Penitencias
Con el respeto debido a quienes piensen lo contrario: hoy no es d¨ªa de bailes y bureos, correr¨ªas y francachelas, sino de contrici¨®n y penitencia, como corresponde a la acci¨®n lit¨²rgica de la pasi¨®n y muerte del Se?or, antiguo d¨ªa de presantificados, que conmemora el Viernes Santo. Corresponde asimismo no comer carne, seg¨²n mandan los c¨¢nones, lo cual quiere decir que productos de la mar s¨ª se pueden consumir. Es aconsejable, sin embargo, la mesura, pues hay feligreses que por cumplir la abstinencia se regalan una fastuosa mariscada, y semejante exceso gastron¨®mico tampoco lo quiere la Santa Madre Iglesia, aunque no lo tenga condenado expresamente.El d¨ªa es de recogimiento, que tampoco viene mal, una vez al a?o. Madrid se ofrece enterito a quienes no se marcharon de caravana interminable por esas carreteras de Dios ni de atropellada multitud por esas costas levantinas, y el ciudadano abstinente lo puede recorrer de la punta al cabo, gozando la contemplaci¨®n de sus monumentos, mientras solaza el cuerpo y serena el esp¨ªritu a lo largo de sus paseos higi¨¦nicos y piadosos.
Un alto debe hacerse en aquellas iglesias donde celebran santos oficios; sritos que incluyen lecturas b¨ªblicas, el descubrimiento y adoraci¨®n de la Cruz, el canto de los Improperios, la plegaria universal, la comuni¨®n de los fieles. Y, adem¨¢s, los sacerdotes rememoran en su transcurso el crujido c¨®smico y las tinieblas que sucedieron al ¨²ltimo suspiro, allegando un estruendoso pataleo que deja sobrecogida a la parroquia.
Tarde y noche desfilar¨¢n solemnes procesiones con sus im¨¢genes, tronos, bandas, escoltas y nazarenos. Penitentes descalzos; varios que se azotan; otros cojeando por la clavaz¨®n de los cilicios. Verlos pasar estremece el alma. Cada cual lleva lo suyo y representa, a su vez, el calvario del Crucificado, cuyos s¨ªmbolos exhiben los distintos pasos: la corona de espinas, los azotes, los clavos, el madero, la lanza, la esponja.
A la procesi¨®n nocturna la llaman del Silencio, y el nombre responde m¨¢s a honestos prop¨®sitos que a la cruda realidad. Los madrile?os sienten una irrefrenable necesidad de comunicaci¨®n, y all¨ª todo el mundo tiene algo que alegar. Y cuando de madrugada vuelven a casa, van comentando a voces la jornada. Algunos hasta franquean el portal reproduciendo el oficio de tinieblas. Y as¨ª comparten lo vivido con la vecindad entera.
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