El Cristo de los gitanos
Decenas de cal¨¦s famosos se congregan los domingos para rendir homenaje al Dios evangelista
En cualquiera de las 50 congregaciones evangelistas de Madrid (iglesia protestante basada en la interpretaci¨®n personal de la Biblia), se ven decenas de gitanos que cantan al Se?or como mejor saben, y saben bien. Pero s¨®lo un local concita la asistencia semanal de la mayor¨ªa de los gitanos creyentes que viven del arte. Emilio Gonz¨¢lez, del grupo Los Chichos; Juan Habichuela, de Ketama; su madre; Tony Maya; Ram¨®n el Portugu¨¦s; Montes; el bailaor Antonio Canales, y otros guitarristas, bailaores, poetas y cantaores gitanos, con sus hijos y esposas, se re¨²nen todos los domingos por la tarde. El lugar: n¨²mero 2 de la calle de Rodr¨ªguez de Guevara, cerca de la plaza de Vara del Rey, en el Rastro.Justo cuando ese barrio se queda vac¨ªo de clientes, poblado por barrenderos, mangueras y cajas de cartones amontonadas por las esquinas, a los gitanos famosos se les ve en los bares del barrio con la Biblia en una mano y un caf¨¦ en la otra, preparados para alabar al Se?or. No s¨®lo no cobran nada, sino que dejan caer en una cestilla el dinero suelto que llevan.
Las mujeres a un lado y los hombres a otro. El oficiante, de traje y corbata, barba y gafas, aclara que s¨®lo se encuentra a Dios cuando se le busca. Y si se acude al culto es para estar all¨ª con el cuerpo y el alma, concentrados. "Gloria, gloria", le contestan desde los bancos. El propio pastor reconoce que hace varios a?os estuvo enganchado a las drogas, pero que desde que tom¨® la Palabra ni se acuerda de ellas. Su buen aspecto lo corrobora.
Cuando el oficiante da paso a los coros se inunda todo el local de guitarras, altavoces, bombos, micr¨®fonos, ¨®rganos y palmadas. El recinto pertenece al culto del distrito de Centro, pero ellos, los artistas, lo toman prestado por dos horas cada domingo. El maestro de ceremonias sigue el ritmo de las canciones dando palmadas en el p¨²lpito, los ni?os corretean y descargan sus palmadas en las columnas de la iglesia.
Despu¨¦s de una r¨¢pida introducci¨®n, el pastor, Enrique Gonz¨¢lez, cede la palabra a su t¨ªo Emilio, ex cantante del grupo Los Chichos, que sube al estrado con su jersey blanco de cuello alto: "La verdad es que casi me da verg¨¹enza que me digan el de Los Chichos, porque, bueno, todos somos iguales ante el Se?or y nada nos diferencia. Yo quer¨ªa deciros que hace ocho meses que conoc¨ª a Dios y que desde entonces ¨¦l entr¨® en m¨ª para sanarme y apartarme de la droga. Le estoy muy agradecido, me ha salvado".
"Aleluya, aleluya", exclaman los dem¨¢s feligreses.
Un ni?o, ante el micr¨®fono
Dos horas m¨¢s tarde, despu¨¦s de varios coros y oraciones, el maestro de ceremonias se dirig¨ªa al resto de la congregaci¨®n: "Mi t¨ªo, bueno, nuestro hermano Emilio, de Los Chichos, tiene un hijo que, desde que ¨¦l abandon¨® la droga y conoci¨® al Se?or, no se separa de ¨¦l".
El ni?o, apenas mayor de 10 a?os, cogi¨® el micr¨®fono por primera vez en el culto y cant¨® una alabanza al Se?or a d¨²o con su padre. Para cada invocaci¨®n de los oradores, para cada alusi¨®n a la fe, hay un creyente que exclama gloria o aleluya, alguien que levanta una palma de la mano, o las dos, hacia el cielo. Y el pastor conoce todos los resortes de sus fieles, sabe c¨®mo animarles y hacerles pensar. Tan pronto cede la voz a los coros como la palabra a Juan Habichuela, del grupo Ketama, que toma el micr¨®fono circunspecto y cuenta una an¨¦cdota que encandila a todo el mundo:
"Estoy un poco nervioso porque ayer actuamos delante del Rey y hay que estar muy pendiente de todo lo que se dice. Os voy a contar una historia que ocurri¨® en Nepal, un pa¨ªs al lado de China. Lleg¨® una vez all¨ª un predicador ingl¨¦s a dar la Palabra, y como all¨ª hay otra religi¨®n, son budistas, lo metieron en la c¨¢rcel. Le dijeron que si renunciaba a su religi¨®n, a lo que hab¨ªa predicado, que lo soltaban. Pero el dijo que no, se neg¨®".
("Aleluya, aleluya, gloria", coreaban desde los bancos).
"Entonces, unos amigos suyos de Inglaterra se pusieron de acuerdo y le localizaron dinero. Cuando fueron all¨ª se encontraron con que el predicador les dijo: yo no salgo de aqu¨ª. El Se?or me ha puesto aqu¨ª para algo, y aqu¨ª me quedo.".
Gloria, gloria
"Gloria, gloria".
"Pas¨® un mes, y el predicador ¨¦ste convirti¨® a su religi¨®n al compa?ero de su celda. Pasaron cuatro meses y hab¨ªa convencido a todos los de su galer¨ªa. Ocho meses despu¨¦s estaban todos los de la c¨¢rcel convertidos. Al a?o, los carceleros tambi¨¦n se convirtieron a la palabra".
"Aleluya".
"Y al a?o y medio hubo una revoluci¨®n en la c¨¢rcel y salieron todos. Por eso digo que cuando sufrimos hay que pensar que el Se?or nos ha puesto ah¨ª para que hagamos algo".
"Gloria, gloria, aleluya".
Despu¨¦s, un hermano del culto de San Blas sali¨®, acompa?ado al ¨®rgano, para declamar un poema en el que una ramera se cubr¨ªa el rostro avergonzada ante Jes¨²s, y la gente la se?alaba con el dedo.
Al final, despu¨¦s de m¨¢s de cinco minutos en que las entonaciones del poeta de San Blas mantuvieron a los asistentes con la boca abierta, Jes¨²s acoge a la mujer, la purifica y ella sale sin verg¨¹enza a la calle. El final d¨¦ la historia es que la gente la vuelve a se?alar, pero Jes¨²s le dice a todo el pueblo algo as¨ª como que pueden mirarla, que ella es pura.
"Gloria, gloria, aleluya".
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