La derrota de Martin Luther King
La lucha pac¨ªfica por los derechos civiles y contra el racismo y la discriminaci¨®n que l¨ªder¨® el Reverendo Martin Luther King en los a?os cincuenta y sesenta en los Estados Unidos fue una admirable epopeya, que, en apariencia, termin¨® con una victoria completa -aunque p¨®stuma- del pastor asesinado. En efecto, una tras otra, las leyes y disposiciones estatales y federales que imped¨ªan la integraci¨®n y la igualdad de derechos de la minor¨ªa negra fueron siendo abolidas, de tal manera que, desde hace por lo menos veinte a?os, han desaparecido en este pa¨ªs todas las barreras jur¨ªdicas para que negros y blancos disfruten de las mismas oportunidades.Pero el famoso sue?o de Martin Luther King iba mucho m¨¢s all¨¢ de ese formulismo legal que iguala en la teor¨ªa, no en la pr¨¢ctica, a las dos comunidades. Consist¨ªa en la desaparici¨®n de los prejuicios y tab¨²es que levantaron aquellas murallas e hicieron de los negros, primero, los esclavos y los siervos de los blancos, y, luego, unos ciudadanos disminuidos y marginados dentro de la sociedad de la abundancia. En su ideal generoso, erigido sobre s¨®lidas convicciones liberales y cristianas, el triunfo del movimiento de los derechos civiles ir¨ªa desvaneciendo la noci¨®n misma de color y reemplaz¨¢ndola por la de una comunidad de seres libres y diversos, a los que la pr¨¢ctica efectiva de la democracia y de las mejores tradiciones civiles de Estados Unidos -individualismo, respeto a la ley, ¨¦tica del trabajo y esp¨ªritu competitivo- ir¨ªan acercando y confundiendo.
Mientras Martin Luther King, en nombre de aquel sue?o, desafiaba los garrotes y los perros bravos que los racistas sure?os lanzaban contra ¨¦l en sus recorridos por el Deep South -en los que, no olvidemos, lo acompa?aban muchos blancos, entre ellos numerosos jud¨ªos, de organizaciones de derechos humanos-, en los ghettos de las ciudades industriales del Norte de Estados Unidos, otro l¨ªder, mucho menos publicitado que el carism¨¢tico King, predicaba en un lenguaje a menudo violento un mensaje muy diferente a sus hermanos de color. No la integraci¨®n sino el separatismo de las razas y el desarrollo aut¨®nomo de las culturas; no la moral cristiana del perd¨®n y de la otra mejilla sino el fundamentalismo intransigente y guerrero del Islam.
Quien as¨ª peroraba hab¨ªa sido delincuente com¨²n y pasado por el infierno carcelario, donde fue catequizado por compa?eros de encierro que pertenec¨ªan a una min¨²scula organizaci¨®n medio religiosa, medio pol¨ªtica, llamada La Naci¨®n del Islam. En los trece a?os que vivi¨®, desde su salida de la c¨¢rcel, en 1952, hasta 1965, en que fue asesinado en un auditorio de Nueva York (por sus propios hermanos de secta, de la que se hab¨ªa separado) Malcolm X llev¨® a cabo una actividad febril, predicando con celo misionero en las comunidades negras m¨¢s desvalidas y golpeadas -por el desempleo, la droga y el crimen- el orgullo racial y cultural, la tradici¨®n ¨¦tnica africana, el rechazo del blanco y una moral estrict¨ªsima que prohib¨ªa el consumo de drogas, de alcohol, de tabaco y el sexo fuera del matrimonio. Sin embargo, cuando los diecis¨¦is balazos disparados por fan¨¢ticos acabaron con su vida en el Audubum Ballroom, Malcolm X era una figura exc¨¦ntrica, apenas conocida fuera del mundillo de los grupos y grup¨²sculos religiosos y pol¨ªticos activos en los ghettos negros urbanos de Estados Unidos.
