Haiti-la muerte
No hay en el hemisferio occidental, y acaso en el mundo, caso m¨¢s tr¨¢gico que el de Hait¨ª. Es el m¨¢s pobre y atrasado de los pa¨ªses del Continente y en su historia se suceden dictaduras sanguinarias, tiranos corrompidos y crueles, y matanzas e iniquidades que parecen urdidas por una imaginaci¨®n perversa y apocal¨ªptica. Ahora que por Am¨¦rica Latina circula un aire de progreso y de optimismo con la consolidaci¨®n de reg¨ªmenes democr¨¢ticos y reformas econ¨®micas que atraen hacia la regi¨®n un vasto flujo de inversiones, Hait¨ª sigue hundi¨¦ndose en el salvajismo pol¨ªtico y en una miseria sobrecogedora.?Qui¨¦n tiene la culpa de este sombr¨ªo destino haitiano? No faltan polit¨®logos y soci¨®logos que explican el fen¨®meno con el argumento cultural: el Vud¨² y otras creencias y pr¨¢cticas sincretistas de origen africano, firmemente arraigadas en la poblaci¨®n campesina del, pa¨ªs, constituir¨ªan un obst¨¢culo insalvable para su modernizaci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica y har¨ªan a los haitianos f¨¢ciles presas de la manipulaci¨®n de cualquier demagogo nacionalista, v¨ªctimas propicias de los caudillos siempre listos a justificar su permanencia en el poder como garantes de lo que Pap¨¢ Doc llamaba "el haitianismo" o "el negrismo".
Y, sin embargo, cuando se echa aunque sea una r¨¢pida ojeada a la historia moderna de Hait¨ª, se vislumbra, como una corriente de agua clara discurriendo entre las hecatombes y carnicer¨ªas cotidianas, una constante esperanzadora: cada vez que tuvo ocasi¨®n de expresar lo que quer¨ªa en comicios m¨¢s o menos limpios, ese pueblo de analfabetos y miserables eligi¨® bien, vot¨® a favor de quienes parec¨ªan representar la opci¨®n m¨¢s justa y m¨¢s honrada y en contra de los verdugos, corruptos y explotadores. Eso fue lo que ocurri¨® -aunque ahora aquello parezca una paradoja grotesca- en 1957, en las primeras elecciones de sufragio universal en la isla, luego de diecinueve a?os de ocupaci¨®n norteamericana (1915-1934), cuando eligi¨®, abrumadoramente, a quien parec¨ªa un m¨¦dico honrado e idealista -Frangois Duvalier- y defensor de los derechos de la mayor¨ªa negra (90% de la poblaci¨®n) en contra de la minor¨ªa mulata, poseedora entonces de la riqueza, el poder pol¨ªtico y c¨®mplice descarada de la intervenci¨®n colonial. Nadie pod¨ªa sospechar, en ese momento que se crey¨® el umbral de una nueva era de progreso para Hait¨ª, que el se?or Duvalier se transformar¨ªa en poco tiempo en el ves¨¢nico Pap¨¢ Doc, es decir en una versi¨®n rediviva de sus admirados modelos en desafueros desp¨®ticos: Dessalines y Christophe.
Pero ha sido sobre todo luego de la ca¨ªda de la dinast¨ªa duvalierista (aunque no de las estructuras militares, policiales y gansteriles que la sosten¨ªan) cuando se ha visto a la inmensa mayor¨ªa de haitianos enviar se?ales inequ¨ªvocas, al mundo entero, de su voluntad de vivir en paz, dentro de un r¨¦gimen de libertad y de legalidad. ?ste es el sentido profundo de la gestaci¨®n del movimiento Se Lavalas, desde los estratos m¨¢s marginados y hu¨¦rfanos de la sociedad haitiana, que, a partir de 1986, impondr¨ªa una irresistible din¨¢mica democratizadora en todo el pa¨ªs.
Esta movilizaci¨®n popular, de campesinos, obreros, artesanos y desocupados, fue una gesta c¨ªvica admirable, de contornos ¨¦picos, que, no lo olvidemos, se hizo en las condiciones m¨¢s adversas, desafiando una implacable represi¨®n militar y a las bandas criminales del antiguo r¨¦gimen que no hab¨ªan sido casi afectadas por la remoci¨®n de Baby Doc. Pese a los asesinatos y a los escarmientos preventivos -incendios, bombardeos, secuestros, torturas, en los barrios y aldeas m¨¢s pobres- los haitianos acudieron en masa a inscribirse en los padrones electorales y aprobaron por aplastante mayor¨ªa la nueva Constituci¨®n en el refer¨¦ndum del 3 de marzo de 1987. Y, en las elecciones m¨¢s concurridas y m¨¢s pulcras de la historia de Hait¨ª, las del 29 de noviembre de 1990, eligieron presidente a Jean-Bertrand Aristide por una mayor¨ªa plebiscitaria: el 67 por ciento de los votos.
