨¦tera. Por primera vez en Am¨¦rica Latina, votantes que pudieron escoger entre los defensores de un programa neoliberal ya en marcha -a diferencia de lo ocurrido en Per¨², por ejemplo, en 1990, o incluso en la Argentina en 1993- y adversarios declarados de ese programa optaron claramente por los segundos. Tanto Caldera y su coalici¨®n como Andr¨¦s V¨¢zquez, el candidato de Causa Radical, se pronunciaron sin ambages contra el esquema neoliberal seguido por Carlos Andr¨¦s P¨¦rez desde 1989. No indicaron con mayor precisi¨®n qu¨¦ har¨ªan en su lugar, ni exactamente c¨®mo se pod¨ªa llevar a cabo un ajuste econ¨®mico de gran envergadura repartiendo de manera equitativa los sacrificios entre todos los sectores de la sociedad. Tampoco existe garant¨ªa alguna de que, ya instalado en el Palacio de Miraflores, Caldera no har¨¢ lo que muchos de sus colegas en el resto de Am¨¦rica Latina: seguir el sendero de sus adversarios. Pero por primera vez un electorado latinoamericano, con pleno conocimiento de causa, con la facultad de escoger y ante opciones claras, se pronuncia en contra del llamado proyecto neoliberal.
En realidad, lo extra?o es que no haya sucedido esto antes. ?se, obviamente, ha sido el temor de varios gobernantes de la regi¨®n que han hecho suyo el programa en boga: Menem en Argentina, Fujimori en Per¨², Salinas de Gortari en M¨¦xico. En el primer caso, el Gobierno por decreto y la congelaci¨®n del tipo de cambio han generado una popularidad electoral indiscutible, pero que parece tan precaria que s¨®lo puede ser mantenida gracias a la reelecci¨®n del mandatario actual, cuyas condiciones acaban de ser pactadas con el radicalismo de Ra¨²l Alfons¨ªn. En el caso de Per¨², el autogolpe del 5 de abril de 1992 y el intento -pr¨¢cticamente frustrado- de Fujimori de lograr la reelecci¨®n por la v¨ªa de un refer¨¦ndum celebrado bajo condiciones dudosas muestra tambi¨¦n la necesidad de la permanencia y la enorme dificultad de lograr una sanci¨®n democr¨¢tica de la misma. Y en M¨¦xico, la persistente negativa del PRI a poner en pr¨¢ctica un aut¨¦ntico proceso de democratizaci¨®n -aun ya con el Tratado de Libre Comercio en mano- subraya el escepticismo del propio sistema pol¨ªtico frente a la verdadera popularidad de sus pol¨ªticos y el efecto real de sus resultados.
El problema estriba, justamente, en los resultados. Tres rasgos caracter¨ªsticos del modelo neoliberal ya son claramente perceptibles. En primer t¨¦rmino, el crecimiento econ¨®mico que trae es magro y de corta duraci¨®n. En pa¨ªs tras pa¨ªs se ha llegado a un tope econ¨®mico, desde la recesi¨®n mexicana hasta la desaceleraci¨®n argentina y chilena, ciertamente en estos dos casos a niveles a¨²n considerables. Pero la aspiraci¨®n de un crecimiento elevado y sostenido sigue siendo una quimera. En segundo lugar, el formato agudiza las disparidades sociales: de nuevo, de pa¨ªs en pa¨ªs se publican cifras que muestran una continua concentraci¨®n del ingreso y de la riqueza, dif¨ªcilmente paliada por un crecimiento econ¨®mico raqu¨ªtico y por una ca¨ªda generalizada en el empleo. Por ¨²ltimo, la disponibilidad de una oferta aparentemente ilimitada de capital por lo menos especulativo para financiar abultados d¨¦ficit comerciales permite sostener tasas m¨ªnimas de crecimiento, pero no redunda en inversi¨®n productiva, empleo y una expansi¨®n m¨¢s vigorosa. Mientras sigue fluyendo el dinero, la situaci¨®n es manejable, pero nadie sabe a ciencia cierta si la abundancia actual de recursos es estructural y duradera o contingente y ef¨ªmera.
En estas condiciones, no es de extra?arse que la elecci¨®n venezolana haya arrojado los resultados que arroj¨®: m¨¢s de la mitad del electorado manifest¨¢ndose claramente contra el ajuste actual y por un ajuste diferente y una aspiraci¨®n de justicia en el sacrificio que hasta ahora ha estado dolorosamente ausente en Am¨¦rica Latina. No hay certeza alguna de que dicha aspiraci¨®n se cumpla, en Venezuela o en cualquier otra parte. Pero por lo menos ya se expres¨®: verbalizar los deseos, como todos sabemos, representa un gran paso hacia su realizaci¨®n.
Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico.
Jorge G. Casta?eda es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad
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