Delito flagrante
Delas varias conclusiones que pueden obtenerse reflexionando sobre el raudo paso de Baltasar Garz¨®n por el tinglado de la pol¨ªtica, hay una que a¨²n no he o¨ªdo ni le¨ªdo: ser nombrado delegado nacional del Plan Nacional sobre Drogas es el mejor aparcamiento gubernamental para personajes inc¨®modamente hiperactivos. Resulta una encomienda parecida a conceder una bicicleta fija al aspirante a ganar el Tour: pedalea lo mismo, se cansa igual, pero est¨¢ siempre localizable. Mandar a alguien all¨ª es como encargarle el Negociado de la Maldad Humana para estar seguro de que no le faltar¨¢ trabajo ni carecer¨¢ de ¨¦xitos parciales, pero sin cambiar nada. Por eso la ¨²ltima moda es que los llamados zares de la droga de cada pa¨ªs dimitan a ritmo cada vez m¨¢s acelerado. Incluso ellos se paran de vez en cuando a pensar, y caen en la cuenta de que nunca, ni un solo d¨ªa desde que se prohibieron ciertas drogas, ha dejado de aumentar el negocio del narcotr¨¢fico y el n¨²mero de cr¨ªmenes y v¨ªctimas con ¨¦l relacionado. Los m¨¢s honrados se descorazonan, pobrecillos, y se van a casa; los vivales, en cambio, comprenden que han encontrado una sinecura y siguen pedaleando.De vez en cuando salta una noticia a modo de parte militar de la santa cruzada prohibicionista: el presidente colombiano, C¨¦sar Gaviria, reitera que la droga debe ser perseguida por tierra, mar y aire, o un alto preboste germano clausura un encuentro internacional en Berl¨ªn recitando el credo narcof¨®bico. En cambio, no leemos otras: la resoluci¨®n despenalizadora del Tribunal Constitucional de Colombia, las decisiones antiprohibicionistas de varios municipios alemanes, las propuestas en el mismo sentido que se dan en Bolivia o Suiza, la declaraci¨®n de Edward Ellison (responsable de la formaci¨®n de oficiales antidroga en el Reino Unido) sosteniendo que legalizar ahora la droga es la ¨²nica respuesta al problema, por no mencionar el resultado favorable a la despenalizaci¨®n del refer¨¦ndum celebrado en Italia en abril del pasado a?o. Mientras tanto, los males causados por el narcotr¨¢fico (derivados de la narcocruzada) se extienden generosamente de un pa¨ªs a otro. Ahora es tambi¨¦n M¨¦xico uno de los principales damnificados, y ello tiene no poco que ver con sus recientes tensiones pol¨ªticas. Respecto al asesinato del cardenal Posadas en el aparcamiento de un aeropuerto, mucho se habla en privado y poco en p¨²blico acerca de cierto hamp¨®n que hab¨ªa viajado con ¨¦l en su coche poco antes y respecto a un malet¨ªn lleno de d¨®lares que se encontr¨® en el veh¨ªculo del crimen. Sin duda, Posadas fue asesinado por error, pero lo que no est¨¢ claro es si la equivocaci¨®n la cometi¨® el asesino o el cardenal.
En la cuesti¨®n de las drogas, nuestras autoridades se muestran ejemplarmente inasequibles a las seducciones del sentido com¨²n. Claro que si los de ahora son a este respecto duros de mollera, el recambio que puede ven¨ªrsenos encima es de puro pedernal. La ¨²ltima alarma, significativa pese al desmentido, es el proyectil remake del art¨ªculo m¨¢s controvertido (y anticonstitucional) de la ley Corcuera, para rescatar el concepto de flagrancia en cuestiones de narcotr¨¢fico y permitir la invasi¨®n de domicilios sin los engorros del permiso judicial. ?Por qu¨¦ la polic¨ªa no puede combatir los delitos de droga sin la dichosa fiagrancia? Porque son delitos en los que el supuesto delincuente y la supuesta v¨ªctima act¨²an de mutuo acuerdo, en los que nadie pide la ayuda policial: es la s¨²bita y no requerida aparici¨®n alguacilesca la que convierte en crimen lo que sin ella es juerga privada o transacci¨®n comercial. Pero en cambio, la Liga Internacional Antiprohibicionista (LIA, fundada por magistrados, m¨¦dicos y pol¨ªticos de Europa y Am¨¦rica, abierta a todos los ciudadanos de esp¨ªritu gentil) prepara un minucioso informe sobre las posibilidades de modificar y/ o denunciar las convenciones de la ONU en materia de drogas. Ser¨¢ llevado al Parlamento Europeo por el grupo de los Verdes y el diputado Marco Taradash. Y es que el ¨²nico delito verdaderamente flagrante consiste en mantener la estupidez prohibicionista.
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