Una exposici¨®n desvela los campos nazis para j¨®venes aficionados al jazz
"El swing es sin¨®nimo de libertad y de alegr¨ªa", dice G¨¹nther Discher, miembro de las Juventudes de Swing Hamburguesas. Mientras que las Juventudes Hitlerianas (HJ) desfilaban al son de marchas militares, estos j¨®venes se dedicaban a escuchar jazz americano y frecuentaban los caf¨¦s Heinze y Alsterpavillon en Hamburgo, donde sol¨ªan tocar las orquestas de jazz de moda. El nazismo cre¨® campos de concentraci¨®n especiales para ellos.En 1935, el director de la radio alemana, Eugen Hadamovski, prohibi¨® emitir 1a m¨²sica de los negros" y la sustituy¨® por marchas militares. G¨¹nther Discher, que se negaba a llevar el uniforme de las HJ y que vend¨ªa discos de las bandas de jazz americanas censuradas, vino a ser enemigo del Estado" nazi.
Para los j¨®venes "enemigos del Estado", los nazis establec¨ªan dos campos de concentraci¨®n especiales. Desde 1940 hasta el final de la II Guerra Mundial, 3.000 adolescentes entre 10 y 25 a?os de edad poblaban las barracas de los campos de Moringen, cerca de Hannover, y de Uckermark, al lado de Ravensbr¨¹ck, en Brandeburgo, que era el campo de concentraci¨®n para mujeres. Los motivos para ser internados en los llamados "campos de protecci¨®n juvenil" eran variados e insignificantes: el romance con extranjeros enemigos o con jud¨ªos, una vida promiscua, el rechazo de las organizaciones hitlerianas o simplemente escuchar el jazz americano bastaban para sufrir una reclusi¨®n duradera.
"Una paliza de entrada"
En enero de 1943, G¨¹nther Discher sufri¨® la mano dura de la dictadura: fue ingresado en Moringen. Ah¨ª le esperaba trabajo forzado, hambre y golpes. El jefe supremo de las SS, Heinrich Himinler, hab¨ªa ordenado a Reinhard Heydrich, jefe de la Gestapo, propinar a los jazzistas "una buena paliza de entrada". Himmler adem¨¢s orden¨® que deb¨ªan ser prisioneros como m¨ªnimo "durante dos o tres a?os" y que no "estudiaran nunca m¨¢s".Hasta los a?os ochenta, los campos de concentraci¨®n juveniles eran un tema descuidado por la historiograf¨ªa alemana. Por casualidad, el tema sali¨® a la luz cuando los ex prisioneros quisieron jubilarse y tuvieron que presentar su curr¨ªculo. Martin Guse, un asistente social, se enter¨® del asunto y elabor¨® una exposici¨®n bajo el t¨ªtulo Ni siquiera hab¨ªamos empezado a vivir. Desde el a?o pasado se pueden visitar dos versiones permanentes de la exposici¨®n en los antiguos "campos de protecci¨®n juvenil" en Moringen y en Ravensbr¨¹ck.
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