Un viaje imperial
EL PERIPLO del presidente Clinton por los pa¨ªses de la antigua Europa socialista ha sido en verdad un recorrido imperial. Clinton ha tardado un a?o en viajar al Viejo Continente, pero cuando lo ha hecho ha sido para recordar a todos cu¨¢nta es la fuerza de Estados Unidos en el mundo y, por lo visto, lo incuestionable de su liderazgo. Ello no es necesariamente malo si a sus aliados les parece bien y se pliegan voluntariamente, como ha ocurrido en la reciente cumbre de Bruselas.Cuesti¨®n clave en este primer viaje europeo del presidente estadounidense ha sido conseguir que sus aliados de la OTAN acepten lo que ya comienza a configurarse como la nueva doctrina atl¨¢ntica para con el antiguo sistema comunista. Era inevitable si se considera el rosario de calamidades en que se ha convertido la pol¨ªtica exterior comunitaria, sus continuos titubeos respecto al camino a tomar para gestionar la profunda crisis de Europa Oriental.
Con relaci¨®n a este antiguo enemigo socialista, la doctrina Clinton -si de tal cosa puede hablarse- parece basada en cuatro principios esenciales. En primer lugar, la neutralizaci¨®n del antiguo Pacto de Varsovia y su permanencia en lo que podr¨ªa describirse como un limbo de seguridad. Segundo, la completa desnuclearizaci¨®n de la zona. En tercer lugar, la consagraci¨®n de Rusia como gendarme del ¨¢rea. Y, finalmente, el juego del palo y la zanahoria, con las expectativas de ayuda financiera esgrimidas como contrapartida a la imposici¨®n de la disciplina capitalista en los pa¨ªses del antiguo sistema de econom¨ªa centralizada. Lo malo es que la evoluci¨®n en el Este est¨¢ ya lejos de poder ser modelada por estrategias de este tipo. Lo demuestra la elecci¨®n de un Gobierno ex comunista en Polonia y Lituania, el triunfo de Zhirinovski en Mosc¨² o las victorias electorales de Milosevic en Serbia.
La Asociaci¨®n para la Paz propuesta por Clinton -aceptada sin disensiones por sus socios en la Alianza y posteriormente por los meritorios del Este- es un paso del que nadie puede estar demasiado satisfecho. Consagra un doble principio de desconfianza: por una parte, neutraliza a los miembros centroeuropeos del Pacto de Varsovia, agrupados en el Grupo de Visegrad (Polonia, Rep¨²blica Checa, Eslovaquia y Hungr¨ªa) y lo mantiene en las puertas de la OTAN con vagas promesas de futura incorporaci¨®n. La OTAN, al retrasar la admisi¨®n de nuevos miembros, no extiende a aquellos pa¨ªses su manto de seguridad defensiva para no comprometerse as¨ª a garantizar la seguridad estrat¨¦gica de un ¨¢rea sometida a fuertes tensiones internas.
El fuerte apoyo prestado al l¨ªder ruso Bor¨ªs Yeltsin tiene sentido precisamente en este contexto. Washington parece aceptar que Rusia se convierta en el gendarme en casi todo el territorio de lo que fue la URSS, pero advierte que en Centroeuropa -y hasta cierto punto en Ucrania- Mosc¨² debe compartir don Occidente la pol¨ªtica de seguridad.
El viaje del presidente Clinton no ha sido el ¨¦xito total que su Administraci¨®n quiere presentar. Demasiado pat¨¦ticos son los acuerdos logrados en relaci¨®n con Bosnia, una mera repetici¨®n de amenazas ya exentas de toda credibilidad. Pero s¨ª hay un aspecto que resulta muy positivo si finalmente se cumple: el acuerdo firmado por los primeros mandatarios de Estados Unidos, Rusia y Ucrania para la desnuclearizaci¨®n completa de este ¨²ltimo pa¨ªs, tercera potencia at¨®mica, mundial. Si Leonid Kravchuk consigue que el Parlamento ucranio ratifique el tratado, lo que no es sencillo, las armas ser¨¢n desmanteladas en Rusia, parte del uranio ser¨¢ devuelto a Kiev para su utilizaci¨®n pac¨ªfica, Estados Unidos desbloquear¨¢ un gran paquete de ayuda econ¨®mica a la maltrecha econom¨ªa ucrania y, lo que es m¨¢s importante, la ratificaci¨®n del Acuerdo START 1 ser¨¢ por fin una realidad.
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