El gran jolgorio
Largas cambiadas de rodillas, chicuelinas, ver¨®nicas de alhel¨ª y de ajoarriero, revoleras, medias ver¨®nicas dio El Soro al quinto toro, el solito por el centro del redondel, y fue como un terremoto. Como un terremoto fue la que se arm¨®, el p¨²blico puesto en pie, gritos de "?torero, torero!". Nuevas orejas barruntaba el p¨²blico valenciano en tarde de jolgorio y de albricias, que ven¨ªa orejera desde que empez¨®.?C¨®mo desde que empez¨®? Desde que se anunci¨®, ven¨ªa orejera la tarde. En esta plaza, la m¨¢s triunfalista del mundo, las figuras merecen orejas por el mero hecho de serlo y, si son valencianas, hay que darlas doble raci¨®n. Ahora bien, ¨²nicamente Enrique Ponce fue capaz de conseguirlas, y no exactamente por sus m¨¦ritos sino por los del propio p¨²blico, al que le daba lo mismo derechazo que izquierdazo, pinchazo que estocada, aviso que preg¨®n.
Domecq / Espartaco, Soro, Ponce
Toros de Juan Pedro Domecq, terciados, sospechosos de pitones, casi todos inv¨¢lidos, boyantes; 6?, aplomado.Espartaco: estocada trasera e insistente rueda de peones (oreja); dos pinchazos, estocada -aviso con retraso- y dobla el toro (oreja). El Soro: pinchazo y bajonazo (oreja); bajonazo escandaloso (oreja). Enrique Ponce: pinchazo hondo trasero -aviso-, rueda de peones y se tumba el toro (dos orejas); aviso antes de matar y bajonazo descarado (oreja). Los tres salieron a hombros por la puerta grande. Plaza de Valencia, 19 de marzo (tarde). 10? corrida de Fallas. Lleno.
Eso ocurri¨® en el tercer llamado toro, que era una mona, y Ponce se puso a pegarle pases con tanto af¨¢n, que pareci¨® deliquio. La calidad de esos pases o de cuantos pegaron los tres coletudos no se debe mencionar aqu¨ª, ni en lado alguno, pues si al p¨²blico presente le tra¨ªan sin cuidado, menos a¨²n importa ahora que los toros ya est¨¢n en el puchero, sus rabos estofados, sus cuernos mondos en la basura, sus toreadores en Jauja y la autoridad que los dio franqu¨ªa, a por tabaco, como siempre.
Qu¨¦ m¨¢s dar¨¢ si Espartaco las templ¨® con empaque, gusto y fundamento los primeros derechazos de la tarde, y a partir de esa tanda se puso a pegar pases por ah¨ª, pases con sentido o sin ¨¦l, pases rectil¨ªneos u oblongos, pases de pico y pala, y entre pases, garbeos relajantes y amplias sonrisas. Qu¨¦ m¨¢s dar¨¢. La gente no estaba para exigir trap¨ªo a los toros ni arte a los toreros. La gente, que abarrotaba la plaza e incluso llenaba las terrazas de los edificios pr¨®ximos al coso, iba para la crem¨¤ de la noche, ven¨ªa de la masclet¨¤ del mediod¨ªa -pasando por la paella- y lo ¨²nico que quer¨ªa ver all¨¢ era fiesta fallera.
Y tuvo fiesta fallera. Se la dio El Soro con emocionante entrega, hasta colmarlo de felicidad. El Soro es el ¨²nico torero verdaderamente integrado en la valencian¨ªa, la conoce y la siente, y de ah¨ª le sale ese toreo vibrante y barroco que podr¨ªa ser exhibido con ¨¦xito en la plant¨¤, para pasmo de propios y extra?os. Un toreo merit¨ªsimo, por otra parte, pues largas cambiadas de rodillas a porta gayola no sujeta la violenta embestida de un toro en los mism¨ªsimos medios ci?¨¦ndole chicuelinas y ver¨®nicas.
El Soro era un vendaval, que entr¨® a los quites por navarras y por faroles, y con las banderillas -pares corriendo atr¨¢s, de dentro a fuera, del molinillo- se convirti¨® en un hurac¨¢n. Muleta en mano no dio dos a derechas, esa es la verdad, pero mantuvo el tipo pegando giraldillas y descar¨¢ndose con el toro a cuerpo limpio. "?Torero, torero!", le aclamaban, y a¨²n segu¨ªan los ecos del jolgorio cuando Ponce porfiaba derechazos al sexto, que apenas pod¨ªa embestir.
Los tres toreros salieron a hombros acompa?ados de una multitud enfervorizada y se encontraron fuera con otra que se hab¨ªa enterado de los aconteceres y deseaba unirse a la manifestaci¨®n de j¨²bilo. ?Menudo cacao se arm¨® entre el gent¨ªo, los toreros, los guardias, los coches, las obras del metro y los que acud¨ªan a coger sitio para la crem¨¤, aquello era Babilonia, con los babilonios en pie de guerra.
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