Corromper la corrupci¨®n
Tal como se maneja el tema de la corrupci¨®n en los medios de prensa, en las denuncias parlamentarias, en las querellas por calumnias, suele sobrentenderse que el cohecho es s¨®lo uno de tantos modos de transgredir las normas; de lograr, por ejemplo, mediante una propuesta poco ¨¦tica, y la consiguiente aceptaci¨®n igualmente deshonesta, un beneficio ilegal, un ping¨¹e negociado, una colaboraci¨®n prohibida, un trasiego de drogas. Si la propuesta irregular no es aceptada, el movimiento corruptor se frustra, se queda en semi corrupci¨®n; pero la voluntad transgresora permanece, la decencia ha sido de todos modos puesta a prueba.Es cierto que la tentaci¨®n corruptora siempre ha existido, desde el modesto y c¨¦lebre plato de lentejas, de constancia b¨ªblica (G¨¦nesis, 25, 30-34) hasta el gran destape que hoy mismo se lleva a cabo en Italia (manos limpias versus cuentas sucias). En un pasado, no tan lejano, la corrupci¨®n no hab¨ªa alcanzado una dimensi¨®n universal. Ahora, en cambio, la corrupci¨®n es una verdadera multinacional, se ha extendido como una filtraci¨®n infame y llega a todos los niveles y latitudes; comprobaci¨®n que s¨®lo ata?e, necesariamente, a las operaciones que toman estado p¨²blico, pero ?y las que no? Si la marea ha involucrado a personajes aparentemente intocables, como el arzobispo Paul Marcinkus, banquero de Dios, o al presidente brasile?o Collor de Mello, todo se vuelve veros¨ªmil. La desconfianza popular se extiende casi a la misma velocidad que la corrupci¨®n, y, tal como era previsible, empiezan a pagar justos por pecadores. Antes hab¨ªa que comprobar, verificaci¨®n mediante y en calidad de excepci¨®n, la deshonestidad denunciada; ahora, en cambio, hay que demostrar y justificar la honestidad como si fuera (por fortuna, todav¨ªa no lo es, pero va camino de serlo) la excepci¨®n que confirma las nuevas reglas. Y eso es m¨¢s grave de lo que parece.
Es grave, entre otras cosas, porque el menosprecio hacia la ¨¦tica puede convertirse en paradigma. La ¨¦tica es corrientemente definida como la doctrina de las costumbres, pero cuando la corrupci¨®n se convierte en costumbre genera inevitablemente una falsa ¨¦tica: quien se resiste a entrar en el juego sucio es un d¨¦bil, un t¨ªmido, un est¨²pido. La esc¨¦ptica comprobaci¨®n de S¨¦neca: "Los que antes fueron vicios, ahora son costumbres" podr¨ªa ser un diagn¨®stico de este fin de siglo.
Cuando el quehacer deshonesto excede los l¨ªmites del binomio corruptor / corrupto, y se lo admite como un componente de la sociedad, ello no significa que ¨¦sta obligatoriamente se inscriba en el mal h¨¢bito, pero s¨ª que paulatinamente lo va aceptando como algo inevitable. Por otra parte, la comunidad no deja de advertir que los dineros mal habidos, en especial cuando el trasiego permanece impune (y desgraciadamente ocurre con frecuencia), permiten un nivel de bienestar y hasta de lujo, dif¨ªciles y hasta imposibles de conseguir mediante el trabajo legal, autorizado. Como si el Estado de bienestar y el Estado de corrupci¨®n fueran sin¨®nimos.
