Ella perdi¨® su vida en las rebajas
Yo escribo todos los a?os un art¨ªculo sobre las rebajas porque las rebajas son como los ejercicios espirituales, que hay que hacerlos al menos una vez al a?o. Ya s¨¦ que luego, en julio, vienen otras, pero las verdaderas, las de la necesidad, son las de enero. A los ejercicios espirituales ya no voy, peor para m¨ª, ni al cementerio el d¨ªa de los muertos. Hasta he dejado de acudir al mitin de la Casa de Campo el 1 de mayo, que ni siquiera s¨¦ si existe ya ese d¨ªa; a lo mejor se lo ha tragado el sumidero de la PSV, en cuyo torbellino anda dando vueltas la UGT. No lo s¨¦, el caso es que no voy a ning¨²n sitio, ni a los c¨®cteles, que en los c¨®cteles no se me ha perdido nada. Pero las rebajas no me las pierdo por nada del mundo. Son mi 1 de mayo y mi d¨ªa de los difuntos y mis ejercicios espirituales y mis c¨®cteles, todo junto.El caso es que ahora que digo que en los c¨®cteles no se me ha perdido nada, caigo en la cuenta de que en realidad voy a la rebajas a buscar algo que perd¨ª en una ¨¦poca remota. Todo el mundo va a lo mismo. Si contemplas las caras de quienes acudimos a las rebajas y observas el gesto desesperado con el que levantamos una cosa para mirar lo que hay debajo, comprender¨¢s que, m¨¢s que algo barato, buscamos una cosa olvidada. Algunos creen encontrarla y la pagan, porque hace tanto tiempo que se la dejaron all¨ª que no habr¨ªa manera de convencer al encargado de que es suya. Yo ya no compro, antes s¨ª, porque nada de lo que veo me consuela de lo que he perdido. O sea, que hasta que no d¨¦ con lo que busco no pienso cargar con otra cosa.
En realidad, creo que lo que busco lo perdi¨® mi madre. Recuerdo que me llevaba a las rebajas y se pon¨ªa a revolver como una loca por todas las secciones; daba la impresi¨®n de que hab¨ªa perdido all¨ª algo fundamental para su vida, que tambi¨¦n era la m¨ªa. C¨®mo iba a saber yo entonces que aquello era una tienda. Yo ve¨ªa a la gente levantarlo todo, como cuando perd¨ªas la goma de borrar entre los cuadernos de caligraf¨ªa, y me angustiaba ver que la mayor¨ªa no encontraba nada. Sufr¨ªa sobre todo por ella, por que su frenes¨ª era tal que parec¨ªa haber perdido el alma. Total, que crec¨ª con el convencimiento de que los grandes almacenes eran las oficinas de objetos perdidos de la vida.
Luego comprend¨ª que, adem¨¢s de eso, eran tambi¨¦n lugares para ejercitarse en la venganza. Observo a mucha gente que va a las rebajas para vengarse de la gabardina que no ha tenido durante los meses anteriores. Ahora la compran por dos duros, es un decir, y son capaces de llevarla hasta julio, aunque se mueran de calor. Hay en El libro de las alucinaciones, de Jos¨¦ Hierro, un poema en el que un hombre se compra un caballo de verdad para vengarse del caballo de cart¨®n que no tuvo. Pues eso, aunque la verdad es que no quiero hablar de los caballos, que enseguida salen a relucir Sarasola y Carlos III y se comen el art¨ªculo. Por cierto, que dicen los de Promadrid, qu¨¦ gente, que el rey alcalde andaba el pobre jorobado porque no ten¨ªa en la capital ninguna estatua ecuestre, de manera que para vengarle le han hecho una de dos pisos, que tambi¨¦n debe de proceder de las rebajas porque les ha salido por dos duros. Lo malo es que la quieran amortizar igual que los de la gabardina vengadora.
La cosa es que este a?o ya he estado en las rebajas y tampoco he dado con lo que perdi¨® mi madre, que, aunque no s¨¦ lo que es, creo que lo reconocer¨ªa si lo viera. O sea, que sigo yendo por si acaso, con el mismo derecho que otros van a los c¨®cteles para comerse una croqueta hueca, o al 1 de mayo para o¨ªr lo que no es, o, en fin, al cementerio con la ilusi¨®n de ver a quien no est¨¢. Es mi modo de vengar su memoria y de no perder la m¨ªa.
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