El odio ciega tus ojos
En su discurso de apertura ante el 7? Congreso regional de los socialistas andaluces, Carlos Sanju¨¢n advirti¨® a los delegados contra el peligro de que las pasiones y los resentimientos desatados por los conflictos entre renovadores y guerristas terminaran por cegar su capacidad de raciocinio y de negociaci¨®n. Ese temor a que los odios disgregadores prevalecieran sobre los intereses comunes qued¨® validado por los resultados de la reuni¨®n del PSOE en Granada: los guerristas, por vez primera minoritarios en Andaluc¨ªa, se negaron a formar parte de la ejecutiva, de la que Manuel Chaves fue elegido secretario general, al no ser aceptadas sus conminatorias y desmesuradas exigencias.Desde que los celos de Ca¨ªn hacia Abel -causados por la discriminatoria mirada de Yahveh respecto a las oblaciones propiciatorias ofrecidas por los dos hermanos- inaguraron la rica historia criminal de nuestra especie, las interferencias sobre los asuntos humanos de las aversiones irracionales han sido frecuentes. Hasta que la ingenier¨ªa financiera invent¨® nuevos enga?os y venganzas, las herencias ab intestato, los condominios urbanos y la demarcaci¨®n de lindes r¨²sticas eran las principales chispas con que el derecho de propiedad provocaba en las almas de la gente llamaradas de encono insensibles a los arreglos razonables y al sentido com¨²n. Tambi¨¦n las afrentas y las represalias entre clanes familiares han servido habitualmente de fulminante a esos estallidos de aborrecimiento mutuo que terminan cobrando plena autonom¨ªa respecto a sus borrosos or¨ªgenes: desde las luchas en Verona entre los Montescos y los Capuletos hasta los enfrentamientos en Puerto Hurraco entre los Izquierdo y los Cabanillas.
Pero los odios desencadenados en el seno de un partido pol¨ªtico no desmerecen en cantidad y calidad a los rencores procedentes de otros or¨ªgenes. Bajo el franquismo, los militantes de las organizaciones clandestinas de izquierda se sol¨ªan enzarzar en debates tan apasionados como in¨²tiles sobre cuestiones pol¨ªticas concretas o materias ideol¨®gicas abstrusas que dejaban una estela de feroces inquinas personales; amistades de toda una vida quedaban rotas por una peque?a discrepancia en torno al papel del campesinado medio en el camino hacia el socialismo o el lugar en la historia del modo de producci¨®n asi¨¢tico. Y esos odios incandescentes entre los militantes pod¨ªan llegar a predominar sobre su com¨²n enemistad hacia un r¨¦gimen que les deten¨ªa, torturaba y encarcelaba.
Si esas aversiones intrapartidistas exist¨ªan bajo una situaci¨®n de acoso policial, incapaz de proporcionar a los activistas perseguidos otra recompensa que la satisfacci¨®n del deber cumplido, la amplia oferta de ingresos, servicios y oportunidades para el ascenso social suministrada hoy por el Estado aumenta los incentivos de las luchas pol¨ªticas para ocupar o no abandonar el poder. La democracia ha secularizado las creencias de los grupos de oposici¨®n a la dictadura, estructurados entonces mas como sectas ideol¨®gicas que como partidos. Pero los socialistas padecen los males del presente sin haberse curado por entero de las enfermedades del pasado. De un lado, los miles de cargos p¨²blicos en juego incrementan la dureza de la pelea dentro del PSOE; de otro, las pulsiones doctrinarias envenenan sus discrepancias hasta la exasperaci¨®n: la reciente historia de UGT ser¨ªa incomprensible sin contar con la c¨®lera sagrada de Nicol¨¢s Redondo ante el abandono por Felipe Gonz¨¢lez de la ortodoxia pablista.
La abstenci¨®n de los guerristas en Granada tal vez sea fruto de un c¨¢lculo racional: una jugada de ganapierde para endosar a Chaves el probable retroceso electoral del 12-J. Pero tampoco cabe descartar una explicaci¨®n menos fr¨ªa -alternativa o complementaria- de esa actitud, tan contradictoria con los acuerdos pacificadores del 33 Congreso: el creciente predominio dentro del PSOE de los odios centr¨ªfugos sobre los intereses centr¨ªpetos.
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