Ahora bien, ?c¨®mo transgredir esa corrupci¨®n transgresora? Ya no en lo referente a este tema, pero s¨ª en otros aspectos de la vida comunitaria, la sociedad, o a veces el mero azar, generan inesperados contravenenos. Hace algunos d¨ªas le¨ª, con cierto estupor (La guerra de Gila' en Alemania, EL PA?S, 12 de marzo), que en la poderosa y reunificada Alemania los recortes de presupuesto han generado una situaci¨®n cr¨ªtica, verdaderamente original: el Ej¨¦rcito teut¨®n ya no tiene suficiente asignaci¨®n para balas ni para uniformes de reclutas; ni siquiera calderilla para proveer de papel y l¨¢piz a los instructores. El informe agrega que las carencias de municiones tienen una compensaci¨®n bastante imaginativa: cuando un soldado dispara, ya que no tiene balas, debe decir "?peng, peng!", siempre que est¨¦ utilizando un arma ligera en cambio, si se trata de un carro de combate, la tripulaci¨®n deber¨¢ repetir a coro: "?Bum, bum!". Ante semejante met¨¢fora ac¨²stica se justifica el paralelismo con la desternillante guerra de Gila. Creo, sin embargo, que esta novedosa adopci¨®n de onomatopeyas armadas en el campo estrictamente militar podr¨ªa ser el origen de eficaces medidas en pro de la distensi¨®n y la paz. S¨®lo falta que la ahora desahogada ONU o la siempre benem¨¦rita OTAN logren que el enemigo (cualquier enemigo, no importa cu¨¢l) ordene a sus tropas que en vez de disparar balas y misiles de antiguo cu?o griten "?pif, pif!", si se trata de armas ligeras, y "?paf, paf!", si son carros de combate. Todo andar¨ªa mejor, qu¨¦ duda cabe, con el humor corrompiendo la guerra.
Otra removedora, quiz¨¢ parad¨®jica noticia, es que en el trajinado asunto de la casa de los horrores de Gloucester se est¨¢ usando, con notorio ¨¦xito, un radar que detecta cad¨¢veres. Al parecer, es la primera vez que el aparato se usa para buscar restos humanos. ?No ser¨ªa interesante que la polic¨ªa brit¨¢nica, una vez concluido el rastreo de las v¨ªctimas del alba?il Frederic West, cediera en pr¨¦stamo el util¨ªsimo georradar al Gobierno argentino para que ¨¦ste pueda al fin detectar d¨®nde est¨¢n los cad¨¢veres (por lo menos, algunos) de los miles de desaparecidos bajo la ¨²ltima dictadura? ?Acaso la reciente incorporaci¨®n de Argentina al Primer Mundo, confirmada por el presidente Menem, no merece esa muestra de solidaridad brit¨¢nica, como m¨ªnimo resarcimiento por la ocupaci¨®n de las Malvinas, esas lejanas hermanitas del invicto Gibraltar?
Siguiendo ese mismo rumbo de soluciones in¨¦ditas, quiz¨¢ encontremos la forma de transgredir la corrupci¨®n transgresora. ?O acaso es l¨ªcito admitir, en un colmo de escepticismo, que el ser humano es cong¨¦nitamente deshonesto y que la perspectiva de retrotraerlo a la vieja, desacreditada decencia, es s¨®lo una utop¨ªa destinada al fracaso? Hace alg¨²n tiempo, el poeta chileno Gonzalo Rojas escribi¨® estos versos inquietantes y esperanzados: "Estemos preparados. Qued¨¦monos desnudos / con lo que somos, pero quememos, no pudramos / lo que somos. Ardamos. Respiremos / sin miedo. Despertemos a la gran realidad / de estar naciendo ahora, y en la ¨²ltima hora".
Seg¨²n el diccionario, la primera acepci¨®n de corromper es "alterar y trastocar la forma de alguna cosa". Quiz¨¢ la soluci¨®n sea entonces corromper la corrupci¨®n. Pero c¨®mo. Ya que amenaza con convertirse en regla de una sociedad fr¨¢gil, malherida, sin aliciente moral, apostemos decididamente a la excepci¨®n. Ahora que la humanidad parece haberse salvado (?hasta cu¨¢ndo?) de las armas nucleares, no dinamitemos nuestra convivencia, "no pudramos lo que somos", como alert¨® el poeta.
