Un miura sentimental
Como le gustan los toros -"y las corridas", aclara, socarr¨®n-, cuenta el chiste del novillo sacrificado en el matadero y el morlaco muerto en la lidia que se en cuentran en el cielo y comparan sus mutuas existencias, con clara ventaja para el segundo. No cabe duda de que Jos¨¦ Luis Corcuera, anterior y discutido ministro del Interior, es animal pol¨ªtico bravo y noble, que embiste de frente y no tiene miedo a medirse en el ruedo, aunque eso le cree incomprensi¨®n. En su despacho de las Cortes -reci¨¦n estrenado, sin papeles ni detalles personales: un limbo, despu¨¦s de haber habitado durante cinco a?os en la zona tenebrosa de nuestra sociedad-, que comparte con Carmen Romero, el hoy diputado se sienta apaciblemente y apenas agita sus manos gordezuelas. Tiene la izquierda algo hinchada, cosa de articulaciones, y le conviene nadar e ir al m¨¦dico, que nunca lo hace. Seguramente porque, como de medicina no sabe, no podr¨ªa discutir.Porque dicen -¨¦l lo niega- que va de entender de todo desde su ¨¦xito de masas en el programa de Mercedes Mil¨¢, en el que le descubri¨® la gente de la calle, y tras sus pinitos como mediador entre renovadores y guerristas, que luego quedaron en nada, y por quedar quedose sin ministerio, por su promesa de dimitir si el Constitucional se cargaba la Ley de Seguridad Ciudadana o de patada en la puerta, que detesta que se conozca como la ley Corcuera. Tampoco le gusta ser el ¨ªdolo, de parte de los taxistas, que afirman que "es el ¨²nico ministro que puso los cojones encima de la mesa y dio la patada en la puerta y los pill¨® con las manos en la masa". El dice que, cuando. se sobrepasa, lo hace controladamente -su descontrol debe de ser apocal¨ªptico-, aunque admite que puede haber "algo de autoritarismo, de defender con vehemencia aquello en lo que creo".
Sus enemigos comentan que es un primate, que no piensa lo que dice y dice lo que piensa, o que es el t¨ªpico individuo que, por ser dem¨®crata, se cree autorizado para imponerse y arrasar: parad¨®jicamente, un peligro para la democracia. Y ¨¦sta ser¨ªa un poco su cruz, que siendo sindicalista le ponen de los nervios los sindicatos de polic¨ªas -reci¨¦n nombrado ministro les recibi¨® y, despu¨¦s de arremangarse, les espet¨®: "Y vosotros, ?Qu¨¦ co?o quer¨¦is?"-, y al de la Guardia Civil ni ment¨¢rselo, y cree que es mejor para todos que los empresarios ganen dinero. Quienes le quieren, y le quieren mucho, piensan que lo que ocurre es que es muy aut¨¦ntico, y tambi¨¦n muy padre, casi padre-padrone, y que eso no todo el mundo lo lleva bien. Especialmente los directores de peri¨®dicos, los periodistas y los jueces. "Yo nunca he presionado a nadie", insiste. Pero sus broncas, y el "?c¨®mo has podido hacerme a m¨ª esto?", son memorables.
"He relativizado", dice, refiri¨¦ndose a su actual visi¨®n de la vida. Tal vez empez¨® a relativizar en 1984, cuando fue a ver a Felipe Gonz¨¢lez -a quien conoci¨® en el 75, cuando Corcuera era secretario gen¨¦ral de UGT-Metal, en Portugalete- con la excelente noticia de que, en las negociaciones para la reconversi¨®n, hab¨ªa conseguido de la patronal excelentes condiciones para los afectados, y el presidente le contest¨® que eso ser¨ªa bueno para ellos, pero no para el resto de los trabajadores espa?oles. Quiz¨¢, ya antes, algo le chirriaba cuando las posiciones del sindicato -con Nicol¨¢s Redondo, que le consideraba su delfin, a la cabeza- se empezaban a enfrentar con las del Gobierno del PSOE, y poco a poco, se decant¨® y Gonz¨¢lez se acostumbr¨® a puentear a Redondo para hablar con Corcuera, y hasta en un avi¨®n, estando sentados Nico y ¨¦l, la azafata se acerc¨® y dijo: "El presidente le llama por tel¨¦fono", y el m¨¢ximo l¨ªder sindical fue a incorporarse y la mujer, puntualiz¨®: "No, al se?or Corcuera". Lleg¨® un momento en que las cosas estaban tan tensas que Corcuera dimiti¨® para que nadie dudara de que no le estaba haciendo la cama a Redondo. No han vuelto a ser amigos -"amistad, otra vez, es muy dif¨ªcil"-, pero asegura que su respeto hacia Redondo es el mismo, enorme e ¨ªntegro. Claro que tambi¨¦n respeta mucho a Jos¨¦ Mar¨ªa Cuevas, presidente de la patronal, "y a la gente que est¨¢ en su papel". Tambi¨¦n aprecia mucho a Fernando Abril Martorefi, con quien negoci¨® la reconversi¨®n -y ah¨ª puso su dureza-, y de quien es amigo.
