Las uvas del horror
Sarajevo vive la Nochevieja bajo intensos bombardeos serbios que causan cinco muertos y docenas de heridos
Desde lo alto del barrio de Alifakovac, entre las tumbas nevadas de muertos musulmanes, con el majestuoso monte Trebevic ocupado por los radicales serbios detr¨¢s, se ve Sarajevo como si fuera un bel¨¦n. All¨ª abajo, sin electricidad ni agua ni calefacci¨®n desde hace dos semanas, aplastada por el fr¨ªo, la gente aguarda la llegada del nuevo a?o con indiferencia, pues hace tiempo que se les cans¨® la esperanza.A las doce de la noche, sin dejar hablar siquiera al primer ta?ido de un reloj imaginario, pues a los otros los averi¨® la guerra, empezaron los festejos de las uvas del horror. Los serbios disparaban parapetados desde lo alto de las monta?as que cercan Sarajevo. Los musulmanes, desde la ciudad, emboscados en casas sin techo, en busca de blancos invisibles. Las balas pasaban silbando por encima de las l¨¢pidas del cementerio de Alifakovac. Iban locas, sin due?o, en busca de alg¨²n desgraciado sin suerte. Los morteros escupieron en pocos minutos docenas de granadas sembrando el bel¨¦n de destrozos.
El d¨ªa de Nochevieja se apareci¨® en Sarajevo travestido de muerte. Como cualquier otro. A las tres de la tarde, con las calles atiborradas de gentes confiadas, dos granadas de mortero estallaron simult¨¢neamente en la calle del Mariscal Tito, reventando a cinco personas e hiriendo a una cuarentena. Eran las primeras de una serie asesina. Cayeron de golpe, sin aviso, muy cerca de la acera, que es donde m¨¢s da?o hacen, estampando a sus v¨ªctimas contra los muros, llen¨¢ndolos de sangre. Es, dicen, la tregua de Navidad, la que debe terminar ma?ana lunes. Despu¨¦s aterrizaron muchas m¨¢s bombas, repartidas todas de forma samaritana.
Una granada en el jard¨ªn
En la casona de la familia de Amela, cuyo balc¨®n mira incauto a un hermoso jard¨ªn al lado del edificio de la Presidencia bosnia, la onda expansiva de un tercer impacto, ca¨ªdo a no m¨¢s de 100 metros, entr¨® s¨²bita como una exhalaci¨®n, arranc¨¢ndonos del sof¨¢ como un resorte en busca de protecci¨®n. La huella de la granada era visible, segundos despu¨¦s, en el centro del jard¨ªn. Era de gran calibre.Amela y su familia est¨¢n ya acostumbrados al espanto, al horror. Cuando los proyectiles empiezan a caer tan cerca del sal¨®n se plantan en el vest¨ªbulo, formados como soldaditos de plomo. All¨ª aguardan en pie, pacientemente, sin inmutarse, a que escampe la tormenta de odio. Apenas hablan entre s¨ª, tan s¨®lo mueven la cabeza de un lado a otro negando su mala suerte, y entristecen a¨²n m¨¢s su mirada apagando la luz de los ojos, pues las l¨¢grimas ya se secaron de tanto llorar. Como muchas familias de Sarajevo guardan, como recuerdos, restos de metralla. La que les entr¨® un d¨ªa por la ventana. Trofeos de los supervivientes.
A Amira y Bego Jusufovic la Nochevieja de 1993 se les quedar¨¢ grabada para siempre en su. memoria. Era el d¨ªa de su boda. Se casaron en la municipalidad de Sarajevo, un s¨®rdido edificio en la parte vieja de la ciudad, ajado por la metralla y el descuido, y al que se llega por un pasadizo alfombrado de cristales rotos. La sala, presidida por una mesa amarillenta ovalada, parece la de una empresa en quiebra. Apenas hay sillas. Un escudo inmaculado de Bosnia-Herzegovina es el ¨²nico lujo decorativo. Eran las once de la ma?ana cuando se pusieron temblorosamente los anillos, tres en total, y se besaron con pasi¨®n en la boca, una vez por cada anillo. Cada achuch¨®n fue recibido con jolgorio por una docena de invitados peripuestos con sus mejores galas.
