Parar el palo
La reciente conferencia internacional, reunida en Detroit para tratar del paro estructural en las econom¨ªas industrializadas, ha planteado en t¨¦rminos dram¨¢ticos un viejo problema de nueva urgencia. Ahora ya sabemos que puede haber crecimiento econ¨®mico sin creaci¨®n proporcional de empleo y que, por tanto, las cl¨¢sicas f¨®rmulas liberales de est¨ªmulo a la inversi¨®n y abaratamiento de costes laborales no podr¨¢n, por s¨ª solas, solucionar el problema. La persistencia del paro pone en cuesti¨®n, adem¨¢s, la viabilidad de los sistemas de pensiones, cuya posible crisis no se debe, en lo esencial, al envejecimiento de la poblaci¨®n, sino a la relaci¨®n entre empleos de hoy y pensiones de ma?ana. ?Tiene remedio dicha situaci¨®n? No Con las recetas tradicionales, que resultan de una visi¨®n obsoleta de nuestras econom¨ªas. La rigidez del mercado de trabajo, que obsesiona a los medios patronales de nuestro pa¨ªs, no es la causa del paro. La econom¨ªa japonesa, con la m¨¢s baja tasa de paro (3% en su punto ¨¢lgido) y los mayores incrementos de productividad, es la que tiene el mercado laboral m¨¢s r¨ªgido, hasta el punto de que, como es sabido, en el sector de grandes empresas (que representa un 60% del empleo) los trabajadores mantienen su empleo durante toda su vida, cambiando de funciones seg¨²n los ciclos econ¨®micos, pero conservando el puesto de trabajo en la empresa. El contraargurnento que escucho frecuentemente en Espa?a ("¨¦sos son japoneses") revela un mucho de ignorancia y un poco de racismo. Lo que permite a las empresas japonesas mantener el empleo es que, sobre la base de dicha seguridad, pueden pedir a Sus trabajadores los esfuerzos necesarios tanto en t¨¦rminos de movilidad dentro de la empresa como de condiciones de trabajo. A¨²n m¨¢s importante: la empresa puede invertir en reciclaje Y formaci¨®n de los trabajadores, elemento indispensable de la modernizaci¨®n tecnol¨®gica, pues la acumulaci¨®n de experiencia y conocimiento se hace en la propia empresa. Y s¨®lo sobre esa relaci¨®n laboral se pueden desarrollar los m¨¦todos de "equipos de trabajo", "control de calidad" y "calidad total" que determinan la productividad en el nuevo tipo de empresa. En realidad, si no hay un cambio en las pol¨ªticas de formaci¨®n del personal y la ¨²nica modificaci¨®n consiste en facilitar el despido, el resultado, en una econom¨ªa en proceso de r¨¢pido cambio tecnol¨®gico, es aumentar el paro.Tampoco son las nuevas tecnolog¨ªas, por s¨ª mismas, las causantes del paro. Estados Unidos y Jap¨®n, econom¨ªas tecnol¨®gicamente m¨¢s avanzadas que las europeas, tienen mucho menos paro que Europa. Y, dentro de Europa, son las econom¨ªas tecnol¨®gicamente menos avanzadas, como la espa?ola, las que presentan mayor nivel de paro. El factor clave, partiendo de los efectos positivos de las nuevas tecnolog¨ªas sobre la productividad y la competitividad, es la capacidad de formar a los trabajadores y cambiar a las empresas para poder operar en el nuevo sistema tecnol¨®gico. Si no hay cambios educativos y organizativos, el trabajo se descualifica y las empresas son incapaces de competir en la econom¨ªa global. El intento de competir bas¨¢ndose en reducir salarios est¨¢ destinado al fracaso en una econom¨ªa mundial en la que compiten pa¨ªses con costes laborales incomparablemente m¨¢s bajos. Para los pa¨ªses industrializados, la ¨²nica salida competitiva es aumentar la productividad de sus empresas, no el disminuir los costes laborales a los niveles chinos, hip¨®tesis econ¨®mica y socialmente inviable.
