La dignidad del fuego
Valencia estos d¨ªas es una ciudad nerviosa y convulsa: desde cualquier esquina los petardos irrumpen intempestivamente provocando el aturdimiento; los puntos neur¨¢lgicos han sido tomados por los falleros para erigir esos ef¨ªmeros monumentos de cart¨®n que permiten afirmar su precaria soberan¨ªa; las multitudes deambulan de un barrio a otro, de la masclet¨¢ a la ofrenda, de la ofrenda a los castillos de fuegos artificiales, consumiendo estas fugaces horas a la espera, una vez m¨¢s, de la magia arcaica del fuego. Por doquier impera el desasosiego y el contacto pegajoso. Es la fiesta mayor.Como fiestas modernas que son, las Fallas permiten que cada cual se cree su propia fiesta. Pero un acto sigue siendo inexcusable: la visita a los monumentos, especialmente a aqu¨¦llos que, merced a la loter¨ªa y artima?as de los premios, adquieren un aura de sacralidad.
Hay en la visita un rescoldo de pasadas irreverencias y anticlericalismos. La visita a la falla (mediada la cuaresma) simulaba, a veces, la visita al Sant¨ªsimo; y los llibrets parodiaban a los libros devocionarios. Pero la falla no es oraci¨®n devota, sino confabulaci¨®n y murmuraci¨®n, procacidad y ludibrio.
Para facilitar el recorrido por la ciudad y la visita a las fallas, el visitante puede hacer acopio, previo pago naturalmente, de gu¨ªas y llibrets. Pero observar¨¢, con sorpresa, que en ning¨²n lugar se le dice qu¨¦ cualidades adornan una buena falla. A la luz de la tradici¨®n y teniendo en cuenta la situaci¨®n actual de la fiesta, una falla "lograda" deber¨ªa reunir los rasgos siguientes: intenci¨®n sat¨ªrica, monumentalidad, composici¨®n airosa, sentido de la actualidad y capacidad de incitar a la participaci¨®n.
De entre ellos, el m¨¢s definitorio y perenne de toda la historia fallera es la s¨¢tira. Una s¨¢tira que puede oscilar entre la mordacidad cruel y el humor amable, entre la gracia picante y el sarcasmo; que a veces bordea el esperpento y otras se contenta tan s¨®lo con el gui?o c¨®mico. Hay un humor sutil y, entonces, la risa va por dentro; pero abunda a¨²n m¨¢s un humor jocundo que produce hilaridad. Todos ellos tienen cabida en la falla, porque todos contribuyen al regocijo.
Mediante el distanciamiento de la risa, la falla pretende captar la complicidad del espectador y liberar sus preocupaciones para incitarle a una manera alternativa de ver el mundo. Aparentemente puede parecer que las fallas son portadoras de una visi¨®n derrotista, pero tras la s¨¢tira habita siempre un impulso moralizador, que se encarna e incluso trasciende cuando el fuego convierte en cenizas los vicios y lacras censurados.
Sin embargo, la falla, por su car¨¢cter ef¨ªmero, resultar¨ªa pretenciosa si quisiera hacer trascendentalismos. Es, por el contrario, una cr¨®nica fugaz de los acontecimientos que se encaraman en la cresta de la ola, algo as¨ª como la espuma del presente. Y, como la fruta del tiempo, s¨®lo es sabrosa si tiene frescura y jugosidad.
Pero al recorrer calles y plazas el visitante que, aturdido por las circunstancias, no se deje seducir por la monumentalidad y la composici¨®n, puede quedar desconcertado ante la reiteraci¨®n anodina de figuras y temas, ante la escasa capacidad de innovaci¨®n, ante el simplismo de muchos argumentos. No es momento de abordar estas lacras. Pero, ciertamente, pueden contarse con los dedos de una mano las fallas que re¨²nen los requisitos enumerados. ?Qu¨¦ habr¨ªa que hacer con las dem¨¢s? En alguna ocasi¨®n he dicho que deber¨ªan ser quemadas antes de salir a la calle, pero la verdad es que ni siquiera merecen la dignidad, del fuego.
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