Un hombre alto y con barba, tocado con un ra¨ªdo abrigo negro, hizo mec¨¢nicamente de juez. Los s¨ª, quiero surgieron de sus labios prendidos en un nube helada de vaho. Amira lanz¨® el ramo hacia atr¨¢s, sin mirar, entre un tr¨ªo de solteronas hist¨¦ricas que pugnaron por ¨¦l como si fuera un hombre de carne y hueso. Una vez en la calle, la gente les miraba con curiosidad y les sonr¨ªa. Una vieja loca se acerc¨® envuelta en una bata roja y unas zapatillas caseras para ense?arles la foto amarillenta de un hijo muerto que besaba con fruici¨®n como si el cari?o pudiera resucitarlo.
Medina Azizovic, una bella musulmana de 25 a?os, de labios carnosos y redondos y mirada sumamente dulce, tampoco olvidar¨¢ jam¨¢s la Nochevieja de 1993: fue el d¨ªa en el que naci¨® su primer hijo. Sead, lleg¨® con prisa, a las cinco de la tarde, sin poder esperar siquiera un ratito m¨¢s y ganar el honor de ser el primero en nacer en 1994. A mediod¨ªa, tumbada en una cama de la maternidad del hospital de Kosevo, en una habitaci¨®n compartida con otras cinco parturientas, presa de las primeras contracciones y con la respiraci¨®n agitada, Medina se reconoc¨ªa "muy feliz y nerviosa". Echaba mucho de me nos a Nihad, su marido, un sol dado de la Armija (Ej¨¦rcito bosnio de mayor¨ªa musulmana) que est¨¢ en el frente pegando tiros. Medina asegura que no teme por el futuro de Sead, pues ya se acostumbr¨® al miedo.
Cuando los croatas de Herzegovina destruyeron el viejo puente de Mostar, Gabriela, 83 a?os, a la que toda su familia llama cari?osamente abuela, se meti¨® en la cama "por que le dol¨ªa el alma", seg¨²n confiesa su hija Jasminka. Gabriela, camina encorvada, se deja ayudar por un bast¨®n para las largas distancias, pero habla con gran energ¨ªa. Tiene salud. Es coqueta y se cuida. Lleva el pelo corto, gris. Se peina con las manos constantemente. Rechaza el piropo de guapa con una carcajada y un gesto con la mano. "A mi edad", dice, "s¨®lo puedo tener lucidez y memoria, la belleza hace tiempo que pas¨®". La cena transcurre lenta, como en una ceremonia. Dos cazos de arroz y un par de trocitos de carne es la raci¨®n de cada uno.
Jerko empieza a moler el caf¨¦ con un molinillo muy delgado armado de una manivela gigante. La mueve r¨ªtmicamente, en enormes c¨ªrculos, como un verdadero profesional. Parece muy acostumbrado a ese trabajo. Las mujeres, mientras, reposan. Jerko sonr¨ªe hacia fuera y escucha pero est¨¢ triste por dentro. No ve a su mujer, Halgorzara, y a su hija, Agnoeska, desde el mes de julio, cuando fueron evacuadas de Sarajevo por las Naciones Unidas. Ahora est¨¢n en Varsovia, lejos de la guerra, pero lejos tambi¨¦n de Jerko.
A las doce de la noche, puntuales como los croatas de Mostar en Nochebuena, los radicales serbios que rodean Sarajevo en un sitio medieval que dura 21 meses, lanzaron sin piedad balas y metralla. Desde la ladera del cementerio de Alifakovac, cuerpo a tierra, se ve¨ªa con nitidez el desigual combate de las balas trazadoras y las explosiones de las granadas de mortero. Ha pasado el a?o, pero en Sarajevo nada ha cambiado. "Lo peor de esta vez", asegura una alto cargo del Gobierno bosnio "es que ya no tenemos esperanza alguna. Hace 12 meses cre¨ªamos que iba a ser nuestro primer y ¨²ltimo invierno as¨ª. Ahora sabemos que pueden pasar 10 m¨¢s antes de que acabe todo esto".
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