Una lectura europea de los emas debatidos en la conferencia de Detroit permite identificar medidas econ¨®micas y sociales que, conjuntamente, Podr¨ªan crear empleo cualificado estable, adaptado a la nueva econom¨ªa. Algunas medidas a corto plazo pueden estimular la salida de la crisis. En particular, la Uni¨®n Europea debe liberarse de la tiran¨ªa del Bundesbank y aplicar los tipos de inter¨¦s que requiera la econom¨ªa de cada pa¨ªs, en coordinaci¨®n con los dem¨¢s, pero no en funci¨®n de los intereses unilaterales alemanes de controlar la inflaci¨®n suscitada en su pa¨ªs por una unificaci¨®n llevada a cabo en t¨¦rminos monetariamente irresponsables. Asimismo, la flexibilidad del trabajo es indispensable en una econom¨ªa en la que se calcula que a lo largo de la vida laboral una persona va a cambiar de actividad (no s¨®lo de empleo) al menos cuatro veces, adapt¨¢ndose a las nuevas funciones determinadas por el r¨¢pido cambio tecnol¨®gico. Pero la eliminaci¨®n de rigideces en el mercado laboral s¨®lo puede hacerse si se acompa?a de pol¨ªticas de formaci¨®n, de vivienda y de protecci¨®n social que permitan a los trabajadores cambiar de trabajo sin desarticular su vida.
Sin embargo, el car¨¢cter estructural de la crisis del empleo requiere otras pol¨ªticas, m¨¢s ambiciosas, que vayan a la ra¨ªz del problema. La educaci¨®n de trabajadores polivalentes y de alta cualificaci¨®n, capaces de reciclarse continuamente a lo largo de su vida laboral, requiere reinventar la formaci¨®n profesional, restablecer un aprendizaje de empresa que no sea, como hoy, simple fuente de trabajo barato y apostar por una educaci¨®n que no se limite a las necesidades inmediatas de la empresa de hoy, sino que permita la adaptaci¨®n a la empresa de ma?ana. Por otro lado, la competencia desleal de pa¨ªses de nueva industrializaci¨®n trabajando a bajo coste exige una redefinici¨®n de las condiciones del comercio internacional, buscando su expansi¨®n mundial, pero en las condiciones de un "comercio gestionado", en donde los gobiernos acuerden los m¨ªnimos sociales y medioambientales que deben respetar todos los pa¨ªses, imponiendo en su caso aranceles m¨¢s altos para los productos de pa¨ªses que intentan "igualar por abajo" los niveles de vida en el mundo. Y, en fin, la problem¨¢tica del mal llamado "reparto de trabajo" necesita pasar del debate intelectual a la pol¨ªtica econ¨®mica. Son necesarios acuerdos entre empresas y trabajadores, pilotados y preparados por los gobiernos, en donde se reduzca el tiempo de trabajo para todos, a cambio de aumentar el n¨²mero de empleados. En una primera fase, tal medida no se puede realizar sin una reducci¨®n proporcional del salario, que no se recupera enteramente en t¨¦rminos de horas trabajadas. Conforme la modernizaci¨®n tecnol¨®gica genere mayor productividad, se ir¨ªan obteniendo incrementos salariales en el futuro, sin por ello volver a las 40 horas semanales, liberando as¨ª tiempo de vida. Tal esquema no es una utop¨ªa, sino la experiencia hist¨®rica de la industrializaci¨®n que obtuvo m¨¢s producci¨®n, m¨¢s salario y menos tiempo de trabajo mediante la combinaci¨®n de luchas sociales y progreso tecnol¨®gico. El bloqueo actual de las empresas y sindicatos parece necesitar un esfuerzo por parte de los gobiernos para redefinir las condiciones del empleo en este momento de transici¨®n hist¨®rica.
Lo ¨²nico que no puede hacerse es cerrar los ojos y esperar que el mercado, por s¨ª solo, solucione el problema. Tal y como se ha se?alado en Detroit, si no hay una acci¨®n p¨²blica, concertada con los agentes sociales, que acompa?e la transici¨®n a la nueva econom¨ªa informacional y global, vamos hacia sociedades duales y hacia econom¨ªas desequilibradas por su propia capacidad productiva. Si queremos escapar a la paradoja de la barbarie social como trasfondo de nuestras proezas tecnol¨®gicas, hay que atreverse a innovar. Renovarse o morir no es una frase hueca en una Europa en la que el paro concita de nuevo el aquelarre del fundamentalismo nacionalista, el racismo, el irracionalismo, la violencia social y el autoritarismo pol¨ªtico.
Manuel Castells es catedr¨¢tico de Planificaci¨®n de la Universidad de Berkeley, Estados Unidos.
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