Conviene recordar que fue este movimiento c¨ªvico de base el que, en cierta forma, cur¨® de sus veleidades revolucionarias al carism¨¢tico ex-curita salesiano e hizo de ¨¦l un dem¨®crata. Hasta aquel refer¨¦ndum, entre escapadas milagrosas de atentados y querellas con la jerarqu¨ªa cat¨®lica, el Padre Aristide predicaba la acci¨®n directa -la revoluci¨®n- y se mostraba totalmente esc¨¦ptico sobre la v¨ªa pac¨ªfica y democr¨¢tica para reformar el pa¨ªs. Aquella movilizaci¨®n c¨ªvica que hizo de Se Lavalas una formidable fuerza pol¨ªtica con arraigo en todo el territorio y que levant¨® como la espuma las ilusiones de cambio pac¨ªfico de todo un pueblo, lo convenci¨® de las posibilidades de la democracia -de la ley- para llevar a cabo la transformaci¨®n radical con que encandilaba a los oyentes de sus sermones.
Pese a todo lo que se ha dicho -y la verdad es que los ataques injustos y las calumnias han llovido sobre ¨¦l desde que fue defenestrado- el Presidente Aristide respet¨® la legalidad democr¨¢tica, y trat¨® de acabar con la corrupci¨®n, el crimen pol¨ªtico, las mafias del narcotr¨¢fico, los privilegios econ¨®micos y la explotaci¨®n del campesino, siguiendo los mecanismos dictados por la Constituci¨®n. Fue la amplitud reformista de estos cambios, y no los excesos y des¨®rdenes populares -que tambi¨¦n los hubo- de los primeros meses de su gobierno, lo que desat¨® contra ¨¦l la conspiraci¨®n de los militares y de la ¨¦lite plutocr¨¢tica, que culmin¨® en el golpe de Estado de septiembre de 1991 que llev¨® al poder al general Raoul C¨¦dras.
Lo que ha ocurrido desde entonces en Hait¨ª deber¨ªa llenar de remordimiento y de verg¨¹enza a todos los pa¨ªses democr¨¢ticos del Occidente, y en especial a Estados Unidos, en cuyas manos ha estado, con un poco de buena voluntad y decisi¨®n, poner fin a las operaciones de verdadero genocidio con que la dictadura militar trata de sofocar la resistencia de los haitianos. Es dificil entender la l¨®gica que permiti¨® al Gobierno norteamericano enviar a los marines a Granada y Panam¨¢, alegando que hab¨ªa all¨ª unas tiran¨ªas peligrosas para el hemisferio, y, en cambio, retirar a los mismos marines cuando iban a desembarcar en Hait¨ª para garantizar el acuerdo de Governors Island, patrocinado por las Naciones Unidas y firmado por Aristide y por C¨¦dras, porque un pu?ado de matones de la dictadura apedrearon el barco en que llegaban. Hay en esto una asimetr¨ªa y una incoherencia peligrosas como precedente para los futuros golpistas del continente.
Ni siquiera el argumento de la complicidad con las maf¨ªas de la droga de Noriega que sirvi¨® de coartada para la invasi¨®n de Panam¨¢ vale en este caso. Pues todo el mundo sabe -y todos los informes sobre la situaci¨®n de Hait¨ª lo corroboran- que una de las razones principales para el golpe de C¨¦dras fue preservar el monopolio del narcotr¨¢fico que los militares haitianos detentan -y que, por lo dem¨¢s, es su principal fuente de ingresos-, y que extrae todas sus ganancias de la intermediaci¨®n en el tr¨¢nsito (le la coca¨ªna colombiana a los Estados Unidos.
Naturalmente que una intervenci¨®n armada no puede ser unilateral y que ella siempre implica riesgos grav¨ªsimos, que deben ser muy cuidadosamente sopesados. Pero si hay un solo caso hoy d¨ªa en el mundo en el que las Naciones Unidas pueden y deben considerar este recurso extremo para poner fin a los cr¨ªmenes contra la humanidad que viene cometiendo una tiran¨ªa criminal contra un pueblo indefenso, es el de Hait¨ª. Lo que all¨ª ocurre es dif¨ªcil de describir, porque los testimonios van m¨¢s all¨¢ del realismo y de lo veros¨ªmil y trascienden incluso los horrores m¨¢gico-po
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