Raz¨®n y riesgos de una huelga
No he podido librarme de la tentaci¨®n, seguramente como tantos otros espa?oles que se sienten corresponsables de los problemas del pa¨ªs, de comparar la huelga general del 14 de diciembre de 1988 con la anunciada para el 27 de enero. No se hable de segundas partes, porque s¨®lo lo son en la continuidad de un mismo presidente de Gobierno que en los seis a?os transcurridos no ha hecho m¨¢s que aumentar su aversi¨®n a la pol¨ªtica econ¨®mica que reclaman los sindicatos.La primera huelga general llego a los seis a?os de Gobierno socialista; la segunda, a los 12. Y lo sorprendente no es tanto el ritmo de sexenio que parece haberse establecido, como que, enfrentado a los sindicatos, se mantenga el mismo presidente a la cabeza de un Gobierno que se autodenomina de izquierda, y que como tal ha sido revalidado por el electorado, que una y otra vez se ha sentido atra¨ªdo por el se?uelo del cambio prometido, aunque luego la pol¨ªtica econ¨®mica que realiza descuelle por la fidelidad m¨¢s estricta a los enunciados neoliberales, que unos estimar¨¢n la ¨²nica v¨ªa posible, mientras que otros la tildamos simplemente de derecha, sin eximente alguno.
Aparte de esta sorprendente continuidad en la pol¨ªtica realizada, a nadie se le oculta que destacan las diferencias. La primera y fundamental se manifiesta en los objetivos. La huelga del 14-D a¨²n conten¨ªa reivindicaciones que cab¨ªa cuantificar -porcentaje de desempleo cubierto con las prestaciones, aumento de los sueldos de los funcionarios-; se trataba, en fin de cuentas, de una esas batallas por la redistribuci¨®n de la renta nacional, que pertenece al meollo mismo del modelo social establecido.
El objetivo de la huelga convocada, en cambio, tiene un car¨¢cter mucho m¨¢s fundamental, cabr¨ªa decir que casi de principio: se llama a la lucha para conservar el modelo establecido de relaciones laborales, que, precisamente, el Gobierno, como si fuera la ¨²nica forma de superar la crisis, ha decidido modificar. Se cuestionan as¨ª aspectos fundamentales del Estado social, al corregir una legislaci¨®n que proteg¨ªa al trabajador, tanto al dictar las condiciones m¨ªnimas para el empleo como ante la eventualidad de un despido. La desregulaci¨®n del mercado de trabajo pone en cuesti¨®n viejas reivindicaciones emblem¨¢ticas del movimiento obrero, como la fijaci¨®n de la jornada m¨¢xima o el descanso semanal, o permite extender las horas extraordinarias a precios m¨¢s bajos; en fin, una serie de rnedidas que traen en jaque a un modelo de relaciones laborales por el que la clase trabajadora ha peleado durante un siglo y que muchos cre¨ªamos irreversible. Qui¨¦n iba a pensar que los mismos dirigentes socialistas que en 1980 negociaron con UCD y la CEOE el Estatuto de los Trabajadores, como un consenso m¨ªnimo que a¨²n habr¨ªa que ir ampliando con el ulterior desarrollo social y econ¨®mico, se iban a atrever a rebajarlo unilateralmente 14 a?os m¨¢s tarde.
Aqu¨ª se inserta la cuesti¨®n de principio. Las medidas tomadas anuncian que se ha invertido el sentido del proceso, inici¨¢ndose una mengua progresiva de los derechos que protegen a los trabajadores, con el riesgo de que la fuerza de trabajo termine por considerarse una mercanc¨ªa, cuyo precio y condiciones establece exclusivamente el mercado. Resultado, habr¨ªamos perdido un siglo de luchas obreras, con un horizonte a la vista de nuevos enfrentamientos con un capitalismo puro y duro.
Es de tal alcance lo que se juega el 27 de enero que uno tiembla s¨®lo porque se haya planteado la lucha en estos t¨¦rminos. Han tenido que ocurrir cambios profundos en el consenso social de lo posible, as¨ª como una internalizaci¨®n de los supuestos individualistas y neoliberales en los m¨¢s variados sectores sociales, para que -para mayor inri, desde un sedicente Gobierno de izquierda- pudiera plantearse la idea de que la salida de la crisis pasa por recortar los derechos de la mayor¨ªa. El que se haya disociado crecimiento econ¨®mico de sus implicaciones sociales representa de suyo la gran derrota de la izquierda, la p¨¦rdida de una hegemon¨ªa ideol¨®gica y social, acontecimiento que ha ido sucediendo a lo largo del ¨²ltimo decenio, en el que, al final, ha acabado por imponerse una visi¨®n neoliberal de los problemas sociales y econ¨®micos planteados.
