Diarios ¨ªntimos
A punto de morir de un c¨¢ncer, Miguel Torga publica el ¨²ltimo volumen de su diario, en cuya p¨¢gina final ha escrito una ele g¨ªa para s¨ª mismo. Unos d¨ªas antes de quitarse la vida, Cesare Pavese escribi¨® la ¨²ltima anotaci¨®n en el suyo, y luego se encerr¨® en una habitaci¨®n de hotel en la que tal vez echar¨ªa d¨¦ menos, mientras se aproximaba al suicidio, el h¨¢bito de escribir del que se hab¨ªa despedido al cerrar el diario: Ni una palabra m¨¢s, hab¨ªa anotado, pero es seguro que su imagina ci¨®n continu¨¦ segregando pala bras, y que se ir¨ªa contando a s¨ª mismo lo que hac¨ªa y lo que pensaba, escribi¨¦ndolo no en el papel, sino en la conciencia que estaba a punto de extinguirse y de la que ya no quedar¨ªa ning¨²n testimonio final:. para ser fieles, las ediciones de ese diario, El oficio de vivir, deber¨ªan terminar con varias p¨¢ginas en blanco.Heroica desgracia El diario de Pavese es un documento devastador que puede hacerle mucho da?o a quien lo lea sin una cierta dosis de desconfianza y de fortaleza moral: contiene sustancias t¨®xicas, como el alcohol y el opio, e igual que ellos puede enga?arlo a uno con simulacros de resplandeciente -lucidez y de heroica desgracia. El de Miguel Torga, del que yo s¨®lo conozco la selecci¨®n que public¨® Alfaguara hace algunos a?os, viene a ser exactamente lo contrario, una, celebraci¨®n diaria de la vida y del mundo, de la historia personal de un hombre convertida en par¨¢bola de la experiencia y del conocimiento. A lo larg¨® de seis d¨¦cadas y de no s¨¦ cu¨¢ntos vol¨²menes, Miguel Torga ha ido poniendo en su diario una energ¨ªa tan enciclop¨¦dica como la que puso Neruda en el Canto general o Balzac en La comedia humana. Torga ha escrito d¨ªa a d¨ªa, a lo largo de su vida, La Iliada en prosa y la Enciclopedia universal de un solo hombre; como el acto de escribir ese diario no ha estado nunca separado del acto de vivir, la publicaci¨®n de su ¨²ltimo volumen equivale a un ingreso prematuro en la muerte, a un retirarse solitariamente hacia ella.
Cuando Don Quijote se entera de que uno de los galeotes a los que acaba d¨¦ liberar es autor de un libro de memorias le pregunta si ya lo ha terminado, y el canallesco salteador, Gin¨¦s de Pasamonte, le contesta: "?C¨®mo puede estar acabado si a¨²n no es acabada mi vida?". La vida y el libro de Gin¨¦s de Pasamonte se pertenecen de tal modo que s¨®lo en el instante de morir podr¨¢ escribirse el punto final. Miguel Torga da por terminado su diario porque comprende que su supervivencia de quimioterapias y hospitales ya es una vida p¨®stuma de la que s¨®lo puede dar cuenta la literatura siniestra de los partes m¨¦dicos. Es, o era, uno de esos escritores que miran el mundo en primera persona y parece que escriben con la misma inmediata fluidez con que respiran o conversan. Hagan lo que hagan, siempre est¨¢n escribiendo un diario personal sobre aquello que tienen en ¨¦se instante en la imaginaci¨®n o delante de los ojos: el maravilloso, el ?limitado se?or de Montaigne, por. ejemplo, el Stendhal de los diarios y de las cr¨®nicas italianas de viajes. En Espa?a, ese arte lo han pose¨ªdo en grado m¨¢ximo Josep Pla y el Francisco Umbral de los primeros a?os setenta, y habr¨ªa podido poseerlo C¨¦sar Gonz¨¢lez Ruano de no haber sido por un exceso de apresuramiento o de codicia y tambi¨¦n del conformismo franquista que encanall¨® y embot¨® a su generaci¨®n.
Aunque Pla no hubiera publicado El cuaderno gris habr¨ªa sido un diarista memorable, ya que en toda su vida, en la que escribi¨® tanto, s¨®lo escribi¨® en realidad p¨¢ginas de un diario que abarca uno por uno todos los vol¨²menes de sus obras completas. Pla y Torga practicaron en p¨²blico su diarismo incurable: Manuel Azana, como Thomas Mann o John Cheever, prefiri¨® esconderse en sus cuadernos ¨ªntimos, dibujando en ellos un autorretrato que nadie pudo ver sino despu¨¦s de su muerte, y legando al ir¨²sino tiempo a la ingrata, posteridad un monumento sumergido de la mejor prosa espa?ola. Azafia, que en p¨²blico era un orador deslumbrante, adopta -en los diarios una voz pr¨®xima y conversadora que al cabo de unas cuantas p¨¢ginas ya se nos ha vuelto familiar. No estamos leyendo oescuchando a un autor, sino a un hombre, como quer¨ªa Pascal, alguien que disfruta de su ensimismamiento y que a la vez tiene muy abiertos los ojos hacia las cosas y habla de ellas y de s¨ª mismo sin engolar la voz.
Es posible que el engolamiento sea una enfermedad literaria espa?ola, y que por eso resulten tan antip¨¢ticos y tan artificiales la mayor parte de los diarios de escritores que se publican. Lo que uno encuentra en Torga, en Pla y Aza?a es lo mismo que ya lo ha conmovido en Montaigne y en Stendhal, la instantaneidad de la escritura, el equilibrio de la introspecci¨®n y de la curiosidad, que se corresponde con la doble tarea de escribir para uno mismo y tambi¨¦n para cualquiera, para el desconocido en quien se habr¨¢ convertido uno cuando vuelva al cabo de unos pocos a?os a esos cuadernos.
Pero la tradici¨®n de Aza?a y de Pla se ha perdido entre nosotros. Tal vez para escribir una p¨¢gina que no merezca el olvido igual en una novela que en un diario ¨ªntimo haga falta un cierto grado de desprendimiento o de modestia, una disposici¨®n menos de soberbia que de gratitud, y esas virtudes gozan de muy escaso prestigio entre la clase intelectual espa?ola, que suele valorar el desd¨¦n muy por encima del entusiasmo y no se resiste casi nunca a encontrar m¨¦ritos en las exhibiciones fren¨¦ticas de vanidad. Por eso es tan improbable en Espa?a una figura como la de Miguel Torga, que tiene siempre en las p¨¢ginas de su diario la reservada naturalidad de una voz portuguesa. Aqu¨ª casi no se publican diarios, pero los pocos que aparecen poseen sobre todo un inter¨¦s de orden cl¨ªnico: tienden a atestiguar que la egolatr¨ªa carece de pudor y, de l¨ªmites y que es una pasi¨®n tan perfectamente est¨¦ril para la vida como para la literatura.
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