La vida no es f¨¢cil en Washington
Pol¨ªticos, abogados y periodistas se 'devoran' en la capital federal de EE UU
"Aqu¨ª, destruir a la gente est¨¢ considerado un deporte". Esta frase la dej¨® escrita Vincent Foster antes de pegarse un tiro en la ribera del Potomac una noche de julio pasado. Foster hab¨ªa llegado a la capital de la mano de Bill Clinton desde la remota ciudad de Little Rock sin percatarse suficientemente de que por el r¨ªo junto al que se quit¨® la vida hab¨ªan corrido ya antes muchas decepciones y fracasos de gente que, como ¨¦l, fueron derrotados por un entorno cruel.La vida no es nada f¨¢cil en Washington. Aqu¨ª llegan cada a?o cientos de pol¨ªticos, abogados y periodistas -¨¦sas son las tres especies m¨¢s abundantes y agresivas de la fauna local- con la firme decisi¨®n de ascender a lo m¨¢s alto de sus carreras. Muchos quedan en el camino, por su puesto. Como afirma The New York Times, "Washington es como Hollywood o Harvard, un lugar en el que un alto n¨²mero de gente compite por un peque?o n¨²mero de puestos de ¨¦lite".
Criticar el ego¨ªsmo y la arrogancia de la sociedad de Washington es una de las f¨®rmulas m¨¢s sencillas para ganar el apoyo del resto de los norteamericanos. El millonario tejano Ross Perot hizo toda su campa?a electoral sobre la promesa de acabar con "el foll¨®n" de Washington. David Gergen, uno de los m¨¢s influyentes asesores de Bill Clinton, se ha quejado del "canibalismo" de esta ciudad. El m¨¢s reciente cr¨ªtico ha sido Bobby Inman, el almirante que renunci¨® al puesto de secretario de Defensa porque no quer¨ªa que su honor fuese' zarandeado sin piedad en los pasillos del Capitolio y en las p¨¢ginas de The Washington Post. El propio Clinton presume frecuentemente de ser lo que en ingl¨¦s se denomina un outsider, un pol¨ªtico alejado del c¨ªrculo de poder de la capital del pa¨ªs.
Grupos de presi¨®n
Washington se mueve frecuentemente en tomo a intereses muy particulares relacionados con los deseos de los grupos de presi¨®n, las preocupaciones electorales de los congresistas o las ambiciones de estrellato de algunos periodistas. Pero tambi¨¦n es verdad que eso se compensa con la escrupulosa meticulosidad con la que cada c¨ªrculo de poder vigila al contrario. Cada ambici¨®n equilibra a otra.El poder de los congresistas sirve para recortar el poder de la Casa Blanca. El poder de la prensa reduce las posibilidades de maniobra de los pol¨ªticos. Los grupos de presi¨®n o los llamados intereses nacionales limitan a su vez el poder de la prensa. Todos ellos se creen los reyes particulares del mundo, pero la lucha entre sus reinos es la que dinamiza la vida democr¨¢tica de la naci¨®n. ?sas son las reglas del juego aqu¨ª. Duras, casi inhumanas -algunos pierden hasta la vida en esa batalla-, pero son las reglas que han funcionado desde hace 200 a?os. "Mucho de lo que se dijo en sus d¨ªas sobre Jefferson, Lincoln o Roosevelt es bastante m¨¢s fuerte que lo que se escribe hoy", afirma el historiador Michael Beschloss. Quien no acepte esas normas est¨¢ destinado a perder. Como Inman, que no ha encontrado ni una sola voz que respalde sus puntos de vista. Y nadie lo ha hecho porque en realidad todos quieren que las cosas sigan como est¨¢n. El propio Inman o David Gergen son frutos de la cultura de Washington, y s¨®lo la critican cuando las cosas no les van lo suficientemente bien.
Las quejas contra el mundo de Washington tienen a veces un tono populista, son en algunas ocasiones un truco para descalificar al contrario. Es muy f¨¢cil para Clinton echarle la culpa a los poderes de Washington para escurrir el bulto en el esc¨¢ndalo Whitewater. La maquinaria de la capital destruy¨® injustamente a la abogada negra Lani Guinier porque era una activista negra de los derechos civiles, seguramente poco manejable, pero tambi¨¦n ha acabado con el senador republicano Bob Packwood, acusado de m¨²ltiples acosos sexuales, que lleva 25 a?os en el Congreso.
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