Precisamente, en la debilidad de los perdedores de siempre hay que encajar la huelga, con reivindicaciones de principio que, por el solo hecho de tener que formularlas, queda de manifiesto su car¨¢cter defensivo, lo que evidencia otra diferencia sustancial con el 14-D. En aquella fecha nos cre¨ªamos en la cresta de la ola, y la gente exig¨ªa el participar de los beneficios que se repart¨ªan en las alturas. Ahora nos encontramos en el fondo del pozo sin que nadie divise la forma de saltar fuera. La experiencia ense?a que en tiempos de las vacas gordas se lucha con mayor vigor si se trata de conseguir reivindicaciones nuevas, cuando a lo ¨²nico que se puede ambicionar es a no perder lo poco que se tiene.
Con un Gobierno socialista que parec¨ªa intocable en su infinita arrogancia, en el 14-D, en todas las clases y grupos sociales, prendi¨® el af¨¢n de darle una lecci¨®n. Ahora tenemos un Gobierno ya tan extenuado que hasta se percibe una difusa preocupaci¨®n por la gobernabilidad. Muchos temen que, si se debilitara a¨²n m¨¢s, podr¨ªa hasta dejar de gestionar intereses de clases que se consideran sagrados, m¨¢xime cuando la cuesti¨®n puesta sobre el tapete es de una importancia primordial: las cosas no pueden continuar como est¨¢n y, si no se desmonta el Estado social, habr¨ªa que encontrar una alternativa en un giro importante de la pol¨ªtica econ¨®mica. Y el impedirlo a todo trance cuenta con un apoyo inquebrantable de los medios rectores de la sociedad. En el 14-D la clase trabajadora estaba arropada por la sociedad toda; ahora se encuentra, como es lo suyo, otra vez sola.
Adem¨¢s, los socialistas han aprendido no poco, y ya no cometen errores en cadena como la vez anterior. En una cuesti¨®n, central del ideario socialista, el partido del Gobierno permanece callado como muerto, dejando de paso bien claro al que pudiera tener la menor duda que las contiendas internas no son ideol¨®gicas, sino simplemente de intendencia interior. Pero apacigua los ¨¢nimos el que esta vez los tezanos no se hayan lanzado al ruedo; sobre todo, que el nuevo vicepresidente de Gobierno no aparezca en pantalla, como el anterior, diciendo que no se garantiza la seguridad en la calle, lo que llev¨® a muchos pusil¨¢nimes -son siempre los m¨¢s- a quedarse en casa aquel 14-D. No se ha valorado en lo que supuso aquella magn¨ªfica contribuci¨®n involuntaria al ¨¦xito de la huelga. Otro factor que marca una diferencia sustancial es que ahora existe la televisi¨®n privada y resulta inconcebible que pueda producirse el apag¨®n televisivo -qu¨¦ heroico disparo de salida-, ni en los medios de comunicaci¨®n, antes tan progresistas, habr¨¢ quien plantee el posible conflicto entre el derecho a la huelga y el deber de informar. Radios y televisiones aprovechar¨¢n el d¨ªa para contar con todo detalle an¨¦cdotas m¨¢s o menos divertidas, se?alando de paso d¨®nde se trabaja y d¨®nde no. Lo m¨¢s probable es que la jornada acabe con una guerra de datos inasimilables y casi incomprensibles para el ciudadano corriente, de modo que cada cual ver¨¢ confirmada la tesis que prefiera sobre el ¨¦xito o el fracaso de la huelga.
Como hemos visto, las diferencias son enormes y no parece probable que se repita el 14-D, pero a¨²n mayores las que se divisan para el d¨ªa de despu¨¦s. La huelga del 14-D se gan¨® en la calle, pero casi se pierde en las negociaciones posteriores; no se olvide que se tard¨® m¨¢s de un a?o en recoger el fruto. La huelga esta vez se hace con la finalidad de obligar al Gobierno a dar marcha atr¨¢s en la desregulaci¨®n del mercado de trabajo, en la reducci¨®n de las prestaciones sociales, en el desmontaje del Estado social, que desde el punto de vista del Gobierno, de la mayor¨ªa parlamentaria y de la patronal ser¨ªan requisito esencial para combatir el paro. Despu¨¦s del 27-E resulta dificil¨ªsimo imaginar en qu¨¦ puedan consistir unas negociaciones tendentes a conseguir la anulaci¨®n de unas normas aprobadas con un apoyo parlamentario que parece imposible
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pueda recomponerse para modificar lo ya aprobado. Despu¨¦s del 14-D, la negociaci¨®n depend¨ªa en buena parte de la voluntad del presidente del Gobierno; despu¨¦s del 27-E, el presidente no dispone m¨¢s que de 159 diputados.
