Ellos y sus otros
El tedio electoral es tal -compadezco a los pobres candidatos, obligados a repetir a diario la misma cantinela, cada vez con menos voz- que la cronista ha tenido que buscarse la vida visitando al contrario para ver si en el espejo que cada d¨ªa levantan los h¨¦roes del bipartidismo frente a sus mutuas bestias negras hay una equivalencia, un equilibrio. Pero, por mucho entrenamiento que lleve la gacetillera sobre sus espaldas, nada la prepara a una para un mitin del PP. Las cosas como son.As¨ª como en uno del PSOE lo irritante es el espect¨¢culo del escenario, en el de su directo opositor lo que inquieta es el p¨²blico. Por eso, muchas veces, para entender, hay que situarse de espaldas al estrado y buscar en el p¨²blico, en los ojos del p¨²blico, la oculta verdad de lo que los espectadores esperan; de lo que nos espera, vaya usted a saber. En la gente que acude a o¨ªr a los socialistas, en su ropa, su talante, su forma de es tar, se leen claves cercanas a uno mismo. Los otros son otra cosa, aunque tambi¨¦n perfecta mente reconocibles: esas mujeres empulseradas, esos hombres de solitario en el dedo, esas j¨®venes lacias y rubias de estrechas caderas enfundadas en tejanos, ese rumor de dos vueltas de perlas en la pechera. A la llegada, ambas audiencias suelen ser estimuladas con bocaditos -peque?as tapas para abrir boca- recordatorios. Banderines, camisetas, folletos, pins con la cara del sujeto de turno, as¨ª como cat¨¢logos sobre el programa y -en el caso socialista- sobre los logros. Y caramelines, estuches de cerillas, globos. Un surtido amplio, aunque no especialmente agresivo, en el caso del PSOE, hasta que a los admiradores de Alfonso IU y 0, aeo- uupiar se reneja en ias uiversas pega-unas que ilustran su torso -"Miedo, no, gracias". ?Les suena?- casi tanto como en ciertas frases de Celia Villalobos: "A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo" citando a poetas de la resistencia,la creo recordar que Gabriel Celaya. Es lo malo de ser primerizo en democracia: faltan pensadores. Pero la guinda la ponen los tenderetes de en trada, cuajados de objetos que no me resisto a describir. Contundentes ceniceros circulares de cristal con el rostro de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar en el fondo, rodeado por un halo de banderas mundiales. Llaveros con el rostro de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar sobre la bandera espa?ola. Botellas de vino con el rostro de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar con la bandera espa?ola anudada en el cuello (de la botella). No sigo, para que no les d¨¦ un pasmo. Crey¨® una, inocente, que aquellas damas tan bien combinadas, aquella gloria de camiseros en ellas y chaquetas sporten ellos, aquel despliegue de tintes de calidad, incluso la moderaci¨®n del discurso de Aznar -que no gritaba cuando llamaba a sus contrarios corruptos y nepotistas: "La suya es la cohesi¨®n de los amigos y la solidaridad de los parientes"- eran incompatibles con la adquisici¨®n de objetos tan kitchs, pero no. A la salida se precipitaron a los tenderetes y compraron de todo, supuestamente para ponerlo en casa. Lo cual inquieta tanto como descubrir una pastorcilla de Lladr¨® en la estanter¨ªa de una oficina de C¨¢ritas.
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