El eurot¨²nel une a Gran Breta?a con el continente
Isabel II y Mitterrand inauguran la gran obra en una doble ceremonia viajando bajo el canal de la Mancha
El canal de la Mancha dej¨® de existir ayer, simb¨®licamente al menos. La reina Isabel H de Inglaterra proclam¨® que el hombre hab¨ªa conseguido unir, al fin, lo que la naturaleza separaba. El presidente franc¨¦s, Fran?ois Mitterrand, anunci¨® a su vez, "con emoci¨®n y con orgullo" que Francia y el Reino Unido compart¨ªan, por primera vez desde la era glacial, 40 millones de a?os atr¨¢s, una frontera terrestre. El eurot¨²nel entre la ciudad francesa de Calais y la brit¨¢nica de Folkestone fue oficialmente inaugurado con una doble ceremonia, mitad a un lado y mitad al otro, rebosante de dignatarios y un punto ca¨®tica, digna, en cualquier caso, de una obra ya c¨¦lebre por su magnitud, su coste y sus retrasos. El t¨²nel a¨²n no est¨¢ listo, pero ya funciona. La reina Isabel II, el presidente Mitterrand y un millar de periodistas de todo el mundo pudieron comprobarlo.
La jornada tuvo un triple inicio. Las tres terminales del veloc¨ªsimo tren Eurostar, que unir¨¢ Londres, Par¨ªs y Bruselas v¨ªa t¨²nel, fueron inauguradas respectivamente por Isabel II, Fran?ois Mitterrand y el primer ministro belga, Jean-Luc Dehaene. Poco despu¨¦s de las diez de la ma?ana, la reina inglesa y el presidente franc¨¦s dejaron sus capitales por v¨ªa f¨¦rrea para ir a encontrarse en Calais. Por el camino, Mitterrand aprovech¨® para inaugurar la estaci¨®n de Lille-Europe. Isabel II estaba mientras tanto en el t¨²nel, a cientos de metros bajo el mar, rumbo a Francia.Los trenes Eurostar de los dos dignatarios se encontraron, como estaba previsto, en la terminal ferroviaria francesa de Calais. Ambos convoyes alcanzaron la estaci¨®n sobre las 12.45 y se detuvieron, uno frente a otro, a unos dos metros de distancia. Mitterrand, a quien gustan estas cosas, exudaba satisfacci¨®n. La reina, envuelta en un abrigo fucsia y con paraguas, exhib¨ªa su mejor sonrisa inaugurativa. En torno a ellos, casi todo el mundo: los primeros ministros de Francia y el Reino Unido, Edouard Balladur y John Major; el presidente de la Comisi¨®n Europea, Jacques Delors; alcaldes, presidentes locales, representantes de la empresa privada Eurotunnel, ministros y ex ministros brit¨¢nicos y franceses, dignatarios diversos y el habitual batall¨®n de guardaespaldas.
A los acordes de La marsellesa, cortaron una cinta entre dos lanzaderas del t¨²nel y, en autob¨²s, se encaminaron hacia Coquelles, el suburbio de Calais desde donde arranca el t¨²nel. All¨ª, en una carpa plantada entre autopistas, esperaban una multitud de periodistas y una plaga de aver¨ªas. Fall¨® la electricidad, fall¨® el sonido, fallaron los televisores y fall¨® la previsi¨®n de espacio, claramente insuficiente. Los que no fallaron, fueron los reflejos de la reina, a la que una ni?a arroj¨®, literalmente, el ramo de flores blancas y rojas de la bienvenida: Isabel 11 caz¨® el ramo al vuelo y a¨²n fue capaz de sonre¨ªr, mientras la pobre ni?a sal¨ªa por pies y Mitterrand se hac¨ªa un l¨ªo con el velo desmesurado que cubr¨ªa la placa conmemorativa.
"Prodigioso trabajo"
Entr¨® el cortejo en la carpa, sin m¨¢s contratiempo que las apreturas, y se acomod¨® en la tarima el egregio grupo: Mitterrand y su esposa, Danielle, Isabel II y su esposo, Felipe. Abri¨® la ceremonia Andr¨¦ B¨¦nard, presidente franc¨¦s de Eurotunnel, para ceder inmediatamente la palabra a Mitterrand. El presidente franc¨¦s salud¨® el "prodigioso trabajo", prueba de que "cuando franceses y brit¨¢nicos trabajan juntos, consiguen grandes cosas", se congratul¨® de que ambos pa¨ªses tuvieran por fin "una frontera terrestre" y anunci¨® que el t¨²nel dar¨ªa "un nuevo impulso a la Uni¨®n Europea". Si entre los brit¨¢nicos presentes figuraba alg¨²n euroesc¨¦ptico, dif¨ªcilmente pudo molestarse por esa alusi¨®n europe¨ªsta: no hab¨ªa traducci¨®n simult¨¢nea y, adem¨¢s, todo quedaba filtrado por el grillo de unos tel¨¦fonos inoportunamente hiperactivos.
La reina Isabel II habl¨® tambi¨¦n en franc¨¦s. "Los pueblos franc¨¦s y brit¨¢nico", dijo, "con toda su diversidad individual y regional, con toda su larga rivalidad, se complementan bien; tal vez mejor de lo que creemos". "Ojal¨¢ sigamos trabajando juntos en causas comunes", dese¨®, "para bien de la humanidad".
Terminados los parlamentos, los oradores se zambulleron, muy a su pesar a juzgar por las caras, entre el p¨²blico, y lo suyo les cost¨® ganar la salida hacia otra carpa, donde les esperaba un selecto refrigerio: terrina de lenguado, magret de pato con legumbres, surtido de quesos, sufl¨¦ de frutas silvestres y crema inglesa. Sobre las cuatro de la tarde, la reina, el presidente y sus parejas montaron en un Rolls-Royce de color clarete real (un tono utilizado en exclusiva por la corona inglesa) que fue, a su vez, embarcado en el tren lanzadera Le Shuttle. Y partieron hacia la costa de enfrente.
Acto en Folkestone
Pocos minutos despu¨¦s de las tres de la tarde (cuatro hora peninsular espa?ola) el Rolls-Royce de la reina de Inglaterra emergi¨® de la lanzadera Le Shuttle del lado de Folkestone. Dentro, Isabel 11 y el presidente Mitterrand. Una tribuna repleta de invitados ilustres, autoridades y se?oras con sombrero estall¨® en aplausos. Al contrario que en Calais, el himno franc¨¦s son¨® aqu¨ª en primer lugar, y los discursos -parecidos y protocolarios discursos- se pronunciaron en ingl¨¦s, excepto en el caso del presidente de Francia.
Mitterrand, en su habitual tono profesoral, se permiti¨® alguna alusi¨®n humor¨ªstica al confortable Rolls Royce de Isabel II, en el que ambos hab¨ªan hecho el viaje hacia el lado brit¨¢nico, instalados en el interior del vag¨®n de Le Shuttle. El presidente franc¨¦s hizo alusi¨®n tambi¨¦n a la cualidad integradora del t¨²nel para el Reino Unido, ya nunca m¨¢s una regi¨®n de la periferia europea. Antes hab¨ªa intervenido, brevemente, el presidente de la sociedad Eurotunnel, Alistair Morton, quien cedi¨® despu¨¦s la palabra a Isabel II.
La soberana brit¨¢nica intervino con parquedad -su discurso dur¨® aproximadamente la mitad que el del presidente franc¨¦s- limit¨¢ndose a felicitarse por un acontecimiento que puede inaugurar una nueva etapa de colaboraci¨®n anglofrancesa. Bajo el cielo gris de Folkestone, la mirada de la reina brit¨¢nica -unos pasos atr¨¢s el Duque de Edimburgo y la se?ora Mitterrand- parec¨ªa un tanto agotada. Pero la ceremonia, un impresionante canto a la amistad anglo-francesa, exig¨ªa tan largo y proceloso recorrido por los dos lados del Canal.
Un d¨ªa para la historia
Todo result¨® perfecto. Al menos en el lado brit¨¢nico. Cada cosa a su tiempo y cada cual en su sitio. Salvo el tren Eurostar que llev¨® a la reina de Inglaterra desde la reci¨¦n inaugurada terminal de la estaci¨®n de Waterloo en Londres hasta Calais con un retraso de siete minutos. Nadie dijo nada del retraso. No se trataba en todo caso de un viaje de alta velocidad, porque en el lado brit¨¢nico todav¨ªa no est¨¢ ni siquiera tendida la v¨ªa que requieren este tipo de trenes.Los ingleses, siempre dispuestos a ver el lado bueno de las cosas, atribuyen este retraso a la mayor solidez de su democracia en su pa¨ªs, donde cualquier ciudadano tiene derecho a paralizar una obra p¨²blica.
Isabel II, vestida de fucsia y discretamente sonriente, dio el visto bueno a la terminal y se dispuso a vivir un d¨ªa largo y-repleto de formalidades. Placas conmemorativas, himnos nacionales e interminables besamanos. Un d¨ªa para la historia, porque no es cualquier cosa inaugurar un paso bajo el mar que pone fin a un aislamiento insular de siglos para el Reino Unido.
La reina fue cumplimentada por centenares de personalidades en ambos lados. La tribuna de invitados (m¨¢s de 1.500 en total) de la terminal de Folkestone aparec¨ªa repleta.
Pero en alg¨²n momento de la ma?ana, todos los ojos se volvieron hacia Margaret Thatcher, tocada con sombrero blanco y negro, que en medio del tumulto de ministros, altos cargos de la sociedad Eurotunnel y autoridades de distintos niveles se tropez¨® con un cabizbajo primer ministro brit¨¢nico, John Major.
El primer ministro Major hizo esfuerzos por sonreir a las c¨¢maras de televisi¨®n, que transmitieron en directo la larga y un tanto absurda ceremonia inaugural del t¨²nel bajo los 32 kil¨®metros del Canal de la Mancha. Pero el d¨ªa no le hab¨ªa sido propicio al inquilino del n¨²mero 10 de Downing Street, todav¨ªa bajo los efectos del descalabro electoral del jueves.
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