Una buena manera de desarbolar la corrupci¨®n es corromperla con la honestidad. En la renovada obsesi¨®n de gobernantes y gobernados por el Estado de bienestar cunde un peligroso malentendido: que el anhelado bienestar s¨®lo se compone de bienes y disfrutes materiales y que su obligado surtidor es el mercado de consumo. Nadie menciona, ni por equivocaci¨®n, el bienestar de la conciencia, la salud de los estados de ¨¢nimo, la necesidad del ocio, la recompensa del goce. Nadie incurre en la blasfemia de decir: basta de besos pontificios al duro pavimento y un poco de comprensi¨®n vaticana a los tiernos derechos del placer.
Por otra parte, es obvio que la religi¨®n no aporta soluciones m¨ªnimamente eficaces contra la corrupci¨®n, ya que ¨¦sta, como tantos otros pecados, veniales o mortales, se purga con oraciones penitentes. Despu¨¦s de todo, aun 550 padrenuestros extramuros son harto m¨¢s soportables que tres lustros intramuros. Quiz¨¢ por eso, los grandes corruptos, como los grandes represores (general Videla et alii), suelen ser devotos lectores de vidas de santos.
El malestar de la conciencia no es una consecuencia despreciable; de ah¨ª que de vez en cuando aparezcan, aqu¨ª o all¨¢, corruptos que se suicidan. Siempre se trata de casos en los
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que, a escala individual, el malestar de conciencia supera con creces al bienestar material. Muy distinta es la contienda cuando ocurre en ciudades, regiones o pa¨ªses (Los ?ngeles, Sur¨¢frica, Somalia, Chiapas, Hebr¨®n), donde malviven conglomerados sociales o grupos ¨¦tnicos que se cansan de morir o de ser castigados. La diferencia est¨¢ a la vista. Los pueblos no se suicidan. M¨¢s bien estallan.
Hace pocos d¨ªas visit¨¦, en Alicante, la muestra (Trabajadores. Una arqueolog¨ªa de la era industrial) del notable fot¨®grafo brasile?o Sebasti¨¢o Salgado, que me pareci¨® un formidable esfuerzo destinado a corromper, no s¨®lo la corrupci¨®n, sino tambi¨¦n la injusticia, la explotaci¨®n, la xenofobia, el asco ante la solidaridad, el rechazo del otro. Y de corromperla con un instrumento sencillo: la verdad en im¨¢genes. Ning¨²n argumento intelectual, ning¨²n an¨¢lisis sociol¨®gico, ninguna inclemente estad¨ªstica, pueden alcanzar la fuerza incriminadora de esa escalofriante galer¨ªa. En sus p¨¢ginas liminares, Salgado sintetiza el sentido de la muestra: "El planeta, dividido siempre. El Norte en una nueva crisis, la del exceso. El Sur, cada vez m¨¢s hundido en la de siempre: la carencia".
Esa muchedumbre de buscadores de oro, en Serra Pelada, Brasil, s¨®lo comparable a las im¨¢genes que en 1861 creara Gustave Dor¨¦ para el Inferno, de Dante; pero sobre todo la inesperada comprobaci¨®n de que el protagonista de la muestra no es el casi m¨ªtico concepto del trabajo, sino el cansancio, el profundo e incurable cansancio que asoma en los rostros de esos pr¨®jimos aniquilados por brutales, interminables faenas, todo ello significa una certera estocada en el duro coraz¨®n del Primer Mundo; un modo de decirle a las siete naciones m¨¢s ricas (y tambi¨¦n a las que se hacen zancadillas en la segunda fila) que buena parte de sus cuantiosas fortunas, sus lujos insultantes, y hasta su famoso Estado de bienestar, en buena parte son posibles gracias a esa humanidad que en suelos y subsuelos, en monta?as y r¨ªos, va dejando jirones de su vida invivible. Ya que aqu¨ª no podemos apelar a las im¨¢genes de Salgado, recurramos de nuevo a sus palabras: "Crear un mundo nuevo, revelar la nueva vida, recordar que existe un l¨ªmite, una frontera para todo excepto para el sue?o humano". ?No ser¨¢n justamente los sue?os, y sobre todo el contagio de esos sue?os sin l¨ªmite, el ¨²ltimo recurso que se reserva la humanidad para corromper la corrupci¨®n?
Mario Benedetti es escritor uruguayo.
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