Ese jersey con cremallera
Yo ten¨ªa un jersey de cremallera y cuello alto como el de Francisco Garc¨ªa Escalero, el mendigo psic¨®pata. Cuando el domingO pasado vi la foto que publicaba este peri¨®dico, en la que aparece cogido de la mano de su hermano, me puse p¨¢lido. Aquel ni?o pod¨ªa ser cualquiera de los que en los a?os sesenta d¨¢bamos patadas por los descampados y solares colonizados hoy por la M-30. Adem¨¢s, aunque algunos nos hemos librado por los pelos de la mendicidad, continuamos enganchados a la psicopat¨ªa. De momento, ten¨ªamos un jersey id¨¦ntico al suyo. Al principio, recuerdo, aquellos jers¨¦is nos parec¨ªan estupendos; llevaban tanta lana y tanta cremallera o tanto cuello, y tan alto, no s¨¦, que cre¨ªmos que eran el colmo de la riqueza. Pero en seguida comprendimos que no, porque el mismo d¨ªa de estrenarlo, al salir a la calle, comprobamos que todos llevaban uno igual. Aprendimos de golpe la diferencia entre uniforme y traje.Creo que cuando la cremallera penetr¨® en nuestros ¨¢mbitos ya estaba un poco desprestigiada entre la clase media. Por eso se devalu¨® en seguida, por eso, y porque una cremallera, si te paras a pensarlo, es una tonter¨ªa, o sea, una cosa con dientes que encajan entre s¨ª y que al principio da gusto subir o bajar porque parece que est¨¢s cargando un arma. Todav¨ªa guardo en los o¨ªdos el centelleo auditivo que se produc¨ªa al cerrarla con la resoluci¨®n con que otros se colocan un chaleco antibalas. Y en la lengua conservo el sabor especial de la lana mojada o h¨²meda, de chuparla, porque a lo mejor no tuvimos chupete y nos agarr¨¢bamos a cualquier cosa. Por eso todav¨ªa nos chupamos los cuellos de las camisas cuando vemos la tele.
Yo creo que el jersey de Francisco Garc¨ªa Escalero, si no es el m¨ªo, es desde luego id¨¦ntico al que tuve yo unos anos antes de que le sacaran esa foto. Y las sandalias tambi¨¦n; todav¨ªa me duelen las cicatrices que me dejaron sus hebillas en esa ladera del pie que no s¨¦ c¨®mo se llama. Adem¨¢s, para qu¨¦ nos vamos a enga?ar, tambi¨¦n nosotros so?¨¢bamos con matar, aunque luego la vida, que es muy rara, nos llev¨® por otros caminos. Yo recuerdo que estuve a punto de matar a toda mi familia cuando le¨ª un libro de un asesino franc¨¦s titulado Yo, Pierre Riviere, habiendo matado a mi padre, a mi madre y a mi hermano, lo que pasa es que no consegu¨ª nunca reunirlos a todos, de manera que me hice escritor por otras v¨ªas. Lo curioso de Pierre Riviere es que, a pesar de ser analfabeto, escribi¨® una novela corta que te pone los pelos de punta y que interes¨® a todos los intelectuales franceses de la ¨¦poca. Yo so?aba con eso, con que se fijaran en m¨ª todos los intelectuales franceses, desde Camus a Sartre, pasando por Merleau Ponty y Michel Foucault, pero los pobres se murieron sin que yo hubiera llegado a matar a nadie, ya ven, y no por falta de ganas, que tengo en la cabeza a un par de hijos de perra que tarde o temprano me la pagan. A lo mejor es que me desprend¨ª de aquel jersey demasiado pronto, cuando vi que la cremallera era una cosa de pobres, y al desclasarme con ese centelleo militar que produc¨ªan los dientes al abrirse, me atont¨¦ un poco, porque en seguida empez¨® a darme pena todo el mundo.
La verdad es que estamos todos un poco tontos, porque en un pa¨ªs normal ya habr¨ªan retirado a un novelista para que empezara a escribir la vida de Francisco Garc¨ªa, que no tiene nada que envidiar a la de los personajes de A sangre fr¨ªa ni al de La canci¨®n del verdugo. O sea, que es que continuamos esperando que nos lleguen de Am¨¦rica las novelas que explican el mundo. Es una pena, porque si alguien fuera capaz de levantar, con la habilidad de un'Mailer o un Capote, la biograf¨ªa de Francisco, habr¨ªa escrito un libro de historia.
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