Una an¨¦cdota de don Jos¨¦ Prats
Conoc¨ª a Prats a finales de los a?os setenta, cuando yo era concejal centrista en el Ayuntamiento de Madrid, con motivo de alguna festividad municipal a la que, como a tantas otras, el prestigioso senador no dejaba de asistir. Desde entonces no hubo acto pol¨ªtico-cultural madrile?o que Prats no honrase con su presencia.En nuestro primer encuentro, don Jos¨¦ me cont¨® su vieja amistad durante los a?os de la Rep¨²blica con mi padre, Miguel Herrero Garc¨ªa, militante mon¨¢rquico. Seg¨²n me dijo,, mi padre le enviaba la Revista de Estudios Hisp¨¢nicos, publicaci¨®n cultural cercana al gilrroblismo, y ¨¦l le proporcionaba, a cambio, datos sobre organizaciones y pr¨¢cticas agrarias, a las que entonces dedicaba su atenci¨®n, y que su derechoso amigo necesitaba con vistas a un trabajo sobre la literatura "de re r¨²stica" que, s¨®lo fragmentariamente, vio despu¨¦s la luz. Desde entonces, por razones hereditarias y personales, Prats me honr¨® con su amistad y no hace a¨²n muchos d¨ªas, al reunirse el Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado en el d¨ªa de su patrona, me lo volv¨ª a encontrar y compartirnos el honor de los discursos de ocasi¨®n.
Por ello, a la hora de rendir un homenaje p¨®stumo a figura tan distinguida del mundo jur¨ªdico y pol¨ªtico espa?ol, quiero recordar una an¨¦cdota poco conocida y de valor personal, pol¨ªtico y cordial.
La larga velada del 23 de febrero de 1981 cogi¨® a Prats, a la saz¨®n senador, en el Congreso de los Diputados. La, en aquella ocasi¨®n, heroica doctora Carmen Echave, organiz¨® la salida del Congreso de parlamentarios, por una u otra raz¨®n, delicados de salud, y cuando hab¨ªa ya liberado a varios centristas, yo, como portavoz parlamentario de UCD, le indiqu¨¦ la conveniencia de propiciar la salida de alguien de la izquierda y le di el nombre de don Jos¨¦ Prats. Hablamos con el teniente ?lvarez, quien accedi¨® e hizo bajar al ya anciano senador desde las ¨²ltimas gradas del hemiciclo. "Me informan", dijo el teniente, "de su mal estado de salud, y puede usted irse a su casa". "Le aseguro, teniente, que mi estado de salud es magn¨ªfico. Mi aspecto puede ser d¨¦bil, pero no le haga caso", contest¨® don Jos¨¦. El teniente, ante nuestra insistencia, busc¨® una nueva excusa. "Es su mujer la que se encuentra mal y necesita su atenci¨®n. Puede usted marcharse". "Est¨¢ usted en un error", replic¨® Prats, "Felizmente, mi mujer -se encuentra tan bien como yo". Hicimos una se?al al teniente y ¨¦ste se dej¨® de subterfugios. "Me da igual, ?m¨¢rchese de una vez!". "As¨ª lo har¨¦ porque usted lo manda, aunque con mucho gusto me quedar¨ªa con mis compa?eros", fue la respuesta final.
A la ma?ana siguiente, cuando llegu¨¦ a mi casa, la primera llamada que recib¨ª fue la de don Jos¨¦ Prats para agradecerme mi gesti¨®n y excusarse por su exceso de ingenuidad. Pero, como buen jurista, a?adi¨®: "La libertad me era debida y, en consecuencia, no pod¨ªa aceptarse ninguna justificaci¨®n por motivos de salud".
Descanse en paz un compa?ero de Cuerpo, leal adversario pol¨ªtico y siempre amigo.
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