Dr. Strangelove en Euskadi
Las nuevas declaraciones de Arzalluz, donde vuelve a distinguir entre "los de aqu¨ª" y "los de fuera", han levantado un cierto sobresalto. Sobre todo porque esta vez se refiri¨® a "los de fuera" que "est¨¢n dentro" y, por tanto, no votan nacionalista. Inmediatamente tuvo que ser contradicho por el mismo lehendakari, quien record¨® que no se puede hacer distingos entre ciudadanos vascos, con lo cual todo qued¨® en una especie de lapsus freudiano. Como suele ocurrir con todos esos actos fallidos, siempre contienen alg¨²n mensaje latente; algo que es preciso reprimir, pero que est¨¢ tan encarnado en nuestro subconsciente que es dif¨ªcil evitar que afloren a la luz. En esto el lapsus de Arzalluz me recuerda a los del Dr. Strangelove. Como algunos recordar¨¢n, se trataba de un personaje, interpretado por Peter Sellers, que aparec¨ªa en una curiosa e hilarante pel¨ªcula de Kubrick de los a?os sesenta donde se parodiaba en clave de humor el tema de la guerra nuclear. Peter Sellers bordaba aqu¨ª el papel de un loco cient¨ªfico nazi, reciclado al servicio de la investigaci¨®n nuclear norteamericana de posguerra. Adem¨¢s de moverse en una silla de ruedas y de no haber perdido su fuerte acento alem¨¢n, sufr¨ªa de un extra?o padecimiento: no pod¨ªa evitar que de vez en cuando su brazo ortop¨¦dico se le escapara para hacer el saludo romano.Salvando las distancias, y que se me perdone la jocosidad, la lengua de Arzalluz parece funcionar a veces como el brazo del Dr. Strangelove; y la de Ardanza hace las veces del brazo bueno que vuelve a poner al d¨ªscolo en su sitio Con esto no intento atribuir veleidades nazis a Arzalluz- ?por favor, que no me malinterprete!- S¨®lo quiero ilustrar el mecanismo con el que funciona el discurso nacionalista; sus l¨®gicas y ambig¨¹edades, que hacen que lapsus aparentes nos retrotraigan a su aut¨¦ntico trasfondo: la exclusi¨®n de lo ajeno. Por lo dem¨¢s, es lo mismo que hist¨®ricamente ha venido haciendo el as¨ª llamado nacionalismo espa?ol con quienes no se plegaban a determinadas pautas previamente definidas como conformadoras de "la regla". Y esto me lleva a hacer dos breves reflexiones.La primera enlaza con la imputaci¨®n de violencia que Arzalluz ha vuelto a hacer a la Constituci¨®n espa?ola al encomendar al Ej¨¦rcito el mantenimiento de la unidad de la patria. La formular¨¦ en forma de pregunta: ?autorizar¨ªa Arzalluz que un territorio formalmente integrado en un supuesto Estado vasco, pero con sentimiento espa?olista mayoritario -?lava, por ejemplo- buscara "autodeterminarse" fuera de Euskadi o reintegrarse en Espa?a? O, algo todav¨ªa m¨¢s importante, ?permitir¨ªa que "los de fuera" que viven dentro mantuvieran sus se?as de identidad o, por el contrario, esa minor¨ªa -como ocurriera con los vascos en su d¨ªa- habr¨ªa de someterse a las pautas homogeneizadoras del nuevo Estado? Lo que hasta ahora impide que eso se llegue a hacer es, precisamente, la Constituci¨®n. Por la experiencia de lo que est¨¢ ocurriendo en el Este europeo, pero tambi¨¦n por la misma din¨¢mica de cualquier otro sistema democr¨¢tico, el problema de la integraci¨®n de las minor¨ªas (otras etnias o inmigrantes) se ha convertido en el problema central de las democracias contempor¨¢neas. Y la soluci¨®n no parece venir fomentando la creaci¨®n de nuevos Estados; esto es, de nuevas exclusiones.
La segunda reflexi¨®n apunta ya hacia otro aspecto del tema: la coincidencia entre el n¨²cleo de la pol¨ªtica como tal y el presupuesto fundamental de la ideolog¨ªa nacionalista. No hace falta recurrir a C. Schmitt para saber que no hay pol¨ªtica sin una previa distinci¨®n de polos adversativos; sin presuponer en todo conflicto la existencia de un "amigo" y un "enemigo", de un "nosotros" y un "ellos". Si los movimientos nacionalistas han conseguido sobrevivir a la crisis de las ideolog¨ªas, ello se debe, precisamente, a que llevan la esencia de la pol¨ªtica marcada en la sangre -y nunca mejor dicho- Aqu¨ª es donde ese c¨®digo se da de modo natural, sin tener que recubrirlo con otras racionalizaciones. Pero no llevamos m¨¢s de veinte siglos combatiendo a la naturaleza, someti¨¦ndonos a una cierta disciplina racional, para que ahora nos gobierne el inconsciente. Ni llevamos m¨¢s de quinientos a?os conviviendo y entremezcl¨¢ndonos como para no ser capaces de encontrar una soluci¨®n distinta de la que nos impone el grupo sangu¨ªneo o el apellido.
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