Pero ahora, poco antes de cumplirse treinta a?os de su muerte, sus tesis parecen haber prevalecido sobre las de Martin Luther King, aunque ¨¦ste haya sido entronizado como h¨¦roe nacional y su nombre y su vida se conmemoren en las escuelas. Por lo pronto, la idea motor de este ¨²ltimo, la integraci¨®n de blancos y negros en una sociedad libre, en la que el factor racial ir¨ªa perdiendo funcionalidad y sentido, es hoy impronunciable. Ni los dirigentes negros m¨¢s moderados, ni siquiera aquellos -pocos- que en verdad se han 'integrado' al establecimiento pol¨ªtico, econ¨®mico y social, osan defender el mestizaje, la fusi¨®n de las culturas y las razas, como algo deseable. Y la posici¨®n de Malcolm X, de que los negros deben reivindicar su propia cultura, y preservarla como algo aut¨®nomo, incontaminado de interferencias 'colonizadoras', ha alcanzado una suerte de consenso, que disimula las connotaciones racistas de semejante filosof¨ªa bajo el disfraz pol¨ªticamente correcto del multiculturalismo. De modo que nadie se atreve a recordar lo obvio: que semejante doctrina del desarrollo de las culturas separadas e incontaminadas es precisamente la que predican los llamados supremacistas blancos y todos los racistas de este mundo, que consideran cualquier forma de mestizaje -racial o cultural- algo inmoral y degradante.
En un n¨²mero reciente de la revista Time (4 de abril, 1994), se daba cuenta con alarma de las fantas¨ªas seudo -cient¨ªficas del africo-centrismo que han encontrado su v¨ªa de acceso a los programas escolares y universitarios de muchos planteles de Estados Unidos, en los que so capa de corregir el eurocentrismo cient¨ªfico, se ense?a, por ejemplo, que los antiguos egipcios eran todos negros y que inventaron las bater¨ªas el¨¦ctricas, los principios de la mec¨¢nica cu¨¢ntica y las teor¨ªas de la evoluci¨®n. Tambi¨¦n, que la superioridad intelectual del negro sobre el blanco se debe a la mayor dosis de neuromelanina en su cerebro. Como ha dicho un distinguido antrop¨®logo: el ¨²nico resultado de ense?ar estos disparates a las minor¨ªas ¨¦tnicas ser¨¢ mantenerlas alejadas para siempre de las verdaderas ciencias.
Pero no s¨®lo en el campo cient¨ªfico el nuevo racismo, maquillado de multiculturalismo, hace de las suyas; tambi¨¦n en el hist¨®rico y el pol¨ªtico, y una de sus consecuencias ha sido darle un rejuvenecedor soplo de vida a una vieja plaga: el anti-semitismo. Escribo estas l¨ªneas bajo la impresi¨®n de un discurso pronunciado por un dirigente negro de La Naci¨®n del Islam -Khalid Abdul Muhammas- en la prestigiosa universidad negra de Washington, Howard, que transmiti¨® un canal de televisi¨®n. Alto, elegante, carism¨¢tico, bromeaba pregunt¨¢ndole a su compacto auditorio por qu¨¦ en vez de hablar tanto de lo que Hitler les hizo a los jud¨ªos no se hablaba m¨¢s bien de lo que los jud¨ªos le hicieron antes a Alemania. 0 del Holocausto negro del que los jud¨ªos han sido responsables, pues ?no fueron ellos, acaso, los principales beneficiarios del comercio de esclavos en la historia de la humanidad? ?Notan sido y son los jud¨ªos los mayores explotadores de las comunidades negras, en los ghettos? ?No es Estados Unidos un pa¨ªs esclavizado por las mafias jud¨ªas que conspiran sin tregua para controlarlo todo? Para alcanzar su liberaci¨®n, explicaba Khalid Abdul Muhaminad a sus entusiastas oyentes -?estudiantes universitarios la mayor¨ªa de ellos!- los negros deber¨ªan convertirse en unos mastines carniceros y emprenderla a dentelladas contra esos jud¨ªos "que chupan la sangre de nuestros hermanos".
