Imagen de Fernando Casado Arambillet
Fernando Casado Arambinet Veiga Rey iba para ingeniero o para arquitecto, seg¨²n se diera, cuando lleg¨® la guerra civil. Su padre, precisamente republicano, de ninguna manera rojo; pero tanto ¨¦l, como su hermano Enrique (de Estado Mayor) estaban seguros de que un militar no se subleva y no se alza contra sus juramentos. Cuestiones que luego, a sus compa?eros, les parecieron tan extra?as que, cuando les ganaron, la guerra, les condenaron a muerte.En todo caso, nunca tuvo relaci¨®n familiar con el coronel Segismundo Casado, como se sol¨ªa decir en M¨¦xico, cuando rod¨® con Bardem las Sonatas de Valle Incl¨¢n, tuvo dificultades porque le consideraban los exiliados como "el hijo del traidor". Todo lo contrario. (Un d¨ªa comimos en Par¨ªs la vedette de moda de entonces, Mar¨ªa Riquelme, hija del general Riquelme, de la Rep¨²blica; ¨¦l y el productor Eduardo Manzanos, que les dijo: "Pensar que si vuestros padres hubieran ganado la guerra, vosotros ser¨ªais los marqueses de Villaverde...").
Conoc¨ª a Fernando en Albacete, en casa de su t¨ªo Enrique, que era ayudante del Gobemador militar. No era un puesto f¨¢cil, aunque estuviera alejado del frente: Albacete era la sede de las Brigadas Internacionales y la residencia de su principal responsable Andr¨¦ Marty (bajaba a desayunar con quimono chino al comedor de su hotel), que luego fue secretario general del Partido Comunista franc¨¦s y al que los fachas llamaron, con absoluta impropiedad, "el carnicero de Albacete". Fernando, entonces Femandito, era soldado en el batall¨®n hipom¨®vil, quiz¨¢ porque en sus tiempos de ocio hab¨ªa practicado la h¨ªpica, quiz¨¢ porque tuviera misiones m¨¢s importantes, (y no s¨¦ con qui¨¦n), y necesitaba alg¨²n uniforme para pasar inadvertido. Pasamos juntos aquella peque?a aventura, y la m¨¢s larga y dura de la posguerra, con nuestros padres condenados a muerte; el de ¨¦l (que lleg¨® a ser general de la Rep¨²blica) en Monte Olivete (Valencia). Se acabaron las carreras. Esper¨¢bamos los indultos y busc¨¢bamos formas de sobrevivir. Quiero decir, de comer.
El se vi¨® lanzado al teatro, yo al peri¨®dico. Un d¨ªa nos propusieron "sacar lanza" en el Espa?ol (no s¨¦ que cl¨¢sico); yo no me atrev¨ª, ¨¦l s¨ª, y se descubri¨® que, adem¨¢s, ten¨ªa voz -y rica, y poderosa-; que era inteligente, que entend¨ªa los textos y ten¨ªa figura y cultura. Quiz¨¢ le hizo falta todo ello en los primeros tiempos; luego, cuando ya fue gal¨¢n, los textos eran los habituales del teatro Infanta Isabel en la ¨¦poca de Isabel Garc¨¦s (no siempre eran de Torrado o de Navarro; los hab¨ªa de Jardiel, de Benavente).
Hab¨ªa sido tambi¨¦n extra en el cine, y tambi¨¦n r¨¢pidamente descubierto: todav¨ªa se le ve en las restricciones de la televisi¨®n, sobre todo en Locura de amor: a¨²n faltaba mucho tiempo para que encontrara el disfraz solemne de la barba, pero pod¨ªa representar a Felipe el Hermoso para la pasi¨®n inolvidable de Aurora Bautista (y los amor¨ªos de una morita que result¨® ser un poco m¨¢s tarde, Sara Montiel; tambi¨¦n hab¨ªa tenido una vida de guerra civil m¨¢s bien perdida). Se qued¨® con el cine, aunque de cuando en cuando hiciera algo especial de teatro (como pas¨® con los grandes de su ¨¦poca: Fern¨¢n-G¨®mez, Rabal; el que m¨¢s tiempo se ha quedado en el teatro, y va a seguir en ¨¦l, ha sido Marsillach).
Fernando pas¨® as¨ª del susto y el vac¨ªo a un puesto de primer orden. Y a los amores correspondientes a un gal¨¢n. Unas veces pasajeros y de ri?as sencillas, otros profundos, dolorosos y dif¨ªciles, con la amargura que da la clandestinidad en el amor; se fue as¨ª de Espafia, y encontr¨® a la companera que iba a serlo de la inmensa parte de su vida; la que le ha tenido de la mano en el momento de su muerte.
Todos nosotros en realidad quer¨ªamos irnos de Espa?a entonces, y nos fuimos. Recuerdo a Fernando con un gram¨®fono, que entonces llam¨¢bamos pick up y los discos de no se qu¨¦ m¨¦todo de ingl¨¦s; pon¨ªa ah¨ªnco y esfuerzo y le vali¨® para las coproducciones -Bronston reci¨¦n muerto- y para aprender en ellas m¨¢s; hasta que lleg¨® Bu?uel -Tristana, sobre todo- y con su fama, el mundo anglosaj¨®n; y la revelaci¨®n un poco tard¨ªa que fue para ese mundo su French Connetion (nunca hab¨ªa borrado el acento espa?ol, hasta un poco gallego, de sus padres y de su nacimiento en La Coru?a).
Dejamos de vemos hace tiempo: por nada, porque el mundo se para y Madrid m¨¢s todav¨ªa. Yo s¨ª le ve¨ªa; con esa simultaneidad de tiempos con que vemos a los actores en la televisi¨®n, desde la carita joven y mofletuda de los primeros papales hasta la dignidad del se?or mayor que fue -siempre desde Bu?uel, y en la presidencia de la Academia del Cine; y en las entrevistas en sus propio papel con su propia distinci¨®n y elegancia con sus frases, con su forma de no hablar mal de nadie. Con la discreci¨®n con que se ha ido; tapando casi esta enfermedad que le debi¨® aparecer cuando rodaba Don Quijote (?el mejor papel de su vida? En todo caso, una creaci¨®n extraordinaria) con Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n. A trav¨¦s de ¨¦l y de otros amigos nos mand¨¢bamos, de cuando en cuando, saludos y preguntas. Se ha cortado toda comunicaci¨®n.
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