Medicina ecol¨®gica
Puede que el hombre sea un lobo para el hombre, pero para el lobo y para el resto de los animales es algo cien veces peor: un escopetero sin escr¨²pulos. Con que los chavales que visitan a diario la ca?ada real saquen en claro esta ley del m¨¢s despiadado, los monitores del parque se dan con un canto en los dientes.La Fundaci¨®n Jos¨¦ Mar¨ªa Blanc, que se dedica a comprar terrenos inservibles para desconcierto de los especuladores, adquiri¨® 17 hect¨¢reas de monte en las afueras de Peralejo y arm¨®, hace ahora seis a?os, una suerte de arca de No¨¦ madrile?a. Por b¨ªblicas parejas, y aun por manadas, fueron ingresando los lobos, las jinetas, los topos, los patos y dem¨¢s bichos en este centro, que adem¨¢s recupera especies protegidas y proporciona tratamiento sanitario a las bestezuelas.
Un animal incapacitado para la libertad es una cat¨¢strofe ecol¨®gica en miniatura. Por eso, una de las misiones m¨¢s ingratas de, la ca?ada real es curar y dar asilo de por vida a ejemplares como el ¨¢guila real impedida -un ala in¨²til- tras catar un rayo civilizado de alta tensi¨®n. Al pie del toc¨®n en que se parapeta, los escolares levantan acta de la tragedia en sus cuadernos de campo: "S¨®lo quedan mil y pico parejas de ¨¢guila real en Espa?a. Y de la imperial, la d¨¦cima parte".
La senda que hilvana los diversos recintos conduce seguidamente hasta los pe?ascos donde descuellan las cabras montesas. Tranquiliza saber que su suerte ha de ser otra que la del ¨¢guila, pues existe el antecedente de una suelta reciente de 27 individuos, criados por la fundaci¨®n, en las inmediaciones de Miraflores.
Ratones de campo, tritones y jinetas devoradoras de muslos de pollo jalonan los posteriores tramos del recorrido. Y no hace falta ser un Celestino Mutis para advertir ahora que otra de las funciones de la ca?ada real consiste en ejercer de herbolario viviente de la flora local. Chopos, fresnos, rosales silvestres, sa¨²cos, casta?os y todas las especies habidas y por haber en el bosque mediterr¨¢neo van saliendo al paso con su carn¨¦ de identidad a la vista.
Cerca de la guarida del buitre Nelson, que corretea en pos de los visitantes, merodea una familia de lobos t¨ªmidos y huidizos. Bris, el macho dominante, apenas se atreve a mantener la mirada del b¨ªpedo con sus ojos de Paul Newman, como si su sangre no ignorara la nefasta suerte que corrieron sus antepasados en esta tierra.
Otros que tampoco han llevado una existencia en paz son los jabal¨ªes. Los dos adultos del centro atienden por Popea y Ner¨®n.
M¨¢s all¨¢ habitan el zorro Fede prota de varios documentales cient¨ªficos; la cig¨¹e?a Cornelia, nacida de un huevo rescatado por los muchachos de la Telef¨®nica; los mochuelos, gatos monteses, visones y ¨¢nades de la laguna. Vi¨¦ndolos acicalarse, cortejarse, jugar o mimar a sus cr¨ªas, no cabe duda de que si en vez de comportarnos como hombres, lo hici¨¦ramos como lobos, otro gallo nos cantar¨ªa.
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