El maldito destisno
La ciudad atl¨¢ntica era un escenario de realismo m¨¢gico. Engalanada de blanquiazul desde la Marina hasta los confines camIpesinos, daba la impresi¨®n de que iba a flotar en el aire de un momento,a otro. Hacia Riazor, bajaban columnas populares de los barrios con bufandas en guirnalda y flamear de banderas. Y atravesaban la urbe las tribus juveniles y mohicanas con los colores tatuados en la cara. Era el as pecto inequ¨ªvoco de una muchedumbre en levedad que siente rozar la utop¨ªa con los dedos. Yo mismo le vi el rostro a la utop¨ªa en el escaparate de la hist¨®rica pasteler¨ªa La Gran Antilla, toda la memoria dulce de generaciones de coru?eses, repleto de tartas blancas y azules. El templo de los chocolates, del merengue, de los cabellos de ¨¢ngel, ofrec¨ªa estavez un aroma in¨¦dito que excitaba los sentidos. Era el olor de eso que llaman gloria.Se hab¨ªan tomado medidas contra el diablo. Riazor estaba sembrado de ajos. El estadio era el centro telep¨¢tico de la galleguidad universal. Hab¨ªa pe?as deportivistas de Londres, de Suiza, de Venezuela, de New Jersey... La llegada de la representaci¨®n de 270 comunidades gallegas en el exterior fue saludada con una ovaci¨®n que pareci¨® curar todos los sufrimientos del ¨¦xodo emigrante. En preferencia destacaba una pancarta firmada por el Centro Gallego de ... ?M¨¦xico! Y en el mar de banderas gallegas de la curva m¨¢gica, que es como han rebautizado las gradas de general, ondeaban en manos gallegas ikurri?as tra¨ªdas de Trincherte, ense?as brasile?as tra¨ªdas de Salvador de Bah¨ªa y estandartes cruciformes de la di¨¢spora en el Reino Unido. La aldea global danzaba al son de las gaitas. Cuando soltaron el primer bal¨®n parec¨ªa que era una met¨¢fora del planeta la que botaba en el c¨¦sped del Riazor.Terrible dilema
Pero el cielo ten¨ªa los colores turbulentos de un ¨®leo de Turner. Daba la impresi¨®n de que en las alturas se estaba dilucidando un terrible dilema. Llov¨ªa en general, mientras luc¨ªa el sol en preferencia. Ahora soplaba el Norte, luego rachas del Sureste. Pasaban reba?os desbocados de nubes. Por momentos, brillaba el arco iris. Y la lucha en el campo era un reflejo de la encarnizada disputa que se libraba en las m¨¢s altas instancias del destino. En la gran partida, no hab¨ªa lugar para los inocentes. El marcador estuvo oculto pero el tiempo, se sab¨ªa, avanzaba implacable. Miles de ojos, corazones y gargantas empujaban el bal¨®n hacia la meta de Gonz¨¢lez, y la pasi¨®n de las almas era mayor cada vez que corr¨ªan como reguero de p¨®lvora los goles del Bar?a.
, Y lleg¨® el penalti a Nando. Yo vi a hombres curtidos ponerse de rodillas y alzar las manos en plegaria. La utop¨ªa estaba a unos metros, depend¨ªa de la puntera de una bota. Aquel silencio que se hizo era el de siglos de espera. Toda la memoria de un pueblo concentrada en la trayectoria de una bola de cuero. Y no entr¨®. El m¨¢ldito destino se hab¨ªa salido otra vez con la suya. Y los cohetes que estallaron en la noche coru?esa sonaban a disparos de rabia contra el cielo.
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