En consecuencia, estar a favor o en contra de la huelga supone, en primer lugar, compartir o no los supuestos te¨®ricos de cada una de las partes. Se est¨¢ en contra si se piensa que el neoliberalismo, con todas sus consecuencias, es el ¨²nico camino, y se est¨¢ a favor si se cree que desregulando y abaratando el precio del trabajo se arriesga la paz social, sin que probablemente el impacto sobre el volumen de empleo sea significativo.
Sin poder entrar a dilucidar en pocas l¨ªneas qui¨¦n lleva la raz¨®n -no quiero, sin embargo, ocultar que, por mi parte, estoy convencido de que el camino emprendido por el Gobierno a corto plazo no va a mejorar mucho la situaci¨®n, pero a mediano y largo plazo va a empeorarla en aspectos esenciales-, importa subrayar que una huelga convocada en ¨²ltima instancia para apoyar una tesis, como todas discutible, muestra la debilidad inmensa de un movimiento obrero y sindical que, una vez que ha ido perdiendo terreno en todos los frentes -hasta el del buen nombre, por esc¨¢ndalos que debieron ser impensables en un sindicato-, ya no le queda m¨¢s que dar la batalla por los principios. Cuando hace todav¨ªa poco tiempo se reprochaba al movimiento obrero su desideologizaci¨®n, de repente se revela combatiendo por unos principios elementales, que no cuenta ya con la fuerza social para mantenerlos.
El 27-E tenemos que hab¨¦rnoslas no con una huelga reivindicativa, como corresponde a la idea moderna de un sindicato, que plantea a la patronal demandas tan precisas como realizables, sino, hay que decirlo claramente, con una ideol¨®gica, o si se quiere, m¨¢s a las claras, con una exclusivamente pol¨ªtica. De ah¨ª, por una parte, su enorme debilidad; por otra, los riesgos enormes que comporta.
Para terminar, unas pocas palabras sobre estos dos puntos. Cierto, no hay reivindicaci¨®n concreta que no presuponga un armaz¨®n te¨®rico para poder ser formulada. Sin una idea clara de hacia d¨®nde va la sociedad y hacia d¨®nde tendr¨ªa que ir desde una perspectiva obrera, no cabe una pol¨ªtica sindical. El apoliticismo es incompatible con unos sindicatos capaces y dignos de cumplir con su labor. No reprocho a los sindicatos el tener ideas, y mucho menos las socialdem¨®cratas, que ellos defienden y yo comparto. Lo que me asusta, a la vez que me conmueve, es que hayan llegado a un punto de tal debilidad que ya no puedan traducirlas en reivindicaciones concretas, sino que, coloc¨¢ndose a la defensiva, en franca retirada, no puedan ya, como ¨²ltimo recurso, m¨¢s que convocar una huelga general para defender el patrimonio ideol¨®gico m¨¢s elemental. Tal vez no haya otra cosa que hacer, pero haber llegado a semejante situaci¨®n no es para que la izquierda cante albricias.
El manifiesto que convoca a la huelga parece m¨¢s un programa pol¨ªtico, propio de un partido el desarrollarlo, que uno sindical, que se pueda realizar con sus propios medios. El drama de los sindicatos es que los partidos que pueden formar mayor¨ªas parlamentarias no apoyan su programa; que el partido socialista, que deber¨ªa haberse identificado con estas posiciones socialdem¨®cratas -y no faltan los socialistas de relumbr¨®n que en privado dicen apoyarlo, sobre todo cuando se avecinan las elecciones-, haya sido desde el primer d¨ªa que lleg¨® al poder, y siga si¨¦ndolo hasta ahora, el adalid m¨¢s aguerrido de una pol¨ªtica neoliberal. Pero que los socialistas no hayan sabido cumplir con su papel hist¨®rico no quiere decir que los sindicatos los puedan sustituir. Esta pol¨ªtica de sustituci¨®n -la oposici¨®n real est¨¢ en la prensa, cuando no pasa a los sindicatos- fragiliza enormemente nuestra democracia parlamentaria. Me parece se?al clara del enorme deterioro de la democracia parlamentaria en Espa?a el que hayamos llegado a la situaci¨®n de que los sindicatos con movilizaciones y huelgas, que comprensiblemente cuentan con un gran apoyo popular -la gente empieza a perder la paciencia-, reivindiquen una pol¨ªtica econ¨®mica y social que s¨®lo cabe llevar adelante con una mayor¨ªa parlamentaria que no se divisa en el horizonte. Como ocurri¨® en la primera Restauraci¨®n, sellando su destino, en la segunda tambi¨¦n se acumulan los s¨ªntomas que anuncian que la clase obrera pudiera quedar otra vez fuera del sistema pol¨ªtico. La huelga del 27-E, aparentemente sin objetivo realizable, debiera dar de pensar en este sentido.
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