El presidente de La Naci¨®n del Islam, Louis Farrakham, ha reprendido a Khalid Abdul, no por las verdades que dijo,sino por algunos excesos cometidos al decirlas", y el Rector de Howard University tuvo que dar algunas inc¨®modas explicaciones debido al esc¨¢ndalo suscitado por aquella conferencia. Y es verdad que la secta a la que aqu¨¦l pertenece es num¨¦ricamente insignificante (entre diez mil y quince mil afiliados, al parecer). Sin embargo, cometer¨ªan un error quienes, tranquilizados por las estad¨ªsticas, descarten el asunto como un pintoresco episodio sin importancia dentro del rico folklore de que est¨¢ llena la vida de Estados Unidos.
No es as¨ª. Lo cierto es que en amplios sectores de la comunidad negra, para buena parte de la cual las condiciones de vida son hoy a¨²n peores que cuando Martin Luther King y Malcolm X predicaban sus diversas doctrinas para la redenci¨®n social y cultural de la gente de color, ha echado ra¨ªces un sentimiento que responsabiliza a los jud¨ªos de su frustraci¨®n y sufrimiento. Y es in¨²til tratar de desbaratar con argumentos y cifras los mitos en que est¨¢ basado aquel sentimiento, porque el racismo no entiende razones ni acepta evidencias: es un acto de fe, inmune a toda controversia. Y, en cierto modo, combatirlo es m¨¢s bien in¨²til, mientras se deje intocado el fondo del asunto, la causa profunda de la que es consecuencia. Flues el antisemitismo que se expande por los g_hettos es -como las ficciones cient¨ªficas- apenas una p¨²stula resultante de la infecci¨®n impl¨ªcita en las teor¨ªas nefastas de la autonom¨ªa racial y el desarrollo separado de las culturas,es decir, de esa nueva manifestaci¨®n del protoplasm¨¢tico nacionalismo que es el multiculturalismo.
. No hay paradoja m¨¢s tr¨¢gica que el odio al jud¨ªo brote ahora entre quienes, por lo mucho que han padecido del prejuicio, la estupidez y la maldad humana, representan todav¨ªa en nuestros d¨ªas la suerte que durante muchos siglos fue la del pueblo jud¨ªo en todas las sociedades por las que la historia lo disemin¨®: la de una minor¨ªa discriminada y maltratada a la que, las mayor¨ªas cuando no se mantuvieron a distancia, quisieron exterminar. Es verdad que nadie quiere acabar con los negros en los Estados Unidos y es verdad tambi¨¦n que se despliegan m¨²ltiples esfuerzos, por parte de las autoridades y de la sociedad civil, para aliviar su suerte. Pero las investigaciones son concluyentes: salvo una minor¨ªa que alcanza niveles de vida de clase media y se integra al resto de la sociedad, por lo menos tres cuartas partes de la gente de color, por la pobreza de su educaci¨®n y las condiciones generales de la econom¨ªa -la automatizaci¨®n de la industria, el encogimiento del empleo, la avasalladora presencia de los nuevos inmigrantes hisp¨¢nicos y asi¨¢ticos- parece condenada a languidecer en la marginaci¨®n infernal de los barrios pobres de las grandes ciudades. Por lo menos en un futuro inmediato, para ella no parece haber otra salida que la siniestra del subsidio estatal de desempleo, de la droga y el crimen. El antisemitismo ha sido siempre una flor que crec¨ªa con facilidad en ese delet¨¦reo jard¨ªn y el tradicional chivo expiatorio para quienes viven en el furor.de la total desesperanza.
Mario Vargas Llosa, 1994.
Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAIS, S.A., 1994.
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