Autodidacta -y en su caso parece que, literalmente, se haya dictado a s¨ª mismo, con su vozarr¨®n, ser quien es-, Corcuera naci¨® en 1945 en Pradoluengo (Burgos), pero desde muy ni?o creci¨® en Portugalete, y es muy vasco, muy de camarader¨ªa viril, lo que sin duda le ayud¨® en su etapa ministerial, de la que ahora habla casi con ojos h¨²medos, sobre todo cuando se refiere a lo de "all¨¢ arriba", y a los malos tragos con los familiares de los muchachos asesinados. Esta ternura hacia las v¨ªctimas de la violencia, etarra se la reconocen hasta los polic¨ªas. Autodidacta, dec¨ªa, pero bastante le¨ªdo a su manera, muy preocupado por el lenguaje -esas palabras que a veces arroja como saetas: lenguaz, empastar, embridar, seguro que las busca en el diccionario-, y reconociendo que, a lo peor, de haber podido estudiar, su vida habr¨ªa sido otra y ahora estar¨ªa en el paro.
A los 14 a?os entr¨® de aprendiz en Altos Hornos de Vizcaya, y luego fue oficial electricista. Y a los 18, un pe¨®n especialista, "un navarro del que guardo enorme recuerdo y que cantaba las jotas que hubiera podido ser profesional", le pidi¨® dinero para los presos, y as¨ª se involucr¨®, cuando a¨²n no entend¨ªa de siglas ni partidos. Desde el 76 fue sindicalista liberado, y luego secretario general de UGT-Metal, y luego secretario de Acci¨®n Sindical, y en el 85 dimiti¨® de su puesto, en UGT, aunque sigue siendo militante, y para entonces ya hab¨ªa rechazado la cartera de Trabajo. En sus tiempos primeros de militancia le marcaron los mayores de Vizcaya: Ram¨®n Rubial, el propio Redondo. Ahora est¨¢ marcado, adem¨¢s, por la solidaridad que, en los momentos duros, se genera en los entresijos de los Cuerpos de Seguridad del Estado. Y ha descubierto -o lo hemos descubierto los espa?oles, y c¨®mo- que es hombre de "ley y orden".
Ahora lee de libros de evasi¨®n, Larry Collins y as¨ª, y se deleita cuando tratan de cosas que conoce, la CIA, por ejemplo, "se nota que quien lo escribe sabe de qu¨¦ va". Y ve cine. La ¨²ltima pel¨ªcula de la que guarda buen recuerdo trata de la tolerancia: Belle epoque. Juega al mus, y parece muy bueno, de los que no se les nota la se?a pero cazan al vuelo la del contrario. Y cumple religiosamente cuando pierde, "pero no me gusta perder. Uno de los peores d¨ªas de mi vida fue cuando me metieron 35 a 11 en un partido de pelota a mano". Hogare?o: su mujer, Margarita, y sus dos hijas, Nuria e Izaskun, le ven m¨¢s desde que estuvo en Interior que en sus tiempos de l¨ªder sindical o de la ejecutiva.
Cree que el PSOE, que en el principio era como una familia, es dif¨ªcil que vuelva a ser lo mismo: "Pero tambi¨¦n ten¨ªa un aspecto muy negativo, que era que cre¨ªamos que fuera s¨®lo hab¨ªa enemigos". De lo que est¨¢ pasando: "Hay de todo. La lucha por el poder me parece respetable, s¨®lo estoy en contra si la pelea no se produce lealmente. Me indignan las declaraciones en off. Ahora, casi, llaman a los periodistas para cont¨¢rselo. Tienen poca chicha esos pol¨ªticos".
Lo de Luis Rold¨¢n, que fue su director de la Guardia Civil -"Un hombre cabal", dijo de ¨¦l- le tiene triste: "Siente uno una desaz¨®n, y la esperanza y el deseo de que eso se aclare, porque no tengo motivos para pensar lo contrario. Y me imagino que, en el orden personal, lo estar¨¢ pasando muy mal".
Ah¨ª donde le ven, pretende, sin dejarla, irse alejando de la pol¨ªtica y trabajar en otras cosas, "porque a los 50 a?os uno debe de empezar a ver lo que hace para el futuro. Puede que le pida algo a mi buen amigo Abril Martorell, una asesor¨ªa". ?De seguridad? Dice que no.
MA?ANA EN EL PAIS: Ram¨®n J¨¢uregui.
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