Domingo de resurrecci¨®n en Sevilla
He de reconocer que Sevilla me deja asombrado; una y otra vez voy y no acaba la sorpresa, ya sea invierno o primavera, llueva o haga sol.Basta asistir a la corrida del Domingo de Resurrecci¨®n en la Maestranza para sentir a chorros las m¨¢s encontradas pasiones sobre esta ciudad. Pasear los ojos por esta plaza es llenarlos de encantamiento, pero es, a la vez, ba?arse en el m¨¢s negro mar de nuestra Andaluc¨ªa. Mi cabeza no puede consentir una liturgia tan vaticana, donde la mitra y la p¨²rpura son ropas impecables con rutilantes corbatas de seda, donde los bancos. conciliares son las barreras y donde el Esp¨ªritu Santo son las mujeres, emplumadas y garantes de una continua porf¨ªa, por ser m¨¢s y por parecer distintas. Ellas marcan la verdadera diferencia, pues si no tienes ganado, ella ha de ser tu divisa; si no eres un brillante cirujano, ella ha de ser tu diploma: jam¨¢s la mujer fue tan escaparate y tan objeto, tan indeseable por tanto.
Y es all¨ª, donde nunca el sol ha dado, donde los fot¨®grafos tiran sus mejores flashes, siempre por algo a cambio. All¨ª tambi¨¦n los areneros y empleados de la plaza saludan respetuosamente: "?C¨®mo est¨¢ usted, do?a Rosario"; "?gusto en verle de nuevo, don Anastasio"; "quiere un caf¨¦, do?a Carmen"; "s¨ª, con leche, y si ves a Manolito dile que se pase por aqu¨ª".
Domingo de Resurrecci¨®n en la Maestranza, renacimiento de la Andaluc¨ªa que me duele y me tiene encogido, resurrecci¨®n de los malos recuerdos, de lo que desde ahora mismo he de olvidar para no ser infeliz, llegando a pensar que aquella sumisa cara sonriente bajo una gorra que dec¨ªa "Arenero 5" fue un mal sue?o. Hay otros domingos de resurrecci¨®n, pero en el de Sevilla los toros son de Loewe.-
Majadahonda, Madrid.
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