Almer¨ªa
Dicen las cr¨®nicas que ha muerto de un infarto un asesino que se llamaba Castillo Quero, y que a su funeral acudi¨® de uniforme un gobernador militar. El militar fue por razones de amistad, no representaba a nadie m¨¢s que a s¨ª mismo. O sea, que el uniforme se lo dej¨® puesto por rutina. No sabemos si fue o no en coche oficial, lo que supondr¨ªa una utilizaci¨®n indebida de fondos p¨²blicos.Pero lo que hace ese se?or es casi lo de menos. Sin embargo, no est¨¢ de m¨¢s recordar aquel crimen para el que no hay adjetivos, porque parece haber una notable confusi¨®n. Los periodistas tenemos bastante culpa. Dicen los cronicones que Castillo Quero mand¨® torturar y asesinar a unos j¨®venes porque los confundi¨® con etarras.
?El crimen de Castillo Quero fue, entonces, confundirlos? ?Si hubieran sido etarras ser¨ªa menos crimen torturar y asesinar a unos chavales?
Nos podemos confundir mucho. El crimen es el mismo en cualquiera de los casos. Castillo Quero tortur¨® y asesin¨® a unos j¨®venes. El horror que sentimos los dem¨¢s por este crimen, de manera especial, es porque nos ponemos en el lugar de las v¨ªctimas: los j¨®venes no sab¨ªan de qu¨¦ se les acusaba. Podemos incluso imaginar que llegaron a gritar que ellos no eran de ETA. Eso es lo que resulta espeluznante: conducir a la v¨ªctima a la condici¨®n m¨¢s baja de quien no rechaza ya los hechos, sino su implicaci¨®n en los mismos. Unos etarras habr¨ªan sufrido el mismo dolor f¨ªsico, el mismo terror, pero habr¨ªan tenido la certeza de su situaci¨®n.
Desde el punto de vista de Castillo Quero el crimen es el mismo en uno u otro caso. El general que acudi¨® a su funeral vestido de uniforme disfrazaba su incapacidad para entenderlo todo porque, seguramente, piensa que Castillo Quero se equivoc¨® de v¨ªctimas. Y eso le puede pasar a cualquiera.
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