Eliot, el malvado
Al mismo tiempo que se elogia hasta extremos de canonizaci¨®n al difundo Richard Nixon, le llega el turno del escarnio p¨®stumo a T. S. Eliot, a quien una pel¨ªcula reci¨¦n estrenada en Inglaterra acusa del ya habitual cat¨¢logo de maldades machistas al que dedican tanto tiempo los estudiosos y estudiosas de los departamentos de literatura norteamericanos. Como era de esperar, dada su sospechosa condici¨®n de var¨®n de raza blanca, de comportamiento, en principio, heterosexual, de formaci¨®n y residencia europea y de convicciones pol¨ªticas tan rancias como su vestuario, T. S. Eliot era, seg¨²n la pel¨ªcula, no s¨®lo un notorio canalla, sino tambi¨¦n un impostor, dado que el m¨¦rito de su poes¨ªa no le pertenece, pues en realidad deb¨ªa la inspiraci¨®n y un n¨²mero considerable de sus versos a su primera mujer, a la que encerr¨® en un manicomio, desposey¨® de su herencia y abandon¨® sin compasi¨®n ni escr¨²pulos, sin visitarla nunca, sin asistir ni siquiera a su entierro. No s¨¦ si en la pel¨ªcula, pero s¨ª en alguno de los art¨ªculos que han empezado a publicarse a ra¨ªz de ella, a Eliot se le a?ade el preceptivo corolario de sospecha: padec¨ªa y reprim¨ªa, c¨®mo no, una homosexualidad latente.Una de las m¨¢s curiosas circunstancias de los estudios literarios anglosajones, sobre todo norteamericanos, es que tienden gradualmente a regirse m¨¢s por los principios de la fisiolog¨ªa o la zoolog¨ªa que los de la literatura. Los tiempos en que hab¨ªa escritores barrocos o escritores rom¨¢nticos, escritores vanguardistas o escritores acad¨¦micos, incluso, frivolidad m¨¢ximas, escritores buenos o escritores malos, son ya un lejano recuerdo en las universidades. Ahora los escritores son varones o hembras, heterosexuales u homosexuales (y dentro de estos ¨²ltimos, gay o lesbianas), y mucho m¨¢s que los detalles de su estilo importan los de la pigmentaci¨®n de su piel o los de la topograf¨ªa de la regi¨®n natal, seg¨²n esa pasi¨®n fren¨¦tica por el etiquetado a la que no hace mucho se refiri¨® en este peri¨®dico Javier Mar¨ªas, no sin grave irritaci¨®n de algunas proveedoras nacionales y vocacionales de etiquetas.
En esto de las clasificaciones zool¨®gicas de la literatura, como en casi todas nuestras aventuras en el extranjero, tan proclives siempre a convercernos de la desdicha de nuestra invisibilidad, a los espa?oles nos corresponde un destino m¨¢s bien ceniciento, ya que no acaban de clasificarnos en ninguna casilla. Somos europeos, en lo cual nos parecemos a Shakespeare, a Homero, a Frederick Forthsyth, a la se?ora Thatcher y a Maurice Chevalier, pero he aqu¨ª que no pertenecemos, como tan vanamente supon¨ªamos, a la raza blanca, sino a otra que en los formularios americanos de inmigraci¨®n se llama hispanic. Tambi¨¦n son de raza hisp¨¢nica los escritores latinoamericanos, y uno piensa al principio que esa vinculaci¨®n le traer¨¢ la ventaja de que lo incluya en las literaturas indigenistas o antiimperialistas. Lo malo es que la condici¨®n culpable de europeos anula nuestros m¨¦ritos como hisp¨¢nicos, y que al mismo tiempo la hispanidad menesterosa de nuestra piel nos aparta de los lujosos ¨¢mbitos culturales de lo europeo, de modo que somos sospechosos a cualquier luz que se nos mire, sobre todo si se nos mira, como suele hacerse, a una luz siniestra de inquisici¨®n, matanza de ind¨ªgenas y corrida de toros.
Una parte notable de los cr¨ªticos y de los estudiosos d¨¦ la literatura ha albergado siempre la convicci¨®n de que para ejercer su oficio no ten¨ªan por qu¨¦ darse el trabajo de leer libros. Mediante los recursos a la pigmentaci¨®n de la piel, a la fisiolog¨ªa de los ¨®rganos reproductores y a los chismes sobre el comportamiento sexual, aquel objetivo, que parec¨ªa imposible, ha empezado a cumplirse: basta mirar, en el Independent on Sunday de la semana pasada, las fotos de T. S. Eliot, esa pinta que tiene de conservador brit¨¢nico, de tory arqueol¨®gico, basta observar la perniciosa blancura de su piel para darse cuenta de que un individuo as¨ª es capaz de cualquier canallada, sobre todo si la v¨ªctima es una mujer. Una mujer, desde luego, aplastada en su talento, condenada a que su lucidez se tome por locura, etc¨¦tera, seg¨²n puede verse en una pel¨ªcula que ya ha levantado un vendaval de insinuaciones sombr¨ªas sobre el car¨¢cter y el comportamiento del hombre en cuya biograf¨ªa dice estar basada.
Brett Easton Ellis ha escrito que llegar¨¢ un momento en que los malvados de las novelas y de las pel¨ªculas s¨®lo podr¨¢n ser heterosexuales varones y blancos. A T. S. Eliot le ha tocado ahora el linchamiento retrospectivo, que el a?o pasado le correspondi¨® al insigne y hura?o, as¨ª como europeo y var¨®n, Phillip Larkin, y que se parece mucho a las descalificaciones que se hac¨ªan de Borges en los a?os setenta. Pero a Borges, que efectivamente era muy de derechas -si bien no dedic¨® poemas a Hitler en los tiempos en que otros se los dedicaban a Stalin-, nadie le acus¨® por dicho motivo de extorsionar a su madre nonagenaria, ni de enviar a la c¨¢rcel ama?ando pruebas de culpabilidad a una empleada de hogar de raza amerindia, a la que en realidad deb¨ªa la inspiraci¨®n de sus poemas.?stos son otros tiempos, y los docudramas de la televisi¨®n y los te¨®ricos de la posmodernidad han desacreditado para siempre las anticuadas diferencias entre hechos e invenciones, entre verdades y mentiras: parece que est¨¢ claro, por ejemplo, que T. S. Eliot no intervino para nada en la hospitalizaci¨®n en 1938 de su ex mujer, de la que llevaba separado varios a?os, pero las evidencias documentales que lo prueban no tienen m¨¢s valor que una irresponsable ficci¨®n cinematogr¨¢fica. El n¨²mero de espectadores de esa pel¨ªcula, y de lectores de los peri¨®dicos que agrandan en oleadas conc¨¦ntricas el descr¨¦dito de un muerto, ser¨¢ muy superior al de quienes lean los versos admirables y herm¨¦ticos como inscripciones latinas de The waste land o Four quartets. Yo no creo que hubiera podido sentir nunca la menor simpat¨ªa personal por T. S. Eliot, y es probable que Phillip Larkin me hubiera mirado con desd¨¦n, dada mi condici¨®n de hispanic. Pero cualquier poema de cualquiera de los dos es m¨¢s f¨¦rtil para la inteligencia y la dignidad humanas que todos los beatos catecismos en virtud de los cuales se justifica una calumnia con tal de que ensucie la memoria de un escritor muerto.
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