La estampida
No puede dejar de llamarme la atenci¨®n, cada fin de semana, la estampida sistem¨¢tica de veh¨ªculos que se produce hacia los cuatro puntos cardinales por todos los carriles posibles e imposibles -como dir¨ªa el Maestro-, uno, dos, tres, carreteras, arcenes, pistas y autopistas, v¨ªas y autov¨ªas, para aliviar semejante diarrea de motorizados. Como si la ciudad, no pudiendo m¨¢s, con todo el estre?imiento automovil¨ªstico de la semana, se fuera de bareta por todos sus esfinteres, arrojando a diestro y siniestro, por arriba y por abajo, esa indigesti¨®n, empacho, c¨®lico de atascos y tr¨¢fagos circulatorios.Purgada por el ocio, abandonamos la ciudad a sus monumentos, que la contemplan impert¨¦rritos desde la comodidad de su existencia petrificada. La paz del campo o la filantrop¨ªa familiar no pueden explicarlo todo. Ni siquiera el p¨¢nico a la cita frontal con el aburrimiento. Tampoco parece suficiente saber que los autom¨®viles existen para ser conducidos como las armas para ser disparadas.. Y que las carreteras est¨¢n atacadas de aut¨¦ntica bulimia antropof¨¢gica con sus resacas de muertos esparcidos y vomitados por las cunetas. No, hay demasiado frenes¨ª evasivo en esta huida, demasiada precipitaci¨®n criminal en ese abandono, demasiado terror fugitivo en esa escapada. Como si quisi¨¦ramos alejamos lo m¨¢s r¨¢pida y remotamente posible. Como si huyeramos lo m¨¢s apresuradamente posible del pip¨ª y del pop¨® que nos hemos ido haciendo por todas las esquinas de los d¨ªas laborables y con el que hemos ido marcando el territorio de nuestras cobard¨ªas y nuestras infamias. En semejante lugar inhabitable ni siquiera el m¨¢s logrado disimulo podr¨ªa ahorrarnos el punitivo c¨¢liz. Es tierra quemada para el sosiego. Lugar impracticable para el descanso. As¨ª es como ponemos la proa al horizonte y dejamos a la espalda la cr¨®nica de nuestras debilidades y nuestros infortunios.
Nos alejamos, incluso, en viajes rel¨¢mpago hacia dorados para¨ªsos estivales en el coraz¨®n mismo del invierno. Como si no nos fuera suficiente tan s¨®lo cambiar de lugar, necesitando incluso. cambiar de estaci¨®n. Como si no nos fuera suficiente cambiar de actividad necesitando incluso cambiar de horario. Cualquier cosa con tal de perder de vista el peque?o G¨®lgota de la existencia cotidiana. De vez en cuando una mirada furtiva al espejo retrovisor nos devuelve por unos instantes un vislumbre de lucidez perdida. Pero la velocidad con que nos precipitamos hacia delante no nos permite demasiadas miradas retrovisoras. Y de pronto, descubrimos que estamos otra vez atr¨¢s. Donde empezaba el camino.
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