Que luchen ellos
Si he entendido bien las informaciones (como de costumbre abundantes e imprecisas) que estos d¨ªas se nos dan sobre la propensi¨®n de nuestros j¨®venes a la objeci¨®n de conciencia, el riesgo ante el que de momento nos encontramos no es tanto la indefensi¨®n como la injusticia. Todav¨ªa el n¨²mero de quienes se sienten obligados a cumplir la ley basta para cubrir las necesidades previstas. Alg¨²n riesgo pol¨ªtico entra?a segura mente el hecho de que esos muchachos vengan s¨®lo de ciertas partes de Espa?a, como peligroso ser¨ªa que ese sentido del deber se experimentara s¨®lo asociado con una determinada ideolog¨ªa pol¨ªtica.El mal cierto y presente es el que resulta del hecho de que quienes se niegan a hacer el servicio militar se ven dispensados en la pr¨¢ctica de realizar ning¨²n otro, servicio. En unos casos esa dispensa nace de su propia negativa; en otros muchos, seguramente los m¨¢s numerosos, de la incapacidad estatal para organizar un servicio civil que pueda ocuparlos. En todo caso, estamos en una situaci¨®n en la que el deber constitucional y legal de servir con las armas es ya, o lleva camino de convertirse, en un deber sin sanci¨®n; un deber que s¨®lo obliga a quienes moralmente se sienten obligados. Que en esa situaci¨®n hay una quiebra grave del principio de igualdad ante la ley y, por tanto, una injusticia, parece cosa evidente. Tambi¨¦n, en consecuencia, que algo se ha de hacer para remediarla. El remedio m¨¢s evidente, el que primero se le ocurre a cualquiera es, naturalmente, el de modificar la ley; hacer un poco m¨¢s dif¨ªcil la dispensa del servicio militar, de manera que s¨®lo se acojan a ella aqu¨¦llos a quienes su conciencia se la impone. Es un remedio de ¨¦xito dudoso si nuestra sociedad no cambia de actitud, pero es obligado intentarlo. En contra de lo que antes dec¨ªa el C¨®digo Civil, las leyes (y las constituciones) no prevalecen contra la pr¨¢ctica en contrario si son muchos los que incurren en ella, pero antes de reformar la Constituci¨®n para suprimir el malhadado deber parece l¨®gico hacer un ¨²ltimo intento por lograr que se cumpla. En ello se est¨¢, seg¨²n creo, y estas reflexiones no tendr¨ªan sentido si frente a esa soluci¨®n no se hubiera preconizado abundantemente otra a la que muchos se inclinan y que por eso tal vez termine por prevalecer: la del ej¨¦rcito profesional.En apariencia, tambi¨¦n ¨¦sta tiene su l¨®gica, claro est¨¢. El dilema entre ej¨¦rcito de ciudadanos y ej¨¦rcito profesional ante el que hace todav¨ªa pocos a?os se angustiaba S¨¢nchez Ferlosio, s¨®lo se plantea mientras hay ciudadanos; cuando ¨¦stos dejan de existir, si se quiere ej¨¦rcito habr¨¢ que pagarlo. Alg¨²n problema de ¨¦tica pol¨ªtica suscita la decisi¨®n de dejar al mercado la organizaci¨®n de la defensa nacional, de manera que sean los pobres los que se vean obligados a soportar las durezas de la milicia, como en la ¨¦poca de los soldados de cuota. Pero en fin, no teniendo como no tenemos ni gurkas ni puertorrique?os, hay que apa?arse con lo que da la tierra. Modifiquemos la Constituci¨®n y encontraremos a los extreme?os, castellanos y andaluces que se presten a ello.
La l¨®gica de la soluci¨®n es, sin embargo, s¨®lo aparente. Parte de la creencia impl¨ªcita de que es necesario asegurar la defensa frente a las eventuales amenazas del exterior, pero olvida que ¨¦l problema se plantea precisamente porque los espa?oles, compartan o no esa creencia, no est¨¢n dispuestos a asumir los sacrificios que esa defensa comporta. Da por supuesto que est¨¢n dispuestos a pagar por ello, pero a partir de ah¨ª sigue razonando sin respeto alguno por las exigencias de la econom¨ªa, que es el terreno en el que se instala. Habiendo en el mundo ej¨¦rcitos poderosos y eficaces, parece econ¨®micamente est¨²pido empe?arse en crear uno. Seguramente resultar¨¢ much¨ªsimo m¨¢s barato concertar nuestra defensa con alg¨²n otro Estado a cambio de un tributo razonable. Se ha hecho muchas veces a lo largo de la historia. Algo de independencia perderemos, pero quiz¨¢ no de prosperidad, y al Fin eso es lo que importa. Tras haberles encomendado con ¨¦xito la tarea de inventar, dej¨¦mosles tambi¨¦n la de luchar cuando haga falta.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.