Saber lat¨ªn
HACE 30 a?os, ning¨²n bachiller pod¨ªa aceptar que se jugara un curso por no descifrar que sapere aude se traduc¨ªa por "atr¨¦vete a ser sabio". Y su perplejidad estaba absolutamente justificada. Nadie hab¨ªa sido capaz de explicarle que conocer algo de lat¨ªn y griego era necesario. Bajo el tremendo epitafio de lenguas muertas, su inclusi¨®n en los programas de ense?anza se contemplaba como una lujuria erudita. Como los primeros ignorantes de su necesidad eran los mismos jerarcas acad¨¦micos, al final se arrincon¨® esta ense?anza como un lujo innecesario para los estudiantes, igualmente lujosos, de humanidades. Y ahora resulta que los franceses, en sus nuevos planes de estudio, se proponen ampliar la ense?anza facultativa del griego y del lat¨ªn, aderm¨¢s de rehabilitar la memorizaci¨®n como instrumento pedag¨®gico.El argumento principal es socioling¨¹¨ªstico. En una sociedad mestiza, el aprendizaje de las lenguas cl¨¢sicas es un mecanismo clave de integraci¨®n cultural, especialmente para los alumnos no franc¨®fonos. Pero todo quedar¨ªa viciado si la motivaci¨®n de las autoridades galas s¨®lo fuera un rec¨®ndito miedo al chador o una artima?a de regeneraci¨®n nacionalista. Hay m¨¢s y m¨¢s potentes argumentos para recuperar el lat¨ªn y el griego... y la disciplina de humanidades en general.
Europa no puede renunciar al mosaico de sus lenguas, pero, al mismo tiempo, debe ser consciente de la profunda hermandad de muchas de ellas. Es una de nuestras grandes riquezas, uno de nuestros tesoros compartidos. Con todo, no hacen falta apelaciones al alma europea para abogar por que las autoridades espa?olas recapaciten sobre la conveniencia de sacar el lat¨ªn y el griego del desv¨¢n y abrir a las j¨®venes generaciones las oportunidades y el conocimiento que ofrecen.
Impera un Concepto utilitarista de la educaci¨®n -ense?ar s¨®lo lo que debe saberse para ejercer de cardi¨®logo o de qu¨ªmico industrial- porque, durante a?os, el futuro profesional estaba definido en un cat¨¢logo cerrado de oficios y profesiones. Se trataba de ense?ar a ser buen ingeniero o buen carpintero, sabiendo de antemano lo que se le exigir¨ªa al ingeniero y al carpintero. Se ense?a lo que ya se sabe, no se prepara para resolver inc¨®gnitas.
Ahora no s¨®lo es dif¨ªcil anticipar qu¨¦ demandas profesionales deber¨¢ afrontar un ingeniero dentro de 20 a?os. Ni tan siquiera sabemos exactamente qu¨¦ oficios existir¨¢n. Hay que dar al alumno, por tanto, capacidad para el descubrimiento personal, la improvisaci¨®n solvente. No se trata s¨®lo de transmitir los conocimientos adquiridos, sino de dotar de habilidad ante lo imprevisible. Algunos cazatalentos ya empiezan a exigir en los curr¨ªculos un pasado escolar con lat¨ªn y griego. No porque la erudici¨®n filol¨®gica, al margen de la elegancia cultural, sirva para cerrar con ventaja un contrato, sino porque estos mecanismos de aprendizaje amueblan el cerebro no s¨®lo de sabidur¨ªa heredada, sino de habilidades para organizar el pensamiento.
De ah¨ª tambi¨¦n que la nueva literatura pedag¨®gica rescate, con precauci¨®n, los h¨¢bitos de memorizaci¨®n. El buen alumno no volver¨¢ a ser el que sepa entera la lista de los reyes godos, pero tampoco ser¨¢ buen alumno quien no haya hecho gimnasia mental para poder aprovechar, cuando se tercie, una potencia inconcebiblemente desaprovechada.
No se trata de regresar a un tenebroso pasado escolar. Se trata de no desperdiciar un patrimonio europeo y de habilitar al alumno para un futuro que la instituci¨®n escolar no puede anticipar en sus detalles. El lat¨ªn nunca sustituir¨¢ al ingl¨¦s, pero estudi¨¢ndolo se aprender¨¢ m¨¢s que la declinaci¨®n de rosa, rosae. Si s¨®lo fuera eso, no valdr¨ªa la pena estar discuti¨¦ndolo.
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