No es un brujo
Conoc¨ª al arzobispo Milingo en Roma. Siempre pens¨¦ que deb¨ªa de ser un genio porque el Vaticano no pudo con ¨¦l. En su ex di¨®cesis africana de Lusaka, en Zambia, era como un dios. La gente aseguraba que hac¨ªa milagros con s¨®lo imponer las manos y rezar por el enfermo. ?l, sin embargo, dec¨ªa que aqu¨¦llo era normal, que lo pod¨ªa hacer cualquier cristiano con fe. Y a?ad¨ªa que tambi¨¦n los hechiceros paganos curaban con hierbas.No le sirvi¨® de nada. El Papa le convoc¨® al Vaticano, le quit¨® la di¨®cesis y le encarg¨® de la pastoral del turismo. Pero Milingo no se dej¨® contagiar por la burocracia de la Curia Romana, como otros obispos africanos que han acabado siendo m¨¢s occidentales que nosotros. Y sigui¨® imponiendo las manos sobre los enfermos de Roma y de otras partes, que acuden a ¨¦l para verlo y, si es posible, tocarlo.
Misas carism¨¢ticas
Poco a poco el Vaticano se fue dando por rendido. Y le permiti¨® hacer sus misas carism¨¢ticas, en las que enfermos f¨ªsicos y ps¨ªquicos dan rienda suelta a sus sentimientos y descargan sus histerias y sus dramas m¨¢s personales. A los ojos del profano las Misas de Milingo pueden parecer un aquelarre esot¨¦rico, una sesi¨®n espiritista o una terapia de grupo. Pero lo cierto es que son una v¨¢lvula de escape para esa humanidad sin nada y sin nadie, arrinconada en la cuneta del consumismo, de la que volvemos la cabeza si se nos cruza en el camino, como los leprosos de las calles de Calcuta, que afean el panorama.
Dif¨ªcil juzgar a un obispo cat¨®lico que en vez de vivir bien en su di¨®cesis se dedica a enjugar miserias por otros despreciadas. Lo que s¨ª es verdad es que Roma se ha visto obligada a soportarlo porque su l¨®gica es f¨¦rrea. Cuando le dicen que la gente le puede cambiar por un hechicero, responde que el carisma de la curaci¨®n pertenece al alma africana y a?ade: "?Qu¨¦ quieren, que abjure de mi cultura?".
Y a los incr¨¦dulos monse?ores de la Curia Romana, que soportan mal que un pobre obispo africano haga milagros a las puertas del Vaticano, ¨¦l les responde con el Evangelio en la mano: Marcos, 16,15-18, donde Jes¨²s dice que se reconocer¨¢ a los suyos por una cosa bien concreta: "Porque impondr¨¢n las manos sobre los enfermos y ¨¦stos se curar¨¢n". Dif¨ªcil, hasta para un Papa, decirle que no lleva raz¨®n. Sobre todo porque esa caravana de lisiados y marginados que se acerca a ¨¦l, aun cuando no se curen en sus carnes, juran que se sienten menos infelices por dentro.
En, cuanto a quienes puedan aprovecharse de ¨¦l explot¨¢ndolo, quiz¨¢ incluso para fines bastardos, eso ya es harina de otro costal.
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