Falla ef¨ªmera
En la tierra estrecha, asomada a la gran charca mediterr¨¢nea, estamos avezados a responder al estupor de los visitantes por estos d¨ªas. Responder a la pregunta sobre el estruendo, sobre el despilfarro, y sobre lo ef¨ªmero de una creaci¨®n compleja, y, a veces, art¨ªstica.Las respuestas son de lo m¨¢s variado, y todas, sin excepci¨®n, improvisadas como no pod¨ªa ser de otro modo. As¨ª solsticios, idus, pr¨®rrogas de carnestolendas, tradici¨®n piadosa y gremial en honor de Pepe, el pater putativus, patriarca San Jos¨¦. O bacanal de la primavera que se anuncia, conjuro de la maldad y de los males que el fuego y el ruido arrastran. Quema de toda hoguera de la vanidad, ceniza urbana sobre la que renace la ciudad. Y as¨ª hasta el infinito, con las consabidas excursiones sobre la gastronom¨ªa, jocunda en unos casos, pobre y tambi¨¦n ef¨ªmera siempre, como los bu?uelos de las esquinas.
As¨ª responden los ind¨ªgenas, los m¨¢s mestizos, y casi todos venidos de partes muy diversas, por lo que el estallido de fuego, p¨®lvora y estridencia musical, resumen signos de identidad a falta de otros m¨¢s dif¨ªciles u oscuros, acaso inexistentes.
Los analistas, que los hay, y especializados, hurgar¨¢n en los or¨ªgenes, en las manifestaciones externas, y aun en las ra¨ªces recientes de una tradici¨®n no tan lejana, encorsetada. P¨®lvora y ¨¢rabes; fuego y cultura cl¨¢sica, uno de sus elementos; flores y bacanales, revestidas de piedad reciente; desfiles y organizaciones de un r¨¦gimen todav¨ªa pr¨®ximo, que orden¨® uniformes y protocolos, lejos de la espontaneidad. Lo que quieran, pero con las calles repletas de gentes, en contraste que s¨®lo encontramos en los Carnavales, recuperados o los de siempre.
Para, al cabo, concluir en una suerte de admirada sorpresa acerca de lo pasajero y gratuito de este singular espect¨¢culo, barroco y multitudinario. A¨²n retengo en la memoria los temores de dos aguerridos generales, Mitterrand y el malogrado Vallesp¨ªn ante el estallido de la masclet¨¢, y su prudente, a la par que profesional, retirada hasta los muros del Ayuntamiento. O la insistencia de B. Edwards por situar su pantera enmedio del jolgorio fallero, por lo surrealista, ins¨®lito, del espect¨¢culo. Son tan s¨®lo dos ejemplos, alejados en sus protagonistas, y cercanos por la coincidencia de lo infrecuente.
Arte inmediato
Poner a caldo al vecindario, y hacerlo de modo expreso, este fue un origen posible, de la versi¨®n reciente de la fiesta fallera, a fines del pasado siglo, en una ciudad menestral, peque?a adem¨¢s: maridos celosos, tenderos de la usura, fr¨ªvolas galantes; m¨¢s tarde alguna gota pol¨ªtica, de amable cr¨ªtica municipal. Siempre ocasi¨®n de chiste, de concurrencia festiva en torno a una mesa m¨¢s bien pobre: cacahuete, altramuces, vino. Arte inmediato, de materiales sencillos. De ah¨ª al salto barroco, de color y esperpento, aupado por una perspectiva cr¨ªtica amordazada durante el largo silencio, el vaciamiento de los contenidos, a¨²n los menores, de esquina y barrio; el asentamiento de una convenci¨®n que no admite actualizaciones, ni est¨¦ticas ni de contenidos. Los intentos de los setenta y ochenta como fallidos en las fallas, pese a recuperaciones, o nuevas improvisaciones. La superposici¨®n de lo oficial, ant¨ªtesis de todo esp¨ªritu festivo, a la juerga, al jolgorio de la calle. Pero esta contradicci¨®n es tambi¨¦n la fiesta, la falla, con su cortejo de cargos y t¨ªtulos, y la gran expansi¨®n de las gentes, al margen de rivalidades que quedan en cerradas en el gran silencio de los casals la noche del 19 de marzo.Quemen pues los lectores o lectoras el articulillo, que tal acto ser¨ªa homenaje al esp¨ªritu que anim¨® a escribirlo.
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