En defensa de la memoria colectiva
Escribir, como han hecho Fernando Garc¨ªa de Cort¨¢zar y Jos¨¦ Manuel Gonz¨¢lez Vesga, una s¨ªntesis de toda la historia de Espa?a es empresa arriesgada y necesaria, y, por ello, desusada. La historia no ha podido sustraerse a lo que Ortega y Gasset calific¨® como "la barbarie del especialismo", esto es, a la proliferaci¨®n de monograf¨ªas eruditas y rigurosas sobre temas particulares y limitados. Por supuesto, la especializaci¨®n ha sido, y sigue siendo, una obligaci¨®n: sin ella no habr¨ªa sido posible que la historia alcanzase el muy alto nivel intelectual y cient¨ªfico que actualmente tiene. Pero, al tiempo, los historiadores, al recurrir a la erudici¨®n monogr¨¢fica, parecemos renunciar a los grandes empe?os, a las interpretaciones audaces, a las visiones generales, que son precisamente las que reclama la conciencia del lector contempor¨¢neo, las ¨²nicas que pueden de verdad satisfacerle, y las ¨²nicas que pueden desbordar el ¨¢mbito del especialismo e interesar a especialistas y no especialistas.Se trata, por tanto, de retomar los grandes temas de la historia, y entre ellos, por descontado, las historias nacionales, y, en nuestro caso, la historia de Espa?a. Por una raz¨®n simple y evidente: porque esa historia es la memoria colectiva de la sociedad espa?ola. Parafraseando a Max Weber, cabr¨ªa decir que no sabremos qu¨¦ es Espa?a, si no sabemos c¨®mo ha llegado a ser lo que es. Espa?a, quede claro, no es una mera agregaci¨®n de sus regiones y nacionalidades; es, desde hace siglos, una naci¨®n, aunque sea una naci¨®n problem¨¢tica y mal vertebrada, y en, ella, junto con la realidad nacional, coexistan acusadas realidades regionales, y con la cultura com¨²n convivan culturas privativas de regiones y nacionalidades.El pasado nacional
La historia de Espa?a -empe?o de Garc¨ªa de Cort¨¢zar y Gonz¨¢lez Vesga- tiene un objeto claro y expl¨ªcito, que podr¨ªamos resumir en palabras de Michelet: la recuperaci¨®n de la totalidad del pasado nacional en gestaci¨®n a trav¨¦s de los siglos.
Desconocer la historia del pa¨ªs propio es, para m¨ª, carecer de, o privarse de, uno de los derechos c¨ªvicos m¨¢s esenciales (y lo mismo dir¨ªa de la lengua). No por razones ret¨®ricamente patri¨®ticas, sino -como recordaba el historiador ingl¨¦s Raphael Samuel al presentar el congreso sobre Historia, la naci¨®n y la escuela, que se celebr¨® en Oxford el 19 de mayo de 1990-, sino por razones pedag¨®gicas: porque es el pa¨ªs que se conoce mejor (aunque no nos guste), y porque la lengua nacional (o las lenguas nacionales, en los casos de biling¨¹ismo) es la lengua que hablamos. Y por otra raz¨®n adicional. Porque, aunque ni historiadores ni ensayistas hagamos ya en Espa?a metaf¨ªsica del ser de Espa?a -como, por ejemplo, hicieron los hombres del 98-, sigue siendo en buena medida cierto aquello que Ortega dijera en Bilbao en 1910: que "para un hombre nacido entre el Bidasoa y Gibraltar es Espa?a el problema primero, plenario y perentorio".
Las grandes s¨ªntesis de la historia nacional, la alta divulgaci¨®n si se quiere, vienen, pues, a cumplir misi¨®n tan esencial como es preservar la memoria hist¨®rica del pa¨ªs, pieza capital para entender su realidad y la enjundia ¨²ltima de sus problemas. La historia de Espa?a tomada en su globalidad, como han hecho Fernando Garc¨ªa de Cort¨¢zar y Jos¨¦ Manuel Gonz¨¢lez Vesga, debe darnos, cuando menos, idea clara de c¨®mo Espa?a ha llegado a ser un problema para los espa?oles, o mejor, de cu¨¢les han sido a trav¨¦s de los siglos los problemas que han tenido que afrontar los espa?oles. Espa?a no es ni una abstracci¨®n ni un destino: es s¨®lo historia.
Juan Pablo Fusi Aipur¨²a es historiador.
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