Fauna tard¨ªa
Cuando la ruina es irreversible aparecen las leyes protectoras. Cuando el destrozo es m¨¢s hiriente y la restauraci¨®n m¨¢s irrisoria, a causa de lo extenso, denunciado y evidente del da?o, m¨¢s contentos agitan sus cr¨®talos ciertos juristas redactores de neur¨®ticos reglamentos proteccionistas; en realidad, cualquier reglamento protector, desde que se invent¨® la tinta, es una normaPasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior
de muermos destinada a perdonar a los culpables m¨¢ximos, a avergonzar a los da?ados sin remediarles en nada, y a perjudicar a todo el que circule por las inmediaciones.
Hay una ley inmutable a lo largo de la historia: la protecci¨®n de lo destrozado es la m¨¢s alta gloria del destrozador, todos los imperios que en el mundo han sido han destrozado cuanto pod¨ªan, empezando por machacar a los pueblos de base, para luego proteger su tapioca o sus cenizas.
Curiosos, abstenerse. Tanto en el Oriente antiguo, de China a Egipto, como luego romanos, otomanos, castellanos, portugueses y anglosajones varios barr¨ªan a la gente y en compensaci¨®n le daban indulgencias. A partir de la errante toma de la Bastilla o del t¨¦ que se tomaron en Virginia unos colonos de su majestad, la compensaci¨®n por el exterminio de los pueblos ven¨ªa consistiendo en derechos humanos, enormes declaraciones jur¨ªdicas, de esas que no evitan jam¨¢s que los pagados aporreen a su antojo a los pagadores.
Ahora se dan decretos para dejar vitrificado al populacho superviviente, sin probar ni el agua fresca, mientras las suntuosas declaraciones de derechos protegen a los bichos de pelo, de pluma y de mineral, como quien dice, la tierra misma, la arcilla, la costa del h¨¢bitat, el barrillo del ecosistema.
A nosotros s¨®lo nos queda una pregunta, aunque tard¨ªa, ineludible. Ahora, cuando tan claramente se ha puesto de manifiesto que somos el estorbo de la naturaleza, y a nuestros propios ojos valemos menos que las hormigas, ?para qui¨¦